Los textos se dividen entre el análisis de la repercusión de su pontificado en la Iglesia Católica y la observación de su supuesta acción en el plano geopolítico.

Para el cardenal Cormac Murphy-O’Connor, arzobispo de Westminster, «la Iglesia» acaba de perder a uno de sus mayores dirigentes, un gran comunicador que constituye un ejemplo para toda la humanidad. Lo que presenta en el diario The Age es el retrato de un santo. John I. Jenkins y John Cavadini, respectivamente presidente y director del departamento de Teología de la Universidad Católica estadounidense Notre Dame, no están lejos de compartir esta reverencia en el Boston Globe y en el International Herald Tribune. Ambos autores hacen énfasis en la repercusión que tuvo el papa sobre la fe católica sin precisar con exactitud de qué tipo fue. Afirman que, por sus encíclicas y sus otros escritos doctrinales, el papa dejará una huella duradera en los debates teológicos católicos.

Por su parte, el cardenal Philippe Barbarin, arzobispo de Lyon, se muestra menos piadoso hacia la figura de Juan Pablo II y dedica la mayor parte de la entrevista concedida a Le Monde a tratar sobre el próximo cónclave.

Como futuro elector del próximo pontífice, se cuida bien de hablar demasiado al respecto. Sin embargo, considera que la decisión se tomará en las reuniones preparatorias y que será necesario contar con un papa dispuesto a descentralizar la Iglesia católica. Si algunos no vacilan en presentar a Karol Wojtila como un santo, el arzobispo de Lyon considera que es el sucesor de éste quien deberá serlo.

Es evidente que el brasileño Leonardo Boff, teólogo de la liberación y ex sacerdote, no comparte tales elogios sobre las posiciones doctrinales de Juan Pablo II. En El Mundo, Boff afirma que la elección de Juan Pablo II fue una maniobra de los elementos más reaccionarios de la curia romana para bloquear el movimiento de reforma iniciado por el Vaticano. Después de su elección, Juan Pablo II se apoyó en argumentos panfletarios preparados por la CIA para combatir a los teólogos de la liberación favoreciendo así a la extrema derecha católica. E l que acaba de morir fue un papa fundamentalista. Este punto de vista se acerca al que refleja en el Guardian el profesor Terry Eagleton. Este autor denuncia la participación del papa en una revolución conservadora en la cual, tal como lo hicieron Reagan en los Estados Unidos y Thatcher en Gran Bretaña, luchó éste, en su esfera de influencia, contra la liberalización de los años 60. Peor aún, al prohibir el empleo del preservativo, este papa entra en la historia con las manos manchadas de sangre.

La comparación con Ronald Reagan encuentra eco entre los admiradores de Juan Pablo II en el plano geopolítico. Tal como el ex presidente norteamericano, el ex obispo de Cracovia es visto, en efecto, como el vencedor del comunismo.

El analista atlantista Timothy Garton Ash escribe en el diario inglés The Guardian y en The Age que la repercusión de las posiciones papales al final de la Guerra Fría es innegable y reconocida por todos los dirigentes de esa época. El autor considera además que, al final de su vida, el Papa desempeñó un gran papel en la lucha contra el «choque de las civilizaciones».

Benjamin Netanyahu, por su lado, utiliza esta muerte para armar su propia leyenda. En el Jerusalem Post, también él reescribe la Historia al presentar a Juan Pablo II como el vencedor del comunismo y coartífice, junto con él mismo, de la reconciliación entre católicos y judíos. El ex Primer ministro israelí afirma ser él quien invitó a Juan Pablo II a Jerusalén en el año 2000 y haber sido considerado por el papa como el «dirigente del pueblo judío» debido a su cargo de primer ministro israelí.

La influencia del ex pontífice en el fin de la guerra fría se sobreestima grandemente en detrimento de numerosos factores y de grupos políticos o religiosos, muchos de los cuales no eran católicos. El profesor Erhard Stolting opina en Die Tageszeitung que si bien el papa pudo contribuir a las revueltas contra el poder comunista en los países católicos, no es responsable de la caída de la URSS, tierra fuertemente ortodoxa donde el catolicismo no logró desarrollarse. El papa vencedor del comunismo es un mito y Juan Pablo II nunca pudo desarrollar la influencia católica en la tierra ortodoxa rusa. Para Jaroslav Pelikan, historiador especializado en el cristianismo, esto constituyó, por cierto, uno de los grandes pesares del difunto papa. En un texto ampliamente difundido en el New York Times, el International Herald Tribune y El Mundo, éste autor plantea que Karol Wojtila quería hacer de su reino un gran momento de reconciliación entre católicos y ortodoxos. Al constatar que este encuentro fracasó en parte, Pelikan exhorta a las Iglesias a reunirse en recuerdo del difunto papa. Se trata sobre todo de un llamado a la próxima dirección del Vaticano para que continúe la obra misionera de Juan Pablo II en el Este.