Exactamente antes de la Cumbre del G-8 en Escocia, el presidente estadounidense, George W. Bush, retoma en una entrevista concedida al Times de Londres los temas controvertidos de su política. Personalizando los temas, se defiende de su mezquindad en cuanto la ayuda a África y exalta las alianzas que ha establecido para reformar las economías africanas y llevar el crecimiento a esos países. Se trata de la clásica justificación del imperialismo económico enmascarado en la ayuda al desarrollo. En lo referente al calentamiento global, el tono es evasivo. Estados Unidos tendría buenas razones para haber rechazado el protocolo de Kyoto, aunque no precisa cuáles, y la investigación permitiría mejorarlo todo. Sin embargo, George W. Bush admite que en el futuro habrá que ser menos dependiente de las energías fósiles, un enfoque mucho más pragmático que ecológico dado el estado de los recursos energéticos no renovables y de los conflictos en proyecto por parte de Washington. Sobre el tema de Irán, se defiende por sabotear las negociaciones de los europeos y afirma que trabaja con Londres, Berlín y París para lograr la detención del programa nuclear iraní, acusando a Teherán de querer destruir a Israel. Finalmente, en lo tocante a Irak, retoma las grandes líneas de su alocución en Fort Bragg y que detallamos hoy en nuestro Focus.
Esta entrevista, realizada por periodistas complacientes que trabajan para Ruppert Murdoch, es igualmente la ocasión para exaltar los vínculos indefectibles entre Estados Unidos y el Reino Unido mediante la amistad que une al huésped de la Casa Blanca y a Tony Blair.
Ahora bien, esta amistad es cada vez más embarazosa para el Primer Ministro británico. Volviendo al discurso de George W. Bush del 28 de junio, el ex ministro británico de Relaciones Exteriores, Robin Cook, considera en The Guardian que el presidente estadounidense niega los verdaderos problemas de Irak, aunque le reconoce el mérito de expresarse sobre el tema ante su población, contrariamente a Tony Blair. Este último sólo habla de Irak para acudir en ayuda de su aliado en la Casa Blanca. El autor fustiga la docilidad del Primer Ministro británico: se trata de una política que no aporta nada al país y que ni siquiera sirve al propio Blair en los Estados Unidos dada la impopularidad de Bush. Robin Cook, muy próximo de los demócratas, se centra en los vínculos personales entre Blair y Bush sin cuestionar la «relación privilegiada» estadounidense-británica.

En la actualidad, sólo el 39% de los estadounidenses apoya el compromiso de su país en Irak. Para remediarlo, el presidente estadounidense pronunció un discurso en Fort Bragg que pretendía devolver la fe a su población en cuanto a la aventura colonial iraquí. El ejercicio fue en vano y hoy es severamente criticado por los editorialistas. Paradójicamente, las objeciones planteadas muestran la unidad de las élites en Washington. En efecto, si bien la gestión de la ocupación por parte de la administración Bush es criticada, en ningún momento se cuestiona la buena voluntad estadounidense ni la legitimidad de la invasión. En los medios mainstream, la democratización del «Gran Medio Oriente» o la lucha contra los «yihadistas» están siempre presentes como los verdaderos motivos de la conquista. Se han olvidado las armas de destrucción masiva y el saqueo de los recursos energéticos sólo se evoca entre líneas. Las críticas van únicamente dirigidas a la táctica o al estilo del discurso.
La víspera del discurso presidencial, el senador demócrata por Massachusetts y ex candidato presidencial John F. Kerry, presentaba en el New York Times y en el International Herald Tribune el discurso que hubiera pronunciado de haber sido electo, y donde retoma las grandes líneas de la estrategia de evacuación de Irak que había presentado durante su campaña electoral: internacionalización del conflicto, progresiva iraquización de las fuerzas de seguridad en el país y establecimiento de un calendario para la salida de las tropas norteamericanas. Esta retirada de Irak es tanto más importante para John Kerry cuanto que éste se proyecta ya hacia otros objetivos.
También en el New York Times, pero después del discurso del Presidente, el ex analista de la CIA, Kenneth M. Pollack, considera que la administración Bush debe tomarse su tiempo para formar las tropas iraquíes. Lo urgente es conquistar «el corazón y los espíritus» de la población para aislar a los resistentes. Para ello es necesario mejorar las condiciones de vida de la población, pero también comprar el apoyo de los dirigentes sunitas mediante la corrupción. Además es necesario reconstruir la infraestructura petrolera. Esta idea de movilización de una parte de la población contra la resistencia iraquí se encuentra igualmente en el centro de la tribuna del periodista de la NED/CIA, Larry Diamond, en Los Angeles Times. El autor considera que debe ganarse el apoyo de los iraquíes mediante el mejoramiento de sus condiciones de vida, integrándolos al proceso político e igualmente mediante alianzas con algunos responsables tribales; la idea de corrupción del señor Pollack no está muy lejos. Finalmente, pide que la ONU sirva de intermediaria en las discusiones directas con la insurrección.

En cuanto a la alocución en sí, Los Angeles Times da la palabra a dos ex redactores de discursos oficiales: al halcón y ex redactor de los discursos de George W. Bush, David Frum, y al ex redactor de los discursos de Robert McNamara, quien había difundido los Pentagon Papers en 1971, Daniel Ellsberg.
Para el neoconservador, la política en Irak es buena, pero mal explicada. Hay que dar pruebas de mayor optimismo y mostrar las victorias de la Coalición. Lo que inquieta principalmente a Frum es que el creciente desconcierto de los norteamericanos ante la aventura colonial iraquí podría disuadir de atacar Siria e Irán. Así, llama a una pronta ofensiva contra estos «regímenes hostiles». Por el contrario, para el arrepentido Daniel Ellsberg el discurso de George W. Bush no puede convencer pues no es más que una repetición de los artificios que sirvieron a Kennedy, Johnson y Nixon para enmascarar los fracasos de Vietnam. La propaganda es la misma e igual será el fracaso de los Estados Unidos, advierte.