El pontificado de Juan Pablo II fue extenso y complejo. No se le puede hacer justicia sin estudiar los grandes temas que son objeto de preocupación de la Iglesia desde hace mucho tiempo. La principal característica de este Papa es el retorno a la disciplina.

No fue ni un reformador, ni un contrarreformador. Su tarea consistió en
Impedir un proceso de modernización que había surgido en los años 60. De esa forma impidió que la Iglesia asumiera dos graves problemas que la debilitan desde hace cuatro siglos: el surgimiento de las Iglesias protestantes, que rompió con la unidad del cristianismo, y la modernidad del Siglo de las Luces, de donde emanaron la razón, las ciencias, las libertades civiles y la democracia, mientras que la Iglesia está edificada como una monarquía absoluta. Frente a las Iglesias Evangélicas, la Iglesia adoptó una estrategia de competencia y de conversión de fieles para reconstruir la unidad cristiana. Frente a la sociedad moderna, la estrategia por la que optó fue la crítica a fin de rehacer la unidad de los pueblos en cuanto a los valores morales. Esas dos estrategias son un fracaso. Juan XXIII lo había comprendido y reunió un concilio para abordar esas cuestiones. Allí se desarrolló el diálogo ecuménico y, ante un mundo moderno, se organizó una reconciliación con las fuerzas del trabajo, de la ciencia, la técnica, las libertades y la tolerancia religiosa. Pero había un tercer asunto que no se trató: los pobres.

Una parte de la Iglesia latinoamericana tomó en cuenta este problema y recomendó a los cristianos que se implicaran en el movimiento social. Juan Pablo II fue elegido cuando ese proceso ya había comenzado [y] para contrarrestarlo. Se alió a la Curia romana para organizar el regreso a la disciplina. Reescribieron el derecho canónico para fortalecer la autoridad papal. El Papa y el cardenal Ratzinger consideraron que la liberación de los pobres no tenía ninguna importancia espiritual y combatieron a los teólogos de la liberación, una doctrina que vieron solamente a través del prisma deformante de los informes de la CIA. Consideraron ese movimiento como el caballo de Troya del marxismo y nunca comprendieron que el verdadero peligro en América Latina era el capitalismo salvaje.

Fuera de la Iglesia, el Papa se presentó como un hombre de diálogo pero en la Iglesia, puso frenos al derecho de expresión e instauró un orden fundamentalista. Su reino no hizo más que empeorar los problemas de la Iglesia.

Fuente
El Mundo (España)

El Mundo Referencia: «Juan Pablo II, el gran restaurador» por Leonardo Boff, El Mundo, 5 de abril de 2005.