Cada año cuando nos aproximamos al 25 de mayo nos preguntamos qué ha pasado en la historia de la República Argentina castigada y empecinada en no encontrar un rumbo como Nación donde la vida merezca ser vivida sin sobresaltos ni penurias.

Muchas de las esperanzas, luchas y reclamos de aquellos hombres que hace 195 años quebraron un repugnante sistema colonial virreinal hoy siguen presentes, y muy alejadas de haber encontrado una solución definitiva. Aún a pesar de haber pasado gobiernos de las más diversas procedencias y pertenencias -conservadores, radicales, peronistas y desgraciadamente militares-.

Aquellos revolucionarios que propiciaron la gesta de mayo en 1810 no han encontrado parangón con los cientos de miles de políticos que de diferentes formas fueron detentando y concentrando el poder a través de presidencias, gobernaciones, intendencias y legislaturas nacionales, provinciales y municipales.

Hombres como Miguel de Azcuénaga, Manuel Belgrano, Antonio Berutti, Juan Castelli, Feliciano Chiclana, Domingo French, Juan Larrea, Domingo Matheu, Mariano Moreno, Bernardo de Monteagudo, Juan Paso y Juan Vieytes dejaron establecida una impronta de dignidad, patriotismo y desprendimiento. Los políticos que les fueron sucediendo se cansaron de no imitar hasta el hartazgo, aún en los más mínimos contenidos. Aquellos habían dejado las bases para una mejor vida en libertad e independencia de los naturales y extranjeros que decidieron, por diferentes motivos, habitar el suelo argentino.

La falta de participación de los habitantes que residían en el Virreinato del Río de la Plata, creado en el año 1876 y por el que habían pasado 11 virreyes, no presenta una diferencia sustancial con los más de 37 millones representados en la actualidad en Argentina. Si antes fueron comerciantes, trabajadores, profesionales, militares y clérigos hoy son únicamente los miembros activos de la clase política, los que tienen como única meta y ambición permanecer enquistados en el poder, y con el poder en sus manos llevar adelanto proyectos personales y de su clase.

La dependencia económica con la metrópoli, España, establecida por el monopolio y el contrabando en la entrada de todos los bienes indispensables para la vida cotidiana contra la insaciable salida de los productos nativos no difiere mucho con el país actual. Este encuentra en la exportación de sus productos primarios agropecuarios y energéticos, sin prácticamente ningún valor agregado, la única relación comercial con el resto del mundo. Lo mismo sucede con el destino de los impuestos y las tasas cobradas por el Estado que despiadadamente fluyen hacia el rico y poderoso exterior de las multinacionales y de los Organismos Internacionales de Crédito.

Como dato en los dos últimos años 12.000 millones de dólares han tenido ese destino, mientras el desempleo es del 17% y la pobreza abraza a la mitad de la población que encuentra a 6 de cada 10 niños en ella y a 1 de cada 4 en la indigencia.

Desde las diferencias sociales, económicas y políticas verificadas a principios del siglo XIX, donde indios, esclavos y mestizos eran desplazados del bienestar, la educación, y la participación política e institucional incipientes llegamos a estos días con la realidad que agobia a millones de familias. Los gobiernos han dejado ausentes y olvidadas aquellas políticas que contengan y permitan vislumbrar un futuro que las reincorpore a la vida digna.

Como ayer existieron Imperios descubridores, colonizadores y genocidas que llegaron hasta la América India hoy somos sometidos por el Imperio de la guerra, el terrorismo, las finanzas y el comercio, con idénticas prácticas que las de ayer y que llevan a la sumisión y al hambre a cientos de millones en el continente.

Sin embargo, hay semejanzas con las cuestiones mundiales que llevaron hace casi 200 años atrás a nuestros patriotas a pensar que en el mundo se estaban generando acontecimientos que deberían ser estudiados, considerados e imitados por estos lares. La Revolución Francesa, la Independencia de los Estados Unidos de Norteamérica y de Haití, las Rebeliones indígenas, las de Chuquisaca y La Paz, las posturas críticas de la Ilustración, etc. son claros ejemplos. La valentía criolla demostrada en las invasiones inglesas de 1806 y 1807 dieron el ánimo suficiente para la búsqueda de cambios urgentes.

Las obras de Jean Jacques Rousseau “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” y el “Contrato Social” calaron hondo por aquellos tiempos en los que entendían que era preciso independizarse de toda dominación extranjera, y en nuestros tiempos los gobiernos solamente han sabido respaldarse en las premisas del capitalismo, devenido en neoliberalismo, para postrar a todo un pueblo y dejarlo al desamparo del mercado y las finanzas. Hoy tenemos como excelente referencia las actividades del “Foro Social Mundial” que se viene realizando anualmente desde el año 2001 y que a través de manifiestos, resoluciones y diversas actividades en muchos países nos presentan una realidad incontrastable y muchos principios y acciones dignas de ser llevadas adelante.

Con todo, los pueblos latinoamericanos siguen evidenciando que es posible realizar cambios políticos y revolucionarios para quebrar el orden impuesto desde el discurso y la visión única del mundo. Ya están los pueblos participando y luchando activamente sobre principios progresistas, socialistas y fundamentalmente anticapitalistas y antisistema como lo demuestran bolivianos, brasileños, colombianos, cubanos, chilenos, ecuatorianos, mexicanos, nicaragüenses, uruguayos y venezolanos.

Los argentinos no debemos estar ajenos y disimulando no conocer los nuevos tiempos, los nuevos aires y menos aún las viejas y renovadas reivindicaciones por un mundo mejor que cada vez se presenta como más posible, urgente y necesario. Los últimos días del año 2001 fueron un ejemplo de que es posible dar por tierra con los gobiernos que no representan a la ciudadanía, como también que ante la participación y luchas ciudadanas no hay poder que pueda mantenerse en pie si desoye a su pueblo.

Renovando el espíritu revolucionario, terminando con la política de las mentiras y los abusos de poder imperantes, no permitiendo que la hegemonía política nos siga ahogando y buscando los caminos de la activa participación popular seguramente seremos capaces de alzar los principios rectores de nuestros mayores y romper con el pasado, dando así paso a un futuro de todos y para todos. Ese será el mejor de los homenajes para aquellos hombres y el inicio de la refundación de una nueva Nación justa, libre, solidaria y soberana que las mayorías reclamamos.