Adolfo Scilingo

Por primera vez en la historia, un esbirro del régimen militar argentino debió responder por sus crímenes de lesa humanidad ante un tribunal extranjero. Ha ocurrido en Madrid donde Adolfo Scilingo acaba de ser condenado a 640 años de cárcel por muertes alevosas, torturas y detención ilegal de prisioneros, delitos cometidos en la ESMA durante la extinta dictadura.

Sin embargo, este genocida, quien reconociera inicialmente las atrocidades perpetradas, se desdijo de haberse autoinculpado, arrepintiéndose de su arrepentimiento de hace 7 años, cuando compareció originalmente. A su vez, el propio tribunal que lo viene de sancionar ha dicho que “desconocen la verdadera razón de la venida a España y cambio de actitud del procesado”.

¿Que aconteció en aquella fecha?. Esta es la reconstrucción de lo sucedido.

“Por favor, los teléfonos.....”, el juez Garzón alzó la voz, dirigiéndose al sequito de abogados que secundaban al represor argentino Adolfo Scilingo, en alusión a los celulares que no dejaban de sonar. Promediaba la mañana del 7 de octubre de 1997. El verdugo de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los centros clandestinos de detención de la dictadura argentina, comparecía ante el magistrado español que investigaba el terrorismo y genocidio llevado a cabo en ese país entre 1976 y 1983.

Acompañaban al oficial de la Armada los colegiados de Izquierda Unida, Enrique de Santiago e Isabelo Herreros, y el asesor en derechos humanos de la coalición comunista, Gregorio Ricardo Díaz Dionis, organizadores de una aventura que iba a cambiar de rumbo en los minutos siguientes.

El suspenso se palpaba en los corredores de la Audiencia Nacional, calle Genova 22 de Madrid. Los periodistas esperaban el desenlace del hecho consumado planteado por el capitán argentino a Garzón. Las tentativas de pactar con antelación el resultado de lo que iba a ocurrir momentos después, no habían prosperado. Las promesas de Isabelo Herreros a Scilingo que el juez español le otorgaría el estatuto de “arrepentido protegido” a cambio de una declaración autoincriminatoria se venían estrellando contra el silencio del titular del juzgado 5 de la Audiencia Nacional.

Scilingo adelantó en la prensa de Buenos Aires que preparaba un informe de “100 folios” para entregarle a Garzón, al tiempo que sus abogados argentinos, Liliana Magrini y Mario Fernández Ganora, solicitaban “garantías” que saldría en libertad luego del interrogatorio, sin horadar a un Garzón de mármol.

Scilingo no aguantó más y le envió un telegrama anunciando su llegada, consiguiendo se le fijara audiencia. Instantes antes de comenzar, siempre en los pasillos, Isabelo Herreros quiso hablar a solas con el juez. Los periodistas escucharon la respuesta: “lo siento, pero hoy no le puedo atender. Estoy muy ocupado”.

Los pasajes de avión y el hotel en Madrid de Scilingo y sus dos abogados argentinos los pagaba Televisión Española, que lo traía como invitado estrella al programa que entonces piloteaba Carlos Herrera. La emisión tendría lugar esa misma noche del martes, pero para concurrir Scilingo exigía que antes Garzón lo ungiera testigo protegido y sellara su libertad.

La estratagema de los letrados de Izquierda Unida se servía de la cita periodística para buscar satisfacer una profunda convicción, sostenida en la revista partidaria “Mundo Obrero” y en internet
(www.derechos.org/nizkornizkor/arg/España/scilhtml).
Consistía en utilizar el testimonio de Scilingo para procurar torcer el sentido del sumario de Garzón, apoyado hasta allí en las declaraciones de las víctimas.

Anteponiéndoles las confesiones de un represor, se sustentaba la idea que el criterio de verdad para reconstruir cualquier genocidio reposa en los victimarios y no en las víctimas, a las que se considera bajo sospecha por haber sobrevivido al horror, insinuando un supuesto precio pagado por estar vivos. A los apropiadores de la vida y la muerte, como Scilingo, se le adjudicaba así ser dueños absolutos de la verdad, pero Garzón les arruinó el ingenio.

“Vamos a ver, señor Silingo, acérquese lo más que pueda al micrófono del grabador para que se le escuche bien. ¿Puede decirnos si usted mismo tomó parte en alguno de los vuelos en los que se arrojaba gente viva al mar?”, inquirió el juez. Como Scilingo no había aportado los anunciados 100 folios sobre sus andanzas en la ESMA, la pregunta perseguía corroborar para el sumario lo conocido públicamente, que había intervenido en dos vuelos, despeñando al mar a 30 prisioneros dados por desaparecidos, previamente narcotizados.

“Esteeee, bueno....”, balbuceó el oficial de la Marina argentina.

“Por favor, le ruego que responda por sí o por no. ¿Participó usted en alguno de aquellos vuelos?”, insistió el juez poniéndose de pie.

“Si”, contestó Scilingo.

“A partir de ahora, queda detenido”, concluyó Garzón, quien a diferencia del equipo legal de Izquierda Unida sabía muy bien que no podía dejar en libertad a alguien que ya estaba imputado en su sumario desde el año anterior por crímenes de sangre, para los cuales la ley española no prevé protección jurídica especial.

“Tranquilo, no pasa nada. En tres días todo se termina”, sopló a la oreja del genocida el abogado Enrique de Santiago. Persistía en el error, faltaban más de 7 años para que el asesino viera el final. En lo inmediato, lo acontecido entonces le sirvió de pretexto al multihomicida para decir que lo engañaron, o que lo indujeron a mentir, o que se inventó todo. Simulando desvanecerse y en huelga de hambre, entre silencios y disparates, se resistió hasta que escuchara sentencia a confirmar en el juicio oral la escalofriante historia que le relatara al juez Garzón, en días sucesivos a su terrible 7 de octubre de 1997.

Juan Gasparini es periodista, sobreviviente de la ESMA, primer testigo escuchado por le juez Garzón el 17 de junio de 1996 en el sumario sobre terrorismo y genocidio en Argentina, coautor con Norberto Bermúdez del libro periodístico sobre el juez Garzón, el caso argentino y la captura de Pinochet, “El testigo secreto” (Ediciones B, España-Buenos Aires, 1999).