Hace cerca de cien años que dura la guerra entre los reyes de Francia, representantes de un sistema centralizador, y, por el otro bando, los duques de Borgoña y los reyes de Inglaterra, partidarios de una autonomía feudal. Juana de Arco, quien defiende en nombre de Dios al rey de Francia Charles VII, es capturada por los partidarios del ducado de Borgoña y éstos la venden a los ingleses, quienes la entregan a la Iglesia. En 1431, Juana es condenada por herejía y enviada a la hoguera. Sin embargo, en el siglo XIX, el historiador y propagandista de la III República, Jules Michelet, reinterpreta la leyenda de Juana de Arco convirtiéndola en un ejemplo laico: como hija del pueblo, defendió su patria contra el enemigo extranjero y contra la Iglesia católica. Inquieto por el desarrollo de ese mito anticlerical, Monseñor Dupanloup no escatima esfuerzos en recuperar el símbolo. Hace de Juana una virgen obediente y presenta a los jueces que la condenaron como un grupo de universitarios parisinos en desacuerdo con Roma. En definitiva, como resultado de un entendimiento entre la República y Roma, el papa Benedicto XV canoniza a Juana de Arco en 1920.