Los lazos de unión que evidencian varios países de América Latina son señales inequívocas y claras de la fuerza con que se están retomado en el continente las ideas de independencia, soberanía, autodeterminación, solidaridad e integración latinoamericana.

Las mismas ideas que, junto a la reivindicación de la dignidad, el respeto a la vida y la justicia social son consideradas como anacrónicas y superadas por la historia, tanto por los genios del nuevo liberalismo como del nuevo socialismo, o sea, por una pléyade de arribistas a todo evento y para todo evento que hacen nata en las portadas y primeros planos de los medios de comunicación. Para desgracia de nuestro pueblo, esa moda en Chile sigue muy vigente.

Estos hechos muestran el creciente repudio del pueblo latinoamericano y de algunos de sus dirigentes a las desastrosas consecuencias sociales de las políticas privatizadoras y de liberalización comercial, implementadas con la complacencia de dirigentes políticos orgánicamente funcionales a las ideas del Fondo Monetario y de las corporaciones multinacionales, es decir, el antiguamente impopular Capital Extranjero, tan venerado y tan mezquino como en su época los primeros, más no los últimos, conquistadores.

Lo anterior, a pesar de una historia plagada de abusos, usurpaciones y desvalijamientos que ha realizado la inversión extranjera en América Latina. Nuestra riqueza es nuestra miseria dice Eduardo Galeano en las Venas Abiertas de América Latina. Siempre ha habido un imperio económico que ha rentabilizado nuestra miseria y siempre una oligarquía servil, poco creativa y moralmente miserable que se ha prestado para ello.

Como dice Rubén Blades, las políticas económicas de América son impuestas por grupos elegidos para servir al país que en realidad se “sirven al país”, pues en América Latina sigue gobernando el monopolio y la oligarquía.

En el centro de estas corrientes de opinión y de acción están el rechazo y el cansancio ante la conducta agresiva e intervencionista sostenida durante décadas por Estados Unidos en contra de cada acción que “amenace” la estabilidad de su proyecto de dominación militar, política y económica.

El golpe militar de 1973 y los más de diez millones de dólares que invirtió la CIA en el derrocamiento del Presidente Allende, son un ejemplo doloroso e indigno -aunque no para la derecha chilena- de la peligrosidad de la política exterior norteamericana. Como dice Noam Chomsky, destacado intelectual norteamericano, EEUU se comporta sistemáticamente de manera violenta, ilegal y arbitraria en el plano mundial, lo que lo ha convertido en el estado terrorista internacional número uno del mundo.

En su película Bowling for Columbine, Michael Moore, otro mordaz crítico del país del norte, pasa revista a la larga y aterradora forma en que EE UU se relaciona con el resto de las naciones del mundo. La descarnada lista del aporte norteamericano al progreso de la humanidad que muestra Moore, no ha dejado a nadie indiferente.

En Chile, lamentablemente, a algunos les puede parecer que basta con firmar acuerdos y decir que somos parte del Mercosur, cuando realmente los intereses y los ojos están puestos en Europa o en el Tratado de Libre Comercio. Pero, a decir verdad, estos no son suficientes y están lejos de permitir una reafirmación de la autonomía y del progreso de América Latina. Es sólo más de lo mismo: apertura de las fronteras al capital trasnacional para que aproveche nuestra comparativamente ventajosa miseria de salarios bajos y recursos naturales regalados y abundantes, mientras se cierran las fronteras de los países ricos al latinoamericano que busca mejores horizontes en la “american way of life”.

No, para estos últimos la Migra, la policía fronteriza que, como lo canta el grupo Mana, se encarga por la muerte de asegurarle la rentabilidad al capital extranjero.

La postura de Chile en materia de integración es cada vez más singular en el contexto latinoamericano, por no decir aislada e individualista. Su complacencia y sumisión al poder norteamericano no son bien evaluadas por un importante contingente de líderes e intelectuales del Sur de América.

Chile ha contribuido al debilitamiento del MERCOSUR y su política exterior alineada a los intereses norteamericanos ha hecho más difíciles las negociaciones de otros países, como Brasil, para defender una integración más digna y respetuosa de la autonomía de los pueblos latinoamericanos.

Mientras en Chile nuestros líderes políticos -de izquierda y de derecha- sigan anclados al discurso de las ventajas del mercado y la globalización, difícilmente encontraremos la senda de una estrategia política y económica común y coherente con una integración real que se distinga de la simple anexión que se adivina en los acuerdos comerciales como el Tratado de Libre Comercio entre Chile y Estados Unidos.

Marcel Claude, economista y magíster en ciencias económicas de la Universidad de Chile. En 1993 fue designado como jefe del proyecto de cuentas ambientales del Banco Central de Chile, que dio como resultado los polémicos informes sobre la situación del bosque nativo chileno, los recursos pesqueros y la minería. Fue Director Ejecutivo de la Fundación Terram que creó, junto a otros profesionales, a fin de realizar estudios e investigaciones destinadas a promover el desarrollo sustentable en Chile. Actualmente es director de Oceana, Oficina para América del Sur y Antártica. Es columnista del diario La Nación, Diario Publimetro y El Mostrador, así como de la radio Universidad de Chile y de la radio Chilena. Ha publicado dos libros: Una vez más la miseria ¿es Chile un país sustentable? (1997) y Cuentas Pendientes: Estado y Evolución de las Cuentas Verdes en América Latina (1997). También es coautor de cuatro libros: El modelo chileno: Democracia y desarrollo en los noventa (1999); La Tragedia del Bosque Chileno (1998); Sustentabilidad Ambiental del Crecimiento Económico de Chile (1996); y Geografía Económica de Chile (1982). Así también es autor de numerosas publicaciones de artículos en diferentes revistas.