La fotografía de un soldado de tropas élites, con un niño en brazos recorrió muchas de las publicaciones del mundo. Incluso, el pasado número del «Observatorio Militar Ruso» la publicó en su portada, sin siquiera saber cómo se llamaban este joven y el niño... que a la postre resultó ser una niña de ocho meses. Hoy ya podemos decir sus nombres: son el combatiente de las tropas de tareas especiales del Ministerio del Interior de Osetia del Norte, Elbrús Goguicháyev y Aliona Tsekáyeva.

En los días que se cumplían los cuarenta días de la tragedia de Beslán, ahí se encontraba nuestra corresponsal, que no sólo se entrevistó con Elbrús, sino que tomó las impresiones de muchas de las personas que fueron rehenes. Esta historia, sencillamente, ha sido conformada a partir de sus historias; cualquier otro comentario es totalmente improcedente.

El soldado Elbrús recuerda: justamente el 1 de septiembre era mi día franco y yo pretendía ponerme a reparar el carro. Llegando a un puesto de la Policía de Tránsito, a la salida de Vladikavkaz (capital de Osetia del Norte, N. del T.), saludé a un agente conocido y él fue el que me dijo lo de la escuela. De inmediato me puse en contacto con mi comandante y éste ordenó: «Urgente, todos deben salir para Beslán». Ni recuerdo bien cómo fue que llegué a casa; ahí, en la entrada, me topé con mi mujer, Tamara. Ella sabía todo y lo único que hizo fue gritarme al paso «cuídate».

Llegamos a la escuela, donde había mucha gente. Yo pensé: tanta gente nos va a crear problemas y así fue. Los hombres, cuyos hijos estaban en la escuela, trataban de entrar allí. Justo a la entrada de la escuela había dos cuerpos: uno todavía daba señales de vida, el otro ya estaba muerto.

Un francotirador disparó dos veces sobre el que aún vivía y éste calló definitivamente. No se puede negar que su francotirador era excelente. Él estaba en el techo y cualquiera que traspasaba la línea crítica recibía una ráfaga mortal. Había un perro correteando como a 700 metros de la escuela y él la mató. Así de simple, me imagino que tratando de mostrarnos todo su «arte».

Una cámara de seguridad pudo captar esta imagen de los niños y profesores secuestrados a la interior de la escuela.

El primer día lo pasamos como ciegos. No sabíamos las exigencias concretas de los terroristas. Ellos dejaron salir a una rehén con una hoja de papel plagada de garabatos, en la que pedían que era preciso sacar las tropas de Chechenia y concederle la soberanía a la República Chechenia. El asunto era ¿cómo se hacía eso en dos, tres días? Todo indicaba que ellos estaban dilatanto la cuestión, en espera de alguna orden.

Alita Sabánova, ex rehén

Mi suegro, Tarkán Sabánov, fue el primer director de la escuela. Y aunque él hacía rato que se había jubilado, siempre acostumbraba ir a la actividad de principio de curso. Y así lo hizo, en compañía de mis dos hijas, sus nietas. Yo estaba en casa y de pronto oigo disparos. Pensé, ¿serán petardos? ¿Pero de día? Luego siguieron más disparos y unos gritos horribles... Salí con lo que tenía puesto encima; y al llegar a la escuela, vi como unos hombres enmascarados obligaban a los niños a entrar en el edificio. Yo me aproximé corriendo y le dije a uno de ellos: ¿puedo entrar también? Y señalándome la puerta con la ametralladora me dijo: «¡Dale, rápido! Todos pueden entrar, pero nadie podrá salir».

Lo primero que vi al entrar en el gimnasio fue a mi Alina. Los pelos los tenía alborotados. El lazo que le había hecho colgando en su cabeza... Mis dos hijas quedaron vivas, pero mi suegro murió. Cuando comenzó el ataque, los niños corrieron a las ventanas y él los ayudó a subirse en los quicios.

El primer día los terroristas permitieron la comunicación de los padres y sus hijos, así como dejaban que fuéramos al baño para hacer nuestras necesidades y tomar agua. Cuando nuestros dirigentes anunciaron por todos los canales de TV que en la escuela había primero 120 rehenes, y luego rectificaron el número, elevándolo a 350 personas, los terroristas se bestializaron. «¡Ellos dicen que son 350, pues vamos a hacer que sean 350!»

Zara Daúdova, ex rehén

La idea de ellos siempre fue ocupar esta escuela. Cerca de mí había un terrorista sentado con una libreta cuadriculada doblada en dos. En ella pude leer, escrito con plumón y en letras grandes: «Plan»; y un poco más abajo, un coherente plano de la escuela. Ellos sabían a la perfección dónde quedaban las aulas, incluso, dónde las empleadas de la limpeza guardaban sus utencilios. Ellos lo sabían todo.

Terminando de minar todo, ellos tomaron a todos los hombres jóvenes y los muchachos de los grados superiores y los obligaron a trasladar todos los pupitres y hacer barricadas en las ventanas. Luego de eso, se llevaron a los hombres más fuertes a un lugar, donde, según nos dijeron, los fusilaron.

Una madre llorando su niño.

No sabíamos a ciencia cierta cuántos guerrilleros había. En la sala, con nosotros había tres, que cambiaban de vez en cuando. Vimos dos mujeres. Las caras las tenían tapadas y usaban largos vestidos negros, con tenis. Una de ellas tenía los pies tan grandes que usaba el 41-42; nuestros muchachitos no podían evitar risitas. Al toro día, cuando dejaron de dar agua y los niños comenzaron a beber su propia orina, las mujeres se indignaron, diciendo que nadie les había explicado que habría rehenes niños.
Las dos fueron asesinadas, así como uno de los guerrilleros que permitía a los niños ir al baño, cuando nadie los veía y les tiraba chocolates y caramelos.

Una de las niñas sufría mucho, pues tenía diabetes. Pues bien, ese terrorista le traía agua con azúcar. Pero ella de todas formas murió de shock diabético y a él lo mataron por que tenía lástima de los niños.

Alita Sabánova

El que más rabiaba era un terrorista que no se quitó la máscara hasta los finales. Temía que los profesores lo reconocieran. Vladímir Jódov estudió en esa escuela. En realidad él no era Jódov, sino Samoshkin. Había nacido en Berdiansk, Ucrania. Su madre se casó con el ingeniero militar Jódov y él adoptó al muchacho. Ellos se mudaron a Eljótovo y ahí les nació otro hijo: Borís.

Su madre Alexandra era enfermera y el padre estaba de electricista. Él no tuvo que enfrentar la vergüenza que supone actualmente haber participado en esos hechos, pues murió hace dos años. La madre, a su vez, fue expulsada por los habitantes de Eljótovo.

Elbrús Goguicháyev

Según lo que nos contaron en Eljótovo, Vladímir fue detenido varias veces por la policía y luego, no se sabe por qué, era liberado, aunque él estuviera circulado. En 1998 Jódov violó a una muchacha en la región de Krasnodarsk, a la cual, incluso, trató de matar. La muchacha quedó viva y dijo el nombre del violador. Jódov desapareció y reapareció en Julio de 2003 en el entierro de su hermano. Éste también era buena perla: a los 16 años mató a un vecino de la localidad y fue condenado a ocho años, pero lo soltaron en dos. Al regreso trató de secuestrar a una joven, pero el hermano de ella intervino en la situación. Se produjo un altercado en el cual mataron a Borís Jódov.

Y bien, llega Vladímir a los funerales: con barba y turbante, acompañado por otros dos barbudos. Luego los habitantes de Eljótovo los reconocieron: uno estuvo en Beslán; el otro apareció en televisión, como uno de los correligionarios de Shamil Basáyev (connotado terrorista checheno, N. del T.). Lo que ellos hicieron en aquel cementerio los habitantes del pueblo difícilmente lo olviden. Ellos sacaron el cuerpo del ataúd, lo envolvieron en una tela que habían traído, escavaron la tumba al estilo musulmán y sólo después enterraron al difunto.

Un día después, Vladímir Jódov es arrestado por la violación, pero enseguida lo sueltan. Todos llegaron a la misma conclusión en el pueblo: Jódov sobornó a la policía con una gran suma. Otra explicación no podía tener que un bandido que tenía a su haber tantos delitos, paseara a sus anchas por el lugar. Incluso hoy, los habitantes de la localidad piden que no se mencionen sus nombres porque se sienten atemorizados.

Ellos aducen que seguramente había autoridades superiores que sabían acerca de los hermanos Jódov y, sin embargo, nada sucedía, no los arrestaban. Por el contrario, al hermano de aquella muchacha, que trató de secretar Borís Jódov, fue sentenciado a siete años de prisión. Así es pues es nuestro sistema de justicia...

Alita Sabánova

Había más terroristas de los que dicen. Cuando comenzó el ataque, a nosotros nos obligaron a ir hacia el comedor y ahí pararnos en los quicios para comenzar a mover las manos, evitando así que dispararan hacia acá. Allí yo vi muchos, pero muchos terroristas. Todos sin máscaras, perdidos... se podía ver enseguida, que estaban muy nerviosos. Hasta ese momento nosotros no habíamos visto a estos bandidos. Y luego, cuando los investigadores nos interrogaban y nos mostraban fotos de los terroristas muertos, nosotros no reconocimos entre ellos a los del comedor. ¿Quiénes eran estas personas?

Elbrús Goguicháyev

Nosotros estamos en el cordón. Había momentos en que lo único que nos separaba de ellos era una pared, incluso podíamos oír sus conversaciones. Pudimos entender que ellos tenían fuera del gimnasio a sus coordinadores que por teléfono les informaban sobre todos los movimientos de afuera. La misma opinión tenían los miembros de los grupos de élite de las fuerzas federales rusas «Alfa» y «Výmpel», que llegaron a Beslán dentro de 3-4 horas luego del ataque.

En esos días los terroristas no dormían. Pienso que se mantenían a base de estimulantes. Pero de buenas a primeras, comenzaron a disparar desde sus ametralladoras al grito de «¡Alá Akbar!». Si el primer día la situación estaba mínimamente controlada, ya al segundo los terroristas prácticamente se volvieron como locos.

Los funcionarios de los servicios especiales que recién llegaban de Moscú al principio se familiarizaron con la situación. Estudiaron los planes de la escuela, las posibles vías de huida de los terroristas. Desde el comienzo los moscovitas y nosotros establecimos relaciones normales. Veíamos que para los muchachos esto no sólo era una operación de liquidación de una banda de terroristas. Lo más importante para ellos era la salvación de los niños.

Al finalizar estudio de la coyuntura, ellos nos aconsejaron la mejor forma de acordonar la zona. Ellos percibían que estábamos tensos y por eso trataban de distender la situación. Entre los integrantes de «Alfa» había un muchacho muy joven, de 27 años, natural de Krasnodar, razón por la cual los moscovitas lo llamaban Cherqués. Era muy alegre, constantemente tratando de azuzar a todos. Su hijo de tres años y su mujer embarazada quedaron en Moscú.

Él hasta nos invitó al bautizo del niño, pero murió. Cuando un bandido salió con una granada y arrancó el detonador, Chequés gritó: «¡Protejan a los niños!», y en eso se lanzó sobre el bandido, cubriéndolo con su cuerpo. La granada le estalló debajo de él.

No sé de dónde apareció la cifra de 350 rehenes. Nosotros sabíamos desde el principio que en el gimnasio había 1500 personas entre niños y adultos. Quién sabe, si al comienzo los responsables hubieran dicho la verdad, el deselance hubiera sido diferente.

Al segundo día, se esperaba a alguien por la mañana. Cerca de las tres llegó Ruslán Áushev. De algún modo fue posible comunicarse con Ajmed Zakáyev, luego con Masjádov y luego con los terroristas. Estos aceptaron negociar con Ruslán Áushev y éste se dirigió a la escuela. Estuvo allí poco tiempo, cerca de 15-20 minutos, pero supo convencer a los guerrilleros para que dejaran a las mujeres con los niños de pecho, las cuales eran 26.

Una de estas mujeres, Fátima Tsekáyeva, le entregó a Ruslán a Aliona, su niña de ocho meses, para poder quedarse con sus otros dos hijos, Majar de tres años y Cristina de diez. Majar pudo ser evacuado durante el ataque, mientras que Fátima con su hija mayor fallecieron. Ruslán me entregó a Aliona a mí. Fue justamente esa la foto que todos vieron.

Nadie se preparó para atacar. Todo lo que sucedió el 3 de septiembre, sucedió espontáneamente. Los muchachos de «Alfa» y «Výmpel» estaban entrenándose en otro lugar, por ello no traían el equipamiento necesario en una situación así. Hubo unas explosiones en el interior del edificio y por los orificios creados los niños comenzaron a huir; pero los terroristas empezaron a dispararles. Los primeros en salvar a los niños fueron los moscovitas. Ellos los tapaban con sus cuerpos, mientras que los terroristas les tiraban por la espalda.

Delante de mí una bala atravezó el cuello del comandante y él cayó apretando a un niño contra su pechp. Los oficiales de «Alfa» y «Výmpel» hicieron todo lo que de ellos dependía e incluso más de lo que en esas condiciones podía llevarse a cabo. Ellos salvaron a los niños al precio de sus vidas.

En una de las paredes de la antigua escuela # 1 de Beslán está escrito: «Alfa» y «Výmpel» - gracias muchachos. El 12 de octubre, en Moscú, al cementerio de Nicolo-Arjanguelsk, donde están enterrados diez oficiales de «Alfa» y «Výmpel», vinieron sus familiares y colegas. También vino a rendirles tributo el soldado de élite de Osetia del Norte Elbrús Goguicháyev. Él tuvo que reconocer que cada noche ve en sueños unas manitas infantiles que se extienden hacia él.


Este artículo apareció originalmente en la Revista Militar Rusa.

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Fuente
RIA Novosti (Rusia)