Donald H. Rumsfeld

Antes que nada, vamos a lo incidental: si bien hay que
vivir, el párrafo inicial de Andrés Oppenheimer es una buena emulación del proceder de pavo real en el que caen algunos periodistas en su relación con funcionarios importantes. "No es cosa de todos los días que me
llame el secretario de Defensa de Estados Unidos"
señala el norteamericano-(poco)argentino que se precia de analista internacional: esa frase lo pinta de
cuerpo entero.

Y, de refilón, a la comprensión que de allí se deriva; pues
Donald Rumsfeld es un
vocero del conglomerado empresarial que controla a los Estados Unidos, con
capacidad decisoria dentro de márgenes muy estrechos; por lo tanto, el
periodista en cuestión haría bien en pensarse a sí mismo aún por debajo de esa
categoría.

Luego, a la cuestión. A través de un presunto apriete al
gobierno a través de la "prensa
independiente", esos sectores están instalando en la
agenda comunicacional el tema de "la incipiente carrera armamentista en
la región".
Fieles a viejos apotegmas del oficio, colocan a la gestión
Bush en un lugar blando y expectante, mientras los periodistas afilados y
críticos exigen respuestas inmediatas —duras— a tan grave asunto. Segmentos
maleables de la opinión pública mundial polemizarán en dos bandos falsos:
algunos dirán que el gobierno estadounidense hace bien en esperar que el
panorama se aclare antes de actuar, y otros enfatizarán que se hace
imprescindible proceder en forma inmediata. Dos tonteras que niegan un derecho:
el de todo estado soberano a realizar las políticas defensivas que
considere pertinentes.

Es que de eso se trata: de las adquisiciones
venezolanas más recientes se desprende con claridad, como lo indicara
pocos días atrás el analista Heinz Dieterich Steffan, una nítida
vocación de prevención interna, nada llamativa si se recuerda que por
estas horas se evoca el aniversario de uno de los tantos intentos de
interrupción de un proceso democrático por parte de fuerzas locales con respaldo
exterior. La cantidad de rifles marca ostensiblemente el criterio: la
democracia puede y debe ser defendida por los ciudadanos, por el pueblo, más
allá de las tropas regulares. Esas armas no fueron compradas por
Venezuela para ser entregadas a las FARC ni para derivar en ningún envío al
exterior: están allí, en territorio bolivariano, para disuadir a hombres como
Rumsfeld, a sus aliados y a sus empleadores acerca de
futuros intentos para imponer —como lo han hecho en Granada, o en Panamá— un
gobierno ajeno al voto secreto, libre y universal a través del cual se
pronuncian los venezolanos.

A decir verdad, lo que se intenta golpear en el "diálogo" Rumsfeld - Oppenheimer
no es otra cosa que el atisbo de soberanía que viene naciendo en zonas
importantes de América latina y debería culminar en la constitución de una Unión
Sudamericana con múltiples políticas orientadas en esa dirección. Al
igual que ha sucedido en otras regiones del planeta, cuando surgen tales
acciones —impulsadas por la voluntad colectiva de los pueblos que ejercen a
pleno la declamada participación democrática y por los trazos de una historia
que los conjuga a pesar de la dispersión— sus líderes son inmediata y
forzadamente alineados en el "eje del Mal". Y una vez que la
centralizada propaganda imperial los incluye ahí, no hay gesto de buena voluntad
ni promesas pacifistas que logren desandar la marcha de una maquinaria
bélica - mediática que necesita enemigos para garantizar inversiones millonarias
en el área de "Defensa", para controlar recursos naturales en manos de los
"otros" y para desplegar una geopolítica del terror contra quienes anhelan vivir
— pero también crecer— en paz.

Las declaraciones de Rumsfeld, bien cuidadas para quedar "prudente"
ante el inquisidor, deberían ser consideradas como un inadecuado
comentario sobre determinaciones internas de naciones soberanas. No se
registran aquí casos de tráfico ilegal de armas, no hay contrabando alguno: se
trata de compras internacionales con todas las de la ley a países como
Rusia y España. Los Estados Unidos pretenden
controlar también las gestiones formales que efectúan naciones europeas, lo cual
puede merecer cuestionamientos en el mismo sentido anterior, pero además
permite evaluar las dificultades que poseen los norteños para meter en
caja espacios geoeconómicos que tanto en el Primer como en el Tercer Mundo han
resuelto seguir caminos propios sin
subordinarse a las necesidades del autoproclamado centro terrestre

Finalmente, en el colmo de la hipocresía,
Oppenheimer resalta la disparidad entre las inversiones latinoamericanas
destinadas a paliar el hambre y las orientadas a colmar los arsenales.
Le "dice" a Rumsfeld cuál debería ser su argumentación. Preanuncia, de
hecho, la argumentación imperial de los próximos años. Pero hasta sus
números se desfasan y dejan en claro que los problemas subcontinentales de la
última década no se asentaron en los gastos castrenses sino en el
drenaje de divisas generado por la desnacionalización de las economías sureñas y
el pago de acreencias externas impuestas de común acuerdo entre las
organizaciones financieras internacionales y los gobiernos antidemocráticos que,
no muy paradójicamente, la gran democracia del Norte contribuyó a instalar en
esta región.

Habrá que estar atento. La mira de la
"gleba de morfinómanos", como el general Sandino
caracterizó a los norteamericanos, ha empezado a enfocar blancos que presume
hostiles.

Otra vez, observa el patio trasero
con preocupación.

Es indudable que hay algunas cosas, por estos pagos, que
se están haciendo bien.