“Muy temprano solía ir a visitar a los abuelos y los tíos para recibir dinero por ser pascuas. Las fiestas de San Juan o la fiesta del volcán me provocaban miedo y atracción. Salían los moros en sus caballos con sus galopes desenfrenados y más de una vez estuve bajo los cascos de un caballo y en hombros de los disfrazados de perros, tigres y payasos porque eran los compadres indígenas de Segundo Viera, mi padre”.
La primaria la estudió en la escuelita del pueblo, la Simón Rodríguez, el primer curso de secundaria en el Colegio San Patricio de Cumbayá de donde los curas le botaron, luego estudió en el colegio indigenista San José de Guaytacama desde 2do a cuarto curso. “Bajaba desde Toacaso hasta Guaytacama en bicicleta haciendo veinte kilómetros de ida y vuelta, por eso no me atraen los programas de peatonización ni los ciclopaseos. El regreso era muy duro porque había que trepar la calle arenosa de la loma de Cuicuno”.
A los 20 años se fue a estudiar Sexto Curso en el Colegio Juan Montalvo de Quito, después al Conservatorio Nacional de Música a estudiar piano y solfeo y a la Facultad de Filosofía de la Universidad Central para estudiar Inglés, pero solo se quedó tres meses. “Mi objetivo era ser artista: componer, cantar, pero durante ese lapso descubrí la danza. Antes había tenido clase de folklore en Guaytacama, el profesor Efrén Icaza me enseñó algunas posturas de la danza pero yo nunca me identifiqué con la danza folklórica porque yo me sentía imitado, incluso agredido, ahora me conmueve pero no es lo mío”.
Su carrera como bailarín empezó en 1974, en el Instituto Nacional de Danza con Noralma Vera (clásico), y Rubén Guarderas (moderno). Luego pasó a la Compañía Nacional de Danza donde conoció al mexicano Rodolfo Reyes, un coreógrafo de Izquierda que había vivido la revolución cubana y que había salido en camilla de Chile”: Él nos abrió un camino de compromiso, de estudio, de cuestionamiento político y me abrió las puertas para ir en 1977 a México. Allí estudié con Javier Francis, un maestro negro de New Cork, y Luis Fandinho por el lapso de tres años, donde hice mis primeras coreografías”.
Regresó al país para crear el primer grupo independiente, Celda, de donde salieron Susana Reyes, Nelson Díaz, Pablo Cornejo y otros. Después, en 1983, en Yaradanza convocó a Wilson Pico, María Luisa Gonzáles, y por el 8 de Marzo hacen el montaje de “Las Tres Manuelas” en el Teatro Sucre. En 1984 toman, contacto con Pancho Aguirre, director del Departamento de Difusión del Banco Central, quien los apoya para hacer proyectos y talleres. “De esa manera se originó el Frente de Danza Independiente, en el local de la calle Tarqui frente al Ejido, que permaneció hasta el 2004. Hemos hecho seminarios, talleres y los festivales de 1990, la jornada Mery Withman, la primera cita latinoamericana de danza, y en la última etapa con el auspicio de Ivos de Holanda hicimos el teatro Mariana de Jesús y la Escuela Exploradores de la Danza”.
Dejó el Frente de Danza Independiente para desarrollar su propia línea autónoma de danza, con su grupo “El arrebato” conformado por July Endara, Yoli Endara, Sebastián Salvador, Fausto Espinosa y Fabián Barba, y así poder formar bailarines con un compromiso en su actividad.
“Mi base es la técnica de Javier Francis. La técnica es el medio que el bailarín necesita para adiestrar su cuerpo, su mente y su espíritu. Lo que importa es la disciplina, la mística, la concentración. La técnica es una sola, se funde con las tradiciones más lejanas de Oriente y Occidente. No me interesan las técnicas que están de moda; por otro lado está la investigación, la experimentación y la creación que data de 1990 con “La memoria festiva” y en el 2000 se centra en lo urbano, en lo tecno, en el performance, el happening y el minimalismo, a través de lo que yo llamo la ‘danza de la cotidianidad’, que es una danza gestual, una danza de objetos que se los toma tal cual se presentan en la realidad y se los vacía de los contenidos para dejarlos como cáscara. Estos elementos son la materia prima para desarrollar un lenguaje nuevo e inesperado de la danza, que es ceremonia, celebración de la vida y de la muerte. No voy al ritual porque se puede caer en el muy manoseado shamanismo; es el espíritu el que celebra, crea y transforma el espacio donde la danza se va a realizar. La danza no es cuerpo, es espíritu, es manejo especializado de la energía. No somos solamente cuerpo-masa, la masa es peso y al dejarlo caer y recobrarlo se modela la energía. La identidad para mí sigue siendo un conflicto, yo mismo no sé quien soy, porque a nivel de pensamiento soy muy occidental pero también está mi parte india. Me duele, me preocupa, me conflictúa lo que pasa en el mundo, por eso cuestiono el poder en obras como “Los Unos y los Otros” y “El arrastre de las caudas”. Me lastiman la injusticia y la miseria pero pretendo hacer bien mi oficio para denunciar cosas que veo y que vivo en esta sociedad de clases”.
Otra obra ‘Anfisvena’ es la serpiente de dos cabezas, es el infinito, es el oráculo, algo que va mucho más lejos, donde estéticamente encontré la deformación, alcancé un feísmo total y fue un rito muy bello, donde entran la orinoterapia, los ishpapuros, la carne viva. En “Vista de Ojos” entré en el tema de la migración, el drama del niño Elian que fue rescatado del Océano cerca de Miami con música tecno, y asistí a la velocidad.
En la vida y la muerte como que los opuestos se juntan, como que los opuestos no existen, es una sola cosa, el misterio. No lo quiero dividir, estoy vivo en este momento pero bailo con mi muerte. Ella me está esperando, me acompaña. Mientras, seguiré bailando y formando bailarines”.