Ivan Petrovszky, Bodegón de fondo blanco

Así ocurre con la linguodiversidad, que hoy se reivindica gracias al tenaz esfuerzo de los pueblos y de algunos grupos importantes de apoyo, en un momento que ya casi parecía tardío. Sin intención de exagerar mi propio protagonismo en ese particular, me siento sin embargo orgulloso y satisfecho por mi nivel de participación y los éxitos obtenidos entre todos. Ojalá estos se acrecienten en un futuro próximo hasta lograr su pleno cumplimiento.
 
La diversidad lingüística que prevalece en Venezuela, especialmente la originada por la presencia de unos treinta y cinco idiomas indígenas con sus variantes, es notable pero no única en el mundo. Como es nuestra diversidad, algo que se ha venido fraguando en el decurso milenario de nuestra historia, debe ser objeto de nuestro máximo cuidado más no en términos de una admiración pasiva. Por el contrario -y estoy parafraseando la nueva Constitución- las lenguas o idiomas autóctonos -la diferencia semántica es poca- tendrán que oficializarse de verdad al menos en las zonas y hábitat indígenas, su enseñanza ha de ser eficazmente institucionalizada de una vez por todas, las creaciones orales y escritas en estas lenguas deberán recibir una difusión máxima entre nosotros y en el exterior, como tímidamente ya se viene haciendo. Aprovecho el momento para señalar que estamos a punto de inaugurar un "Minimuseo de Lingüística" en la Casa de Bello, precisamente con tales propósitos. 

Con todo, sobre la diversidad lingüística queda mucho por aclarar, al tratarse de un concepto sólo parcialmente comprendido, hasta por algunos expertos. Los opinadores de oficio o sin oficio piensan -casi por automatismo- que esta es tan sólo una diversidad más, junto a las otras que legítimamente existen en el mundo: biodiversidad, sociodiversidad, diversidad cultural, diversidad de costumbres, diversidad jurídica, más todas aquellas que se quieran añadir. En parte esto es verdad, ya que sería gratuito encubrir un paralelismo que se evidencia de inmediato. Pero esta no es la verdad total. Sucede que el lenguaje articulado -objetivado a través de las múltiples lenguas del mundo- impregna y permea absolutamente todo, atraviesa todos los parámetros que podamos encontrar o quepa imaginar, simboliza y expresa la experiencia humana, colectiva e individual, incluyendo las virtualidades más ocultas.

Lo cierto es que la mente humana sólo puede funcionar sin este lenguaje omnipresente hasta un grado mínimo, en una forma larval y absolutamente prehumana. Hasta la biodiversidad, con las numerosísimas especies biológicas aún no exterminadas, se hace asible para nosotros, de manera objetiva y subjetiva, a través de los idiomas llamados "naturales" en primer lugar, y luego -entre los especialistas- mediante simbolismos derivados de ese mismo lenguaje fundamental. En otras palabras, el mundo circundante existiría en sí mismo, con su naturaleza, plantas y animales y componentes minerales; pero no estarían en modo alguno al alcance del ser humano socializado. 

La interconexión del lenguaje con la fenomenología universal en todas sus partes y matices es algo intuído, mas no tan bien comprendido ni justipreciado en todos sus alcances, como seguiremos insistiendo más adelante. Pero antes de ello queremos hacer énfasis en otra omisión nuestra muy común, consistente en ver las lenguas solamente como sendos instrumentos diseñados por la hominización para captar y discernir realidades, y de algún modo apropiarnos de ellas.

Aún hace muy poco tiempo, ni siquiera los lingüistas y otros usuarios profesionales del lenguaje se preocupaban -aunque a veces los percibían- por sus valores intrínsecos, la belleza majestuosa de cada idioma y de sus categorías constitutivas; la perfección con la que todo lenguaje articulado -traducido en idiomas- interactúa creativamente con la cultura y el resto del ambiente extralingüístico, la dinámica sutil y flexible con que cada lengua va refinando con el uso sus propias categorías y amoldándose a las exigencias del colectivo hablante y hasta de los individuos aislados, por ejemplo de los grandes escritores y poetas.

 En suma, hemos visto y criticado la tendencia universal de atribuirle todas las virtudes, la increíble complejidad y maleabilidad que caracteriza el habla humana, al lenguaje en sí, a la facultad lingüístico-articulatoria como tal: casi nunca a los idiomas en tanto entidades semi-independientes.

Cuando mucho, se reconocía la perfección de uno que otro idioma muy prestigioso como el griego, el latín, el francés, el inglés, el alemán, el italiano, el ruso y algunos más, siempre en número muy pequeño, a manera de una aristocracia lingüística muy elitesca y selecta. Casi ningún hombre o mujer que se crea "cultivado" -salvo que sea de esos pueblos- le dedica un minuto de atención al lituano, al húngaro, al bretón, al tagalo-filipino y parémonos de contar. Cuando dirigimos la mirada a los pueblos indígenas, entre ellos los de América, nuestra forma de expresarnos ya desciende a lo chabacano, a muestras de ignorancia militante, al desdén puro por unos supuestos "dialectos" que en realidad no son nada, para nada sirven y que lógicamente deberían desaparecer. Dije al principio que esta mentalidad ya estaba en vías de cambiar, pero ciertamente con muchísima lentitud, entre nosotros y en otras latitudes.

Dos

Podríamos invertir un tiempo largo ejemplificando lo expuesto con los idiomas indígenas de Venezuela, algunos de ellos -no todos- ya medianamente conocidos por la ciencia lingüística: se supone que los hablantes nativos siempre los han dominado. Ahora bien, dado lo necesariamente breve de nuestra exposición hemos recurrido a la estrategia de poner de relieve un solo idioma, en el entendido de que este será parcialmente representativo del conjunto, si bien las diferencias entre estos idiomas son grandísimas.

El baniva -lengua arawak de la sub-región Guainía-Río Negro del Suroeste del Estado Amazonas- presenta una serie de características y particularidades, lingüísticas y extralingüísticas, que le llaman poderosamente la atención a la gente al menos un poquito sensibilizada. Hay que aclarar de una vez que este sistema lingüístico aún corre el peligro de extinguirse en un par de décadas, a pesar del esfuerzo realizado por algunos de sus hablantes como el difunto Hernán Camico, de investigadores como Omar González Ñáñez, José Álvarez, Marlene Socorro, y de otros aliados con capacidad de decisión inclusive política.

Personalmente creemos que el baniva se salvará, pero no se transmitirán a las futuras generaciones todas sus carcaterísticas aún presentes en la época en que esta lengua era de uso coloquial común y con suficientes hablantes.

Nos referimos principalmente a su sistema tonal en proceso de neutralización. Se ha argumentado -y esquemáticamente es cierto- que ninguna de las diferentes culturas está tan estrechamente ligada a una lengua determinada, por más que hayan convivido durante siglos. De hecho, porciones de la cultura baniva y de otras de la familia arawak se han venido describiendo en español, portugués, inglés y podrían usarse otras lenguas para ese fin.

En la práctica, no obstante, no ocurre así sino que se presentan importantes complicaciones que muestran una mayor interdependencia entre lengua y cultura de la que se pudiera imaginar. 

Nuestro colaborador fallecido, el señor Hernán Camico, era perfectamente bilingüe en baniva y castellano, e incluso utilizaba con más frecuencia y en mayor número de situaciones el idioma oficial que el originario. Sin embargo, cuando le solicitamos nombrar todas las especies de vegetales de las que tuviese conocimiento, primero las enumeraba en ambas lenguas, pero pronto llegó el momento en que tuvo que continuar forzosamente en baniva.

Él podía nombrar y hasta describir centenares de especies biológicas pero sólo en su lengua materna y en los parámetros de su cultura indígena. Lo propio sucedía con los nombres, la elaboración y los usos de los diferentes objetos que constituyen la cultura material tradicional de este pueblo. Él podía nombrar y caracterizar, dentro de su proceder etnocientífico, todos estos enseres: algo que jamás podría haber hecho en castellano, a pesar de su dominio pleno de este idioma. Cuando pasamos de la cultura tangible a la intangible, la dificultad de operar con el castellano se hacía mucho mayor todavía, ya hasta los límites de lo absurdo. Así que ni siquiera el bilingüe perfecto puede disociar su cultura nativa del idioma que legítimamente le pertenece.

Posteriormente, se podrán arreglar traducciones -buenas, malas o medianas- a otros idiomas, pero ello no altera la realidad contundente de lo que estamos exponiendo. De manera que si verdaderamente nos interesa la multiculturalidad, las creaciones y conocimientos acumulados por otros pueblos hasta ahora menospreciados, si la diversidad es para nosotros una finalidad en sí, no es posible soslayar la diversidad lingüística ni convertirla en una de las tantas modalidades en que difieren las sociedades humanas. Nuestra conclusión -creo que irrebatible- es la siguiente: la diversidad lingüística es y seguirá siendo una condición fundamental para la existencia y mantenimiento de otras diversidades así como para su captación y procesamiento por el ser humano, indistintamente de la sociedad a que pertenezca.