La comprensión de un hecho depende de su contexto, pero este último se define a su vez en función de nuestra comprensión anterior. A tal punto que, a menudo, lo que vemos no hace más que confirmar lo que ya creíamos saber. Así sucede con los atentados ocurridos en Londres el 7 de julio de 2005: confirman nuestros prejuicios en la misma medida en que nos aturde su violencia.

Para algunos, los atentados de Londres demuestran una vez más que los islamistas quieren destruir la civilización y que, desde los atentados de Madrid, están atacando a Europa. Para otros, son, por el contrario, pero también junto a los atentados de Madrid, el castigo al colonialismo de la Coalición.

Para otras personas, entre las cuales me sitúo, son una operación más en la «estrategia de la tensión» que dirige el complejo militar-industrial anglosajón.

Con sorprendente constancia, cada analista sigue su propio razonamiento, desde el 11 de septiembre, sin detenerse en los hechos. No es sin embargo razonable creer que el paso del tiempo no nos permite descartar ciertas hipótesis, que no desmiente algunas de ellas.

Examinemos la lógica interna de las tres posiciones antes expuestas.

Para los dirigentes de la Coalición, y con ellos la clase dominante en el mundo, los atentados de:

 Nueva York (26 de febrero de 1993),
 Riad (13 de noviembre de 1995),
 Khobar (25 de junio de 1996),
 Nairobi y Dar-Es-Salam (7 de agosto de 1998),
 Adén (12 de octubre del 2000),
 Nueva York y Washington (11 de septiembre de 2001),
 Djerba (11 de abril de 2002),
 Karachi (8 de mayo y 14 de junio de 2002),
 Yemen (6 de octubre 2002),
 Bali (12 de octubre de 2002),
 Mombasa (28 de noviembre de 2002),
 Riad (12 de mayo de 2003),
 Casablanca (16 de mayo de 2003),
 Yakarta (5 de agosto de 2003),
 Bagdad (19 de agosto de 2003),
 Riad (8 de noviembre de 2003),
 Estambul (15 y 20 de noviembre de 2003),
 Irbil (1ro de febrero de 2004),
 Madrid (11 de marzo de 2004),
 Khobar (29-30 de mayo de 2004),
 Mosul y Ramadi (24 de junio de 2004),
 Yakarta (9 de septiembre de 2004),
 Sinaí (8 de octubre de 2004),
 Yeddah (6 de diciembre de 2004),
 Mosul (21 de diciembre de 2004),
 Manila (14 de febrero de 2005),
 Hilla (28 de febrero de 2005) y,
 Londres (7 de julio de 2005)

son obra de un protagonista único: Al-Qaeda.

Esa creencia se apoya en un conjunto de comunicados de autoría, ninguno de los cuales ha podido ser verificado.

Ante la ausencia de elementos materiales que demuestren la existencia de Al-Qaeda, ciertos dirigentes de la Coalición han optado por definirla no como una organización estructurada sino como una ideología alrededor de la cual se mueven grupúsculos dispersos.

Si así fuera, habría que admitir la no existencia de una relación formal entre las 29 operaciones anteriormente citadas y que no hay entre sus respectivos autores otro vínculo que el ideológico. Desgraciadamente este razonamiento tiene un carácter circular: nada permite confirmar esta hipótesis ya que en la mayoría de los casos ha sido imposible identificar a los autores de los atentados y no se sabe absolutamente nada de ellos.

Algunos universitarios, cuyas investigaciones son copiosamente financiadas por los Estados de la Coalición, han señalado que existe un medio yihadista internacional dentro del cual es posible reclutar ejecutores para los atentados. Sin embargo, no ha sido posible demostrar la existencia de vínculos claros entre ese medio y todos esos atentados.

La principal dificultad reside en que esos atentados no tienen nada en común, fuera de los comunicados de autoría no verificados.

No es ni siquiera seguro que todos puedan ser calificados de «terroristas». En efecto, lejos de tener como objetivo sembrar el pánico entre la población, el atentado contra el destructor Cole estaba dirigido contra un objetivo militar y el que le costó la vida a Sergio Vieira de Mello fue un asesinato político clásico.

Algunos de los atentados comprendidos en la lista son ajustes de cuentas entre Estados rivales; como el atentado de Karachi contra ingenieros franceses, que buscaba excluir a Francia de la venta de armas a Pakistán; o el cometido frente a las costas de Yemen contra el petrolero francés Limburg, cuyo objetivo era disuadir a Francia de modificar el destino final de envíos de petróleo.

En pocas palabras, la teoría según la cual todos esos atentados tendrían un mismo financista no se basa en ningún elemento verificable. Permite que la Coalición justifique su despliegue militar pero lo explica en términos totalmente confusos. La retórica de la «guerra contra el terrorismo» es eficaz en materia de comunicación en la misma medida en que carece de sentido.

El terrorismo no es un enemigo sino una técnica de combate. Por consiguiente, es imposible vencer el terrorismo pero sí es posible utilizar indefinidamente esa retórica para justificar la continuación de operaciones militares en todos los frentes.

Desarrollar un discurso sobre el terrorismo a partir de los casos no aclarados, cuya autoría reclama Al-Qaeda, conduce a definir el terrorismo exclusivamente en función de esas operaciones. Por consiguiente, se excluyen todos los demás atentados, cometidos en Colombia o en China, para llegar a la ecuación «terrorismo = musulmán» y dar paso a la paranoia del complot islámico mundial.

Primera plana del diario francés Le Monde de fecha 9 de julio 2005.

La imputación según la cual los atentados de Londres fueron cometidos por islamistas vinculados a Al-Qaeda queda entonces relegada a los trucos de propaganda. Como muestra, no puedo resistir la tentación de reproducir como ilustración de este artículo la primera plana del diario Le Monde del 9 de julio de 2005.

El titular principal se contradice con el de un artículo de análisis que aparece en la parte baja de la misma primera plana. A la izquierda de éste aparece un titular del suplemento de Le Monde en inglés, realizado por el diario New York Times, y a la derecha se ve una publicidad sobre un DVD en el que se glorifica el Mossad.

Las otras dos lecturas posibles de los atentados de Londres rechazan el mezclar estos últimos con la serie de actos violentos antes citados. El que no comprendamos bien todos esos hechos no quiere decir que estén necesariamente vinculados entre sí.

Para quienes se oponen a la guerra, los atentados son el castigo por la invasión. Españoles y británicos llevaron la guerra a Bagdad y los iraquíes les responden en Madrid y Londres. O, como no hay indicios de la participación de iraquíes en esos hechos, los que golpean las capitales de países de la Coalición son más bien musulmanes solidarios con los iraquíes.

Es posible, pero, es precisamente en ese caso que la hipótesis de la manipulación se hace mucho más plausible.

En efecto, más que la letanía de hazañas de la supuesta Al-Qaeda, los atentados de Madrid y Londres recuerdan sobre todo los cometidos en
Bolonia
 [1], Voltaire, 10 de julio de 2005.], en 1980.

En aquel entonces, las redes stay-behind de la Alianza Atlántica, dirigidas de forma conjunta por Estados Unidos y el Reino Unido, organizaron un atentado en una estación de trenes para provocar una tensión política que favoreciera un endurecimiento del gobierno italiano. Claro está, la red stay-behind actuó a espaldas de las autoridades italianas, utilizando agentes en el seno de los servicios secretos italianos y reclutando ejecutores en los medios políticos extremistas.

Los atentados de Londres coincidieron, en tiempo y lugar, con el desarrollo de un ejercicio antiterrorista organizado por la firma Visor Consultants. Según el testimonio del director de esa firma, Peter Powell, recogido por el cable ITV y disponible en nuestro sitio web, los responsables comprobaron desde el puesto de mando, durante el transcurso del ejercicio, que el guión que ellos habían trazado se estaba desarrollando «de verdad» ante sus ojos. El despliegue de los bomberos en el marco del ejercicio, anterior a las explosiones, explica la rapidez y eficacia de las acciones de socorro.

En otras palabras, si las cámaras de vigilancia no vieron a quienes pusieron las bombas, es porque estos últimos estaban de uniforme. Y la red
stay-behind [2] de la OTAN es quien único dispone de agentes en el seno de la fuerza pública.

La estrategia de la tensión busca imponer el «choque de civilizaciones» para que los europeos apoyen las guerras de la Coalición en el mundo musulmán [3].

Esa estrategia favorece también el endurecimiento de las democracias (de ahí la generalización del fichaje de la población que tanto trabajo le está costando imponer a Tony Blair, tanto en su propio país como en el resto de la Unión Europea).

Por otro lado, la sincronización de los atentados de Londres con el momento de la apertura del G-8 en Escocia debía permitir perturbar la agenda de la cumbre, evacuando así rápidamente cuestiones como la lucha contra el calentamiento global o la ayuda al desarrollo de África y favoreciendo los temas vinculados a la seguridad, como efectivamente sucedió.

Sin embargo, al forzarles la mano a los dirigentes del G-8, los financistas de los atentados fueron quizás demasiado lejos. Algunos jefes de Estado y de gobierno podrían considerar que adoptar la retórica de la guerra contra el terrorismo puede presentar en lo adelante más inconvenientes que ventajas.

[1[«1980: masacre en Bolonia, 85 muertos, Voltaire, 10 de julio de 2005.

[2«[Las redes estadounidenses de desestabilización y de injerencia», por Thierry Meyssan, Voltaire, 20 de agosto de 2001.

[3Leer 9/11 Synthetic Terror por Webster Griffin Tarpley, Progressive Press, 2005.