Como nos enseñó Sun Tzu, la victoria en una batalla exige conocer al adversario. Este es el conocimiento del que carecemos en Irak para enfrentar la insurrección.
En algunos aspectos, la insurrección iraquí es idéntica a las que la precedieron en el siglo XX. Como todas las insurrecciones, su fracaso o su éxito dependerán de su capacidad de movilizar el apoyo de la población. Y un elemento aún más importante, la historia nos recuerda que una vez que una insurrección ha alcanzado proporciones críticas deben transcurrir decenios para poder deshacernos de ella. Además, como ha ocurrido en otras insurrecciones, los insurrectos emplean medios horribles para intimidar a la población y echar la culpa al gobierno.
Sin embargo, esta sublevación es diferente ya que mezcla la pasión religiosa con el radicalismo político. Al contrario de lo sucedido en el siglo XX, los insurrectos no cuentan con el apoyo de una potencia sino que forman parte de una insurrección mundial cuyos miembros están unidos por el islamismo y de la cual forma parte Al Qaeda. Es capaz de golpear fuera de su territorio. En realidad, esta revuelta reúne a tres grupos diferentes: los miembros de la Yihad, los antiguos partidarios del partido Baas y los partidarios del dominio sunita. Estos tres grupos no son dirigidos por un mando central. Los tres tienen un objetivo nihilista: la destrucción del nuevo gobierno iraquí.
La buena noticia es que una insurrección de este tipo no puede «triunfar»; la mala es que es difícil vencer una red desorganizada. Su derrota o su victoria dependerán de tres factores: la voluntad del gobierno iraquí, la reacción de la población chiíta y el mantenimiento o no del apoyo financiero por parte de Siria y Arabia Saudita.

«Iraq revolt differs from past ones», por Steven Metz, Korea Herald, 6 de junio de 2005.
«Insurgency can’t win, but it can stymie democratic development», Taipei Times, 6 de junio de 2005.
«Understanding Iraq’s armed theater», Daily Star, 8 de junio de 2005.