Los cuerpos de cientos de manifestantes a favor de la democracia en Uzbekistán apenas se han enfriado, pero la Casa Blanca busca ya una forma de ignorarlos. Scott McClellan, vocero de la Casa Blanca, afirmó que se trataba de «terroristas islámicos» que pertenecían a la resistencia armada y que habría sido mejor que hubieran tratado de obtener un gobierno democrático por medios pacíficos en lugar de recurrir a la violencia.
Pero, ¿cómo hacerlo de esta forma en Uzbekistán? Este no es el caso de Georgia, Ucrania o Kirguizistán. En las últimas elecciones legislativas, la oposición ni siquiera pudo presentar candidatos. Los medios de prensa no gozan de la más mínima libertad y, en el punto más álgido de la violencia en Andijan, en Tashkent se ignoraba lo que allí ocurría. ¿Cuál habría sido la suerte de los 23 acusados del proceso si la muchedumbre no los hubiera liberado? En Uzbekistán, el 99% de los acusados son condenados y en las cámaras de tortura de Karimov todo el mundo confiesa. Una vez condenado, las torturas no se detienen. La tortura se mantiene para que los condenados firmen declaraciones de lealtad al presidente o para implicar a los «cómplices». La ONU o Human Rights Watch denuncian estas prácticas, pero la CIA y el MI-6 cuentan con ellas para obtener «informaciones de inteligencia» sobre Al Qaeda. La mayoría de estas informaciones no valen nada y le pedí infructuosamente al MI-6 que dejara de utilizarlas, lo que motivó mi salida del Foreign Office.
Karimov es el hombre de George W. Bush en la región y, por consiguiente, ni un solo responsable del gobierno de Bush pide la celebración de elecciones libres. Karimov percibe importantes ayudas financieras y abre su territorio a las bases y oleoductos estadounidenses. El año pasado me reuní con dirigentes de la oposición y no se trata de islamistas. Es posible que colocar a los opositores en la casilla de «islamista» satisfaga a Washington pero Gran Bretaña no debería aceptarlo.

Fuente
The Guardian (Reino Unido)

«What drives support for this torturer», por Craig Murray, The Guardian, 16 de mayo de 2005.