Las fuerzas del FSB asesinaron a Aslan Maskadov el 8 de marzo de 2005, en un pueblecito a doce kilómetros de Grozny. Para los atlantistas (ideólogos de la OTAN o que promueven su ideología), Maskhadov simbolizaba la moderación y la búsqueda de una solución política al conflicto checheno. Por el contrario, para la opinión pública rusa, era la justificación política de un grupo de rebeldes sin fe ni ley, y era por ello el verdadero responsable de que continuara la guerra. Es difícil saber lo que representaba para los propios chechenos pero es un hecho que no gozaba ya de su pasada popularidad, aunque cuando conserve aún partidarios entusiastas.
Su muerte brinda la ocasión, para todos los observadores, de interrogarse sobre el futuro de la región. Las conclusiones siguen siendo diametralmente opuestas, según la apreciación que tengan de los orígenes del conflicto.

Pero, ¿quién era entonces Aslan Maskhadov? Para responder a esa pregunta, el Tageszeitung reproduce la última entrevista que concedió a la prensa. En ella acusa a los «rusos» de querer aplastar a los chechenos y se presenta como un partidario del diálogo. Sin embargo, a la vez que tiende la mano a Moscú, amenaza con exportar la guerra a todo el Cáucaso si se le niega la independencia.
Aquí ponemos la expresión «los rusos» entre comillas ya que, desde su punto de vista, los chechenos no son rusos; mientras que desde el punto de vista de Moscú y de la comunidad internacional, sí son ciudadanos rusos.
Maskhadov había sido electo presidente de la República de Chechenia en 1996, en pleno período de desmembramiento de la Unión Soviética y de desmovilización del Ejército Rojo. Había proclamado unilateralmente la independencia de su República y había tenido su parte de responsabilidad en el desencadenamiento de la guerra. No obstante, para el Kremlin siguió siendo un interlocutor hasta que extendió la guerra a las República rusas vecinas e incluso hasta la Georgia independiente. En esta entrevista, confirma una estrategia que le valió no seguir siendo considerado por la comunidad internacional como un líder independentista, sino como un jefe de guerra que manipulaba una causa nacional.
En Izvestia, su hijo, Anzor Maskhadov, no excluye que haya sido asesinado a consecuencia de una traición. Sobre todo confirma que él no le sucederá y se aparta a favor del cheik Abdul-Hakim Sadulaiev.

Ahora bien, la legitimidad de este último no se funda en una elección pasada sino únicamente en la decisión del Consejo de Defensa de los rebeldes, tanto más cuanto que hace mucho tiempo que Moscú lo presenta no como un checheno rebelde, sino como un mercenario saudita financiado por los anglosajones. Es por eso que el vocero exiliado en Londres del gobierno independentista, Ahmed Zakaev, se esfuerza, en Le Temps, en reconocer su autoridad y desviar la polémica hacia el caso de Chamil Basaev. Afirma que éste último (que reivindicó recientemente el atentado de Beslan) no representa la causa chechena, sino que es un agente de Moscú encargado de desacreditarla.
Por su parte, Ramzan Kadyrov, hijo del ex presidente antisecesionista asesinado en 2004 y actual viceprimer ministro, concede frecuentes entrevistas a la prensa rusa.
Por doquier, califica a Aslan Maskhadov de « sheitan », es decir de diablo. En Komsomolskaia Pravda, recuerda que el difunto había intentado crear una especie de República Islámica en el sentido oscurantista del término. Por esa razón interpreta la fecha de su muerte, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, como una señal del destino que recuerda todas las mujeres que oprimió Maskhadov. En Izvestia, subraya que aunque Maskhadov quizás no haya dirigido personalmente acciones terroristas, siempre las encubrió, y por ello la responsabilidad política recaía sobre él.

En Moscú, el diputado antisecesionista checheno, Aslambek Aslakhanov, dio una conferencia de prensa publicada por RIA-Novosti. Según él, la guerra ya no tiene razón de ser y está llamada a terminar poco a poco. Sin embargo, los problemas sociales perdurarán y con ellos una violencia esporádica. En efecto, la población chechena se dedica tradicionalmente al oficio de soldado, y la desmovilización del Ejército Rojo se traduce en un desempleo masivo y sin perspectivas. Por consiguiente, no habrá paz sin formación ni desarrollo económico.
Consejero escuchado por el presidente Putin, Aslakhanov no reconoce al difunto competencia política alguna, pero saluda su coraje a la vez que deplora que no haya puesto este al servicio de una causa más noble. Y sigue diciendo que si bien Maskhadov no es responsable de la captura de rehenes de Beslan, tampoco intervino para ponerle fin.

Todo esto es una vergüenza, exclama André Glucksmann en Le Monde:
Maskhadov era un hombre de la resistencia, un héroe de la libertad. Para el ensayista atlantista, el drama checheno enfrenta desde hace tres siglos a un pequeño pueblo y a su opresor ruso y Vladimir Putin encarna el retorno al pasado. No es más que un ex agente del KGB soviético que restaura las crueldades del zarismo.
Más seriamente, el profesor Georgi Derlugian de la universidad de Chicago recuerda en Izvestia que el difunto era ante todo un oficial del Ejército Rojo, leal a la Unión Soviética al punto de reprimir a los independentistas bálticos, en 1991, por orden de Mijail Gorbatchov. Había creído que podría crear una República independiente con la ayuda de Moscú y la crisis que contribuyó a provocar lo había sorprendido. Era un buen militar, pero mediocre como político.
Sus sucesores no tienen ni las cualidades que tenía él, ni las que le faltaban.
Para el profesor Rajan Menon, miembro del Council on Foreign Relations, el difunto era favorable a un Estado laico (incluso si había instituido un régimen religioso oscurantista) mientras que su sucesor es partidario de un Estado islámico. Por ende, la resistencia continuará y se radicalizará en el plano religioso, afirma en Los Angeles Times.
Por último, para el politólogo « eurasista » Alexander Duguin, esa guerra no es más que un medio -para los Occidentales- de debilitar a Rusia. En Komsomolskaia Pravda, asegura que al no poder continuar con la opción armada, van a cambiar de método y probar con la injerencia soft. Por consiguiente, en lo sucesivo van a utilizar como instrumento al gobierno antisecesionista e intentar llevarlo a una
«revolución naranja», al estilo ucraniano. En resumen, aún siendo antisecesionistas, los chechenos siguen siendo sospechosos.