Toribío fue objeto de la undécima toma en los últimos veintidós años. Igual suerte corrió la vecina Jambaló. Las FARC decidieron atacar a la Policía atrincherada en medio de la población civil, a la que utiliza como escudo. De entre las ruinas de casas obra de toda una vida, entre la sangre inútilmente derramada, el olor penetrante de la pólvora y el inmenso dolor de la gente emerge la verdad de la guerra colombiana.

1. Todos los bandos dicen hacer la guerra por el pueblo, en su nombre, pero la sufre ese mismo pueblo. Es él quien se empobrece aún más; él pone los muertos y los heridos; de él son los huérfanos y las viudas.

2. Las fuerzas gubernamentales dicen luchar por la democracia. La democracia es el poder del pueblo. La Constitución colombiana recoge el postulado de que el pueblo es el soberano. El mismo pueblo que en ejercicio de su soberanía y en gracia del derecho que le asiste ha dicho que no quiere actores armados en su territorio, porque él mismo puede asegurarse la paz y la seguridad. Pero esta voluntad es la que no se quiere oír, la que por tozudo el gobierno se niega a escuchar.

3. Las fuerzas insurgentes dicen luchar por el pueblo; contra la pobreza, por su bienestar; en contraposición a una democracia que consideran mentirosa por formal, dicen combatir por una democracia más real. Pero ese mismo pueblo, en cuyo nombre se hace la guerra, les ha dicho en mil formas que no los quiere en su territorio, que él mismo puede combatir la pobreza y enfrentar incluso las políticas de libre comercio que sólo traerán más miseria. Pero la ceguera les impide ver al pueblo real que construye en los hechos su destino.

4. Cualquier ejército, en cualquier parte del mundo, es solo un instrumento -acaso innecesario, pensarán algunos con buena dosis de razón—, un instrumento de los fines que establece la sociedad. La violencia que estos instrumentos puedan ejercer sólo se justifica en cuanto medio para alcanzar los fines previamente definidos. Cuando la violencia se convierte en fin y la sociedad es subordinada por los ejércitos, éstos devienen antisociales y en la práctica actúan como poder totalitario.

5. Su razón de ser proviene, entonces, de una retórica que los erige en salvadores por sí y ante sí. Un discurso de partida carente de validez, por cuanto pervierte los fines y eleva los medios a la condición de fines. Un discurso que se afirma por las artes de la repetición y la propaganda pero que está privado de toda capacidad persuasiva. Trágicamente, las armas se convierten en supremo argumento y el terror en medio para asegurar alguna aceptación. En este punto, los guerreros abandonan cualquier función que los pueda justificar y son un estorbo para el desarrollo social.

6. Al pueblo colombiano le han impuesto una guerra, una guerra que no quiere y que rechaza. A Toribío y Jambaló, al pueblo Nasa le han llevado una guerra que no es suya. Entre la ruina, la muerte y el terror que son los frutos de la guerra, los Nasa descubren su verdad, su capacidad de realización, su proyecto histórico. Les sobran los salvadores supremos, pero los Nasa harán su propia redención.

Solo queda suscribir y apoyar la voluntad manifiesta del pueblo Nasa: “Por la dignidad de que son ejemplo como pueblo, porque han enseñado y actuado caminando su palabra, no podemos hacer silencio y no bastan las declaraciones y manifiestos. El Cxahb Wala Kiwe, el territorio del Gran Pueblo merece que se le respete un derecho y una exigencia que cumple 515 años: que se vayan todos los actores armados, que salgan del territorio, que la Guardia Indígena y las autoridades indígenas se ocupen de la seguridad y la paz. En nombre de la dignidad, de la justicia, del derecho, de la vida, este es un llamado a lanzar una campaña justa: Que salgan los ejércitos y los actores armados de Toribío. Que salgan ya”.