El cónclave duró exactamente 24 horas. Fue una verdadera experiencia espiritual de comunión en una atmósfera de plegaria y de paz. No se trató ni de un contrato político, ni de un plebiscito sino más bien de una especie de evidencia apacible. Para todos los cardenales, las discusiones que lo precedieron permitieron expresar todas las dificultades y todos los problemas.

Benedicto XVI asume plenamente el legado de Juan Pablo II, de quien fue el principal colaborador. Pero al mismo tiempo es evidente que su personalidad y su estilo son muy diferentes. Benedicto XVI es el último gran teólogo que participó como experto, y no como obispo como Juan Pablo II, en todo el concilio Vaticano II. Es un gran pensador. Al igual que Juan Pablo II, Benedicto XVI conoció la guerra. Vivió su juventud en la Alemania nazi, cuyos extravíos pudo apreciar siendo muy joven aún. El medio católico en el cual se formó no era en modo alguno complaciente acerca del tema. Sabe cuál ha sido el costo de los totalitarismos para la humanidad y la iglesia. Posee asimismo una vasta cultura estética y profesa una sincera amistad a Francia.

Juan Pablo II le confió una difícil misión ya que era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. No se le pedía que se distinguiera ni que se dedicarse a las relaciones públicas sino que precisara lo que responde o no a la fe católica. Lo hizo con honestidad y precisión. Eso alimentó prejuicios que será preciso volver a evaluar para descubrir quién es en realidad. De hecho, es un hombre de gran delicadeza.

La voluntad ecuménica es fuerte e íntegra en Benedicto XVI. Pero para poner en práctica el ecumenismo hay contar con la voluntad de muchos. El verdadero problema del ecumenismo contemporáneo reside en que solamente puede existir verdadera unidad cristiana dentro de la verdadera comunión en el marco de la fe. ¿Qué debemos creer para reconocernos como cristianos? Ahí reside el problema principal, pero éste no se plantea con las iglesias de la ortodoxia y encontramos una comunión de fe con las Iglesias de los nuevos movimientos evangélicos. El cardenal Ratzinger ha luchado por el reconocimiento de las raíces cristianas de Europa. Se trata de una verdad, pero que no es la nuestra. Esa verdad es la siguiente: no se puede edificar un futuro sin la conciencia de un pasado común. Con relación a los vínculos con el Islam, el problema no descansa solamente en Benedicto XVI sino en el conjunto de los pueblos marcados por el Islam así como en las demás naciones, en las demás culturas ya que existe en estos momentos un verdadero problema mundial con relación al tema. La iglesia puede desempeñar un papel de mediador pero, una vez más, no puede haber progreso unilateral en la comprensión y el diálogo. Es preciso que los esfuerzos vengan tanto del lado del Islam como de las demás culturas. Benedicto XVI está muy consciente de ello y es sensible al problema de las relaciones con el judaísmo.

La elección de un alemán es una verdadera garantía de reconciliación. Es una verdadera infamia acusarlo de haber pertenecido a las Hitlerjugend. No sé si estuvo en ellas, y es probable ya que todos los jóvenes alemanes pasaron por ahí. Pero no transigió con nada de eso. El nombre de Benedicto es una garantía de reconciliación. También nos ha hablado de Europa al recordarnos que Benedicto es también San Benito, uno de los grandes santos patronos de Europa, cuya regla sirvió de marco y de referencia para moldear toda Europa con el monarquismo como elemento de civilización.

Fuente
Le Figaro (Francia)
Difusión: 350 000 ejemplares. Propiedad de la Socpresse (creada por Robert Hersant, hoy es propiedad del constructor de aviones Serge Dassault). Es el diario de referencia de la derecha francesa.

Le Figaro. Referencia: «Benoît XVI a une amitié de coeur pour la France et la culture française», por Jean-Marie Lustiger, Le Figaro, 21 de abril de 2005.