“Los Estados Unidos [...] parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad”, decía en el año 1829 Simón Bolívar; sus palabras sin dudas eran premonitorias. Hoy, cerca de dos siglos después, vemos cómo esa intuición es una cruda realidad: la unidad regional reclamada por el Libertador en los albores de los nuevos Estados recién independizados de la corona española nunca llegó.

Por el contrario, la dispersión -absurda en muy buena medida- en repúblicas separadas con que Latinoamérica vivió desde su formal independencia no ha sido sino una manera de facilitar al país del norte su papel de potencia hegemónica a nivel continental -”América para los americanos”, del Norte, claro está.

La integración sigue esperando, y en ella puede anidar una de las claves del postergado desarrollo para la región. La actual receta de Washington de un área integrada de libre comercio -el proyecto del ALCA- ni es “integración”, ni es “libre”. Es él, simplemente, un nuevo mecanismo de recolonización tendiente a seguir manteniendo en el tiempo la dependencia y sumisión de Latinoamérica respecto a su vecino del norte. Pero otro tipo de integración es posible. Surge así PETROAMERICA.

Petróleos de América o Petroamérica es el proyecto de creación de una empresa multinacional que estaría conformada por el conjunto de empresas energéticas estatales de la región latinoamericana y el Caribe: Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), Petróleos de Venezuela (PDVSA), Empresa Nacional de Energía de Argentina (ENARSA), Petróleos de Brasil (Petrobras), Petróleos de Ecuador (Petroecuador), Cupet de Cuba y Petrotrin de Trinidad y Tobago, a las que se adscribirían nuevas refinerías y gasolineras donde se comercializarían los productos refinados en naciones no productoras de hidrocarburos.

Este emprendimiento -que controlaría el 11,5 % de las reservas mundiales de crudo y podría influir decisivamente en el mercado mundial de la energía dominado hoy día por pocos oligopolios, estadounidenses en su mayoría- estaría destinado a atender proyectos de inversión que promuevan la integración energética del área, al par que garantizaría el incremento del valor agregado del petróleo crudo y del gas con la producción de subproductos petroquímicos necesarios para impulsar un genuino desarrollo sostenible y no dependiente para toda América Latina y el Caribe.

La idea no es nueva; ya en 1995 los presidentes brasileño Fernando Henrique Cardoso y venezolano Rafael Caldera esbozaron la iniciativa. Fue recientemente el mandatario venezolano Hugo Chávez, al calor del proceso de la Revolución Bolivariana que conduce, quien relanza el proyecto. Debemos “unir nuestras empresas para no estar compitiendo entre nosotros y que nos sigan dominando” manifestó, propiciando así una integración alternativa a la que propone Washington por medio del ALCA.

Integrarse en lo energético promueve la creación de un bloque que, a partir de la fortaleza política que puede ir ganando, servirá como estímulo para un desarrollo no dependiente y que despliegue una lucha abierta contra la pobreza en que se sume la región. En otros términos: una integración no para el libre comercio sino para la solidaridad entre los pueblos, una integración no para el beneficio de las grandes empresas privadas sino en favor de las poblaciones.

La visión más amplia de la integración energética plantea la racionalización y el aprovechamiento de las otras fuentes de energías renovables, tales como las hídricas, la eólica, el sol, la biomasa, etc. De allí que no se trate sólo de atender proyectos en el área de los hidrocarburos sino del conjunto de posibilidades energéticas, considerando las características y requerimientos de las diversas zonas que serían servidas a través de Petroamérica.

Al conservar la energía no renovable para ser utilizada como insumo para atender las zonas urbanas en la producción de alimentos, fertilizantes, medicinas, etc., se estaría impulsando la inversión de capital privado, especialmente el capital nacional y de los distintos Estados, para así generar el necesario estímulo al empleo productivo. Las relaciones con las empresas privadas de la energía -corporaciones transnacionales, la gran mayoría con casa matriz en los Estados Unidos- se definirán en cada caso a través de la empresa socia de Petroamérica y de los Ministerios de Energía y Ambiente de los países de la región.

Integrarse, unirse -vaya novedad- es saludable; hoy día asistimos a un creciente proceso de integraciones en los ámbitos políticos y económicos: grandes empresas que se fusionan, países que establecen bloques, continentes enteros que se fortalecen por medio de uniones. En definitiva ése era el sueño bolivariano: la creación de una patria grande entre todos los países liberados de la corona hispánica, única garantía para crecer con solidez.

El sueño no pudo realizarse hasta ahora, pero la actual Revolución Bolivariana que está teniendo lugar en Venezuela -proceso popular, genuinamente democrático, con amplia participación de los sectores sociales postergados por años- tiene como uno de sus principios primeros la integración latinoamericana, vía para el crecimiento sostenible y equitativo.

“La República promoverá y favorecerá la integración latinoamericana y caribeña, en aras de avanzar hacia una comunidad de naciones, defendiendo los intereses económicos, sociales, culturales, políticos y ambientales de la región. La República podrá suscribir tratados internacionales que conjuguen y coordinen esfuerzos para promover el desarrollo común de nuestras naciones, y que garanticen el bienestar de los pueblos y la seguridad colectiva de los habitantes”, dice el Artículo 153, Sección V, Capítulo I, Título IV de su Constitución de 1999.

En esa lógica de integración solidaria, entonces, se inscribe la creación de Petroamérica. El desafío está abierto; los latinoamericanos (e incluso los no latinoamericanos) que apostamos por este camino, por la vía de la solidaridad y de la equidad, tenemos así un interesante trabajo por delante.