La elección de Mahmud Ahmadineyad ha sido una sorpresa de la cual no se han recuperado los expertos invitados por los principales medios de comunicación. De hecho, debido a su perfil, es difícil saber qué esperar de su parte. Ahmadineyad es el primer presidente de la República Islámica que no es religioso a pesar de ser fiel al modelo teocrático. Es el primer ex Guardia de la Revolución en llegar a un cargo tan elevado, encarna una nueva generación de dirigentes políticos iraníes y fue electo sobre la base de un programa socialista. Es difícil hacer pronósticos sobre las próximas medidas que tomará y sobre la orientación de su política. A esta incertidumbre se añaden las vacilaciones de determinados atlantistas acerca de la posibilidad de un ataque a Irán, un adversario que podría mostrarse muy engorroso y que podría ripostar duramente a una agresión. Ese cúmulo de dudas se percibe al leer las tribunas publicadas por los autores atlantistas o las tradicionales retransmisiones por parte de Israel. La hermosa unidad que tradicionalmente prevalece en temas como Siria, el Líbano o Irak se ha hecho pedazos.

En Francia no se observa esa división. El análisis de los resultados de las elecciones iraníes sigue estando dominado por una visión binaria entre «reformistas» en los cuales se puede tener más o menos confianza y «conservadores» de los cuales, decididamente, hay que desconfiar.
_ Así, en Le Figaro, el ex vocero de las falanges cristianas libanesas, el director del Observatorio del Mundo Árabe, Antoine Basbous, se preocupa por el endurecimiento del régimen. Es del criterio de que Irán se prepara para enfrentarse a Estados Unidos y a una juventud iraní que el gobierno ya no logra organizar. A causa de una próxima confrontación en dos frentes, el gobierno se aglutina en torno a Alí Jamenei, el guía supremo de la revolución. El autor vaticina que próximamente Irán se parecerá al Afganistán de los talibanes.
Por su parte, el analista atlantista, Bruno Tertrais, expresa en Le Monde que la elección de un conservador en Irán hará más difíciles las discusiones con la Unión Europea. En su criterio, Ahmadineyad es apoyado por grupos deseosos de que Irán cuente con armamento nuclear y que no quieren discutir con Estados Unidos. Actualmente Tertrais considera que los iraníes quieren ganar tiempo gracias a las negociaciones y aprovecharse de ellas para desarrollar las instalaciones que permitan la construcción de armas nucleares.
Sin embargo, en el mismo diario, Farhad Khosrokhavar, investigador de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, matiza este análisis. En su opinión, esta elección evidencia el agotamiento de los reformistas, que se abstuvieron, pero sobre todo un repliegue de las capas populares hacia el igualitarismo predicado por los medios chiítas conservadores. Sin alegrarse de la elección de un presidente que él considera un «neoconservador» iraní, afirma que pueden esperarse avances en la cuestión de las negociaciones nucleares: hoy existe coherencia en el gobierno iraní y eso facilitará las discusiones.

Fuera de Francia, sin embargo, hay posiciones mucho más sorprendentes. En tal sentido, el analista iraní del gabinete de relaciones públicas neoconservador Benador Associates, Amir Taheri, lanza ataques contra Ahmadineyad en el Gulf News que se han publicado en la prensa internacional. Para él, no tiene sentido alguno la acusación referente a la participación del nuevo presidente en la toma de rehenes de la embajada estadounidense en 1979. Él, por el contrario, se opuso a ese secuestro. El autor da mucho más crédito a las acusaciones sobre su implicación en la muerte de tres disidentes kurdos iraníes en Viena en 1989. Pero lo hace para minimizar enseguida su papel y para poner en duda su conocimiento del crimen que se preparaba.
Mahan Abedin, colaborador de Daniel Pipes, hace también un análisis ambiguo en el Daily Star. El nuevo presidente iraní fue electo sobre la base de un programa social, no es un mulah pero fue apoyado por simpatizantes del ayatolá Jomeini y por una nueva generación que se propone encauzar de nuevo a la Revolución Islámica por su senda original. Partiendo de esa premisa, su hipótesis es que los tradicionales medios conservadores iraníes tal vez no acepten con facilidad a este recién llegado. No obstante, saca una conclusión en sentido doble: no puede haber cambio de régimen en Irán. Para el autor, ¿significa eso que Irán no es capaz de reformarse sin una intervención extranjera que él desea o que la población está demasiado aferrada a los ideales de la Revolución de 1979 como para permitir que se le imponga un régimen aliado de Washington? Es difícil saber lo que Abedin piensa en verdad al respecto.
Todos los círculos neoconservadores, empero, no muestran la misma ambigüedad o la misma prudencia. Tras haber ocupado durante tres días las páginas del Washington Times la semana pasada, Kenneth Timmerman, de la Foundation for Democracy in Iran, insiste en su propaganda antiiraní en el Jerusalem Post. En su criterio no hay lugar a dudas: Ahmadineyad llegó al poder gracias a unas elecciones fraudulentas, es un extremista y quiere a toda costa desarrollar el programa nuclear iraní. Según Timmerman, Irán ha adquirido unas quince ojivas nucleares con el apoyo de Paquistán, China y Rusia, y con la tácita complicidad de Alemania. Actualmente, Teherán está a punto de equipar con esas ojivas misiles de largo alcance y Estados Unidos no puede esperar nada del Consejo de Seguridad de la ONU. Por ello, invita a Estados Unidos y a Israel a atacar con rapidez a la República Islámica.

En el otro extremo del tablero geopolítico, el analista prosirio, Patrick Seale, muestra un entusiasmo poco habitual en él con respecto a Mahmud Ahmadineyad. En el Gulf News y en el Dar Al-Hayat, Seale afirma que el nuevo presidente aplicará una política social y nacionalista que puede ser un ejemplo para sus vecinos árabes. Seale considera que Irán se beneficia hoy del maná petrolero y de lazos estrechos con China y Rusia, mientras que Estados Unidos se encuentra empantanado en Irak, todo lo cual sitúa a Ahmadineyad en una posición de fuerza. La visión idílica planteada por el autor puede enfocarse de manera relativa, pues la cuestión de un ataque o no a Irán no se ha decidido por parte de Washington. En realidad, de lo que el analista se alegra sobre todo es de la derrota de Alí Rafsandjani. Se sospechaba que este se encontraba dispuesto a sacrificar su alianza con Damasco y con el Hezbollah en aras de un entendimiento con Washington.