Ha trascendido que un grupo terrorista está penetrando rápidamente la Argentina. Operan en el territorio de nuestro país algunas de sus células de inteligencia, que preparan la llegada de otros integrantes, que no ingresarán por la Triple Frontera, ni por la llamada “ruta del narcotráfico” (la 34, que une Bolivia con las provincias del noroeste argentino), sino que piensan entrar por el Aeropuerto Internacional de Ezeiza.

Los integrantes de esta banda terrorista, son responsables de los mayores crímenes conocidos en el mundo, algunos de los cuales fueron ejecutados directamente por ellos, y otros fueron activamente promovidos y financiados por esta red de alcance internacional, la más poderosa -por lo que se sabe hasta ahora- en recursos, armamentos, y en la disposición agresiva de sus miembros.

Genocidios. Invasiones. “Misiones pacíficas” que ocupan y matan. Golpes de estado. Dictaduras. Guerras bacteriológicas. Campos de concentración. Magnicidios. Crímenes de todo tipo, en proporciones inconmensurables, componen el historial delictivo de este grupo, cuyas víctimas son cientos de miles en todos los continentes.
Una de las acciones espectaculares con la que se dio a conocer esta banda, hace ya 60 años, fue el lanzamiento de bombas atómicas contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.

El único fin de este acto criminal, era demostrar su capacidad de destrucción, asesinando a más de 150.000 “inocentes”, como dicen, cuando uno no se refiere a objetivos militares. Actualmente, la banda ha consumado sucesivos genocidios, contra “inocentes” de Irak, Afganistán, Palestina, Colombia.

Debido a su alto poder económico, construido sobre la base del pillaje y el saqueo de los lugares donde asientan su influencia, la banda ha logrado corromper a numerosos políticos y funcionarios que cumplen con tareas, como hacer leyes que garantizan la inmunidad y la libre circulación de sus miembros. Vale aclarar que este foco de terroristas no reconoce fronteras para su actuación, ni leyes ni soberanía de los Estados nacionales; y tampoco aceptan la legislación y las disposiciones del derecho internacional, así como las decisiones que pudieran surgir de una corte penal internacional. Ellos ajustan sus cuentas internamente, como suele suceder con todas las mafias, y de hecho han ejecutado a uno que otro de sus presidentes y líderes.

Los integrantes de la banda terrorista, que hace ya varias décadas controlan el gobierno de un país que todavía se proclama occidental y cristiano, profesan una ideología fundamentalista y fanática, que difunden a través de cadenas televisivas que controlan férreamente la construcción de la opinión pública mundial.

No es posible dudar de la peligrosidad de esta red criminal, cuyo jefe actual es hijo de otro conocido mafioso, que dirigió con mano de hierro numerosos crímenes con los que se expandió la zona de influencia del grupo criminal.

Es el hijo de aquel otro mafioso, hoy jefe de la banda, quien se cree que podría ingresar a la Argentina en la primera semana de noviembre, con un ejército personal de custodios formados en las últimas guerras, que estrenarán armamentos de control y vigilancia en una ciudad que no podrá entonces ser feliz.

Organizaciones de derechos humanos, movimientos populares y otros grupos, han advertido el peligro que significa la llegada de este grupo, que según surge de la información que nos brindan fuentes calificadas, sería recibido por el presidente argentino y otros presidentes, que parecen desconocer el amplio prontuario delictivo de la banda.
Estos movimientos, que convocan a una Cumbre de los Pueblos para enfrentar a esta auténtica amenaza terrorista, están alertando al gobierno y a los legisladores sobre los riesgos de otorgar inmunidad a los asesinos, y favorecer la militarización del territorio en el que actuarán.

Es de esperar que quienes se han presentado en foros internacionales como defensores de los derechos humanos, y como parte de una generación que fue exterminada por obra y desgracia de estos grupos, cumplan ahora con el deber que les cabe, por la deuda con nuestra memoria colectiva y sobre todo por responsabilidad frente a las nuevas generaciones, rompiendo toda complicidad o asociación ilícita con esa banda.

Se trata de que procedan a denunciar y a detener a estos terroristas, si osaran pisar nuestro suelo, iniciando inmediatamente las acciones legales correspondientes contra sus miembros. De esta manera, la memoria no será solamente una pieza de museo, sino una lección viva y combatiente, digna de quienes la fertilizaron con su sangre derramada, que nos permita construir un auténtico y colectivo Nunca Más Solo así será justicia.

América Libre