Jean Asselborn, ministro de Relaciones Exteriores de Luxemburgo, y Condoleezza Rice, secretaria de Estado de Estados Unidos, durante la conferencia de Bruselas. Al fondo, un bombardeo sobre Bagdad en mayo de 2003.

A pedido del gobierno iraquí, Estados Unidos y la Unión Europea organizaron en Bruselas, el 21 y 22 de junio de 2005, una conferencia internacional sobre Irak.

Respondiendo al llamado, más de 80 países y organizaciones intergubernamentales participaron en ella y adoptaron por unanimidad una declaración común sobre el seguimiento de la resolución 1546 del Consejo de Seguridad. Todas las delegaciones expresaron su optimismo y, en su discurso de clausura, la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, no dejó de felicitar al gobierno iraquí de transición y de expresarle el «apoyo total y de todo corazón» [1] de la comunidad internacional.

Sin embargo, si dejamos de lado los comunicados de prensa y otros documentos redactados de antemano por periodistas complacientes, salta a la vista que la conferencia no tenía nada que ver con la ayuda que necesita el pueblo iraquí sino con la que tanta falta le hace al gobierno de Estados Unidos, empantanado en una guerra imposible de ganar.

Fuera de las intervenciones de la delegación iraquí, dirigida por el primer ministro Ibrahim A. Al-Jafaari, las de los participantes no pasaron de cinco minutos. Fue una larga letanía para felicitar al pueblo iraquí por su valentía y al gobierno iraquí por su elección.

Condoleezza Rice quiso que los participantes dijeran uno a uno que la elección había sido democrática. No le quedó más remedio que contentarse con un reconocimiento por «el buen desarrollo del escrutinio» ya que las condiciones en que se designaron los candidatos bajo el control de las tropas ocupantes no engañan a nadie.

Lavrov, el jefe de la diplomacia rusa, quiso en cambio que todos dijeran que el porvenir de Irak no debe quedar bajo control exclusivo de la Coalición. Durante la cumbre de Sharm-el-Sheik, en 2004, logró que Estados Unidos reconociera vagamente algún papel a la ONU. Por otro lado, impuso como condición a su participación en la conferencia de Bruselas que los sunitas sean asociados a la redacción de la constitución, a pesar de haber sido marginados, de forma fraudulenta, de la Asamblea Nacional.

El Consejo Europeo había preparado una de sus síntesis características: un texto de tres páginas tan denso como vacío. Lo importante es que deslizó una frase de condena contra las acciones de la resistencia contra los colaboradores y las tropas de la Coalición: «Los participantes condenaron firmemente todo acto de terrorismo, (...) así como los actos de violencia contra las autoridades iraquíes y quienes contribuyen a establecer la estabilidad en Irak». Nadie se dio por aludido, ni siquiera los que envían armas de último modelo a la resistencia.

En su discurso de apertura, el luxemburgués Jean Asselborn, actual presidente del Consejo europeo de ministros de Relaciones Exteriores, no dejó de expresar «la repulsa que le inspiran los atentados terroristas que golpean implacablemente al pueblo iraquí». Mientras tanto, de forma algo fuera de lugar, el Alto Comisionado para la Política Común de Seguridad y de Defensa de la Unión Europea, Javier Solana, expresó a la vez su regocijo ante la ayuda que la Unión Europea aporta a la formación de jueces y policías iraquíes así como por la contribución de la OTAN, de la que él mismo fue secretario general.

El secretario general de la ONU, Kofi Annan, quien olvidó hace rato sus propias declaraciones sobre el carácter ilegal de la guerra contra Irak, pronunció otro sermón exhortando a la comunidad internacional a expresar su solidaridad con el pueblo iraquí.

Todo el interés de las intervenciones de los participantes consistió en que fueron el reflejo de un consenso negociado con antelación: todo el mundo se había puesto de acuerdo sobre formulaciones lo suficientemente ambiguas como para dar la impresión de que existe un acuerdo de fondo.

 El proceso político debe incluir a todos los factores iraquíes;
 Debe incluir las legítimas exigencias de los Estados de la región;
 Debe incluir el punto de vista de la comunidad internacional.

Sin embargo, basta con calificar a la resistencia de «terroristas» para no tener que incluirla; basta con acusar a Siria e Irán de apoyar a los «terroristas» para no tener en cuenta las legítimas exigencias de esos dos Estados; en cuanto a la comunidad internacional, se le pide esencialmente que se someta.

Kofi Annan y Condoleezza Rice.

El objetivo de la conferencia no era tomar decisiones. Pero, ya que los principales protagonistas estaban allí, se tomaron algunas rápidamente.

Los participantes miembros de la OMC se comprometieron a apoyar la incorporación de Irak a esa organización, los miembros del Consejo de Seguridad invitaron a la ONU a entregar al Tesoro iraquí lo que queda del presupuesto de las misiones de inspección.

Después, Jean Asselborn presentó la Declaración Final que ya todos conocían. Preguntó si podía comprobar el consentimiento de las delegaciones y, sin esperar siquiera la reacción de éstas, despidió a los participantes.

Estos se dieron entonces cita para la conferencia de donantes que tendrá lugar los días 18 y 19 de julio en Amman. Allí tendrán sin dudas la ocasión de reiterar las promesas ya incumplidas que se hicieron en Madrid, en 2003, y en Tokio, en 2004. Estos encuentros rituales no aportan gran cosa al pueblo iraquí, pero sí permiten a George W. Bush mantener su discurso sobre la «democratización» a punta de metralleta haciendo ver que Washington encarna el Bien y que actúa de acuerdo con sus aliados.

La diplomacia internacional se pone así al servicio de la imagen del presidente de Estados Unidos quien, orgulloso de ese apoyo formal, no tardará seguramente en pronunciar un importante discurso sobre la libertad reinstaurada en Irak.

[1«Fully and wholehartedly»