Bulldozer del ejército israelí

En los años 80, cuando las conferencias de Madrid y de Oslo, Yitzhak Rabin y Simón Peres expresan con elocuencia y orgullo los principios de su nueva doctrina de paz, subrayando su carácter original y noble. «Paz y Cooperación» es la expresión clave de ello. Por cooperación, entienden complementariedad, interdependencia y asociación. Por ese motivo, las condiciones necesarias para aplicar esta doctrina y las obligaciones que conlleva exceden a los Estados, ya que son las sociedades las que serán el sujeto de la paz y sus constructoras. No obstante, para hacer que las sociedades estén aptas para esta tarea, su adaptación y hasta su formación son cuestiones indispensables. Si la expresión «Paz y Cooperación» es el continente de la doctrina, la formación de las sociedades es su contenido. Es la condición principal de una paz aceptable por Israel. De ahí la insistencia de los negociadores israelíes en la «calidad» y la «dimensión» de la paz.

De conformidad con la lógica de los dos nuevos órdenes, regional y mundial, el papel de los Estados no dejará de disminuir para reducirse a la función, e inclusive a la obligación, de remodelar a las sociedades con el objetivo de adaptarlas. Para cumplir esta misión primordial, los Estados deberán ser garantes de ella y comprometerse:

 a hacer aceptar la paz y la cooperación con todas las implicaciones derivadas de ello;
 a no permitir que se dañen las exigencias de la cooperación;
 a tomar las medidas preventivas que garanticen la seguridad de la cooperación y todas las medidas positivas para llevarla a cabo;
 a adoptar un plan de cambio radical en todos los sectores y terrenos: legislación, enseñanza, educación, cultura, información, etc., con miras a proteger y contribuir a la calidad de la paz;

Pretensiones de los nuevos laboristas

Durante los años 80, los laboristas promueven su doctrina proclamando sus cualidades. Según ellos :

 Es un concepto nuevo y sin precedentes.
 Fue concebida en un período de calma para producir una paz duradera.
 Fue elaborada por hombres de paz, principalmente Rabin et Peres, orientados hacia el futuro, rompiendo con el oscurantismo obsoleto de los likudniks.
 Marca un cambio de época y crea realidades irreversibles.
 Garantizará la seguridad de las sociedades de la región, comenzando por la sociedad israelí.

Analicemos estas afirmaciones para ver si son justificadas, es decir, si las tres primeras, que se refieren al pasado, son históricamente ciertas, y si las dos últimas, que se refieren al futuro, tienen fundamento y son, lógicamente, susceptibles de cumplirse. Para determinarlo, se impone un breve recuento histórico.

Un viejo concepto, largamente experimentado, y después renovado

En realidad, la macroformación de la región y la microformación de sus sociedades han figurado siempre en los proyectos sionistas desde la primera década del siglo y hasta los 40: desde Weismann hasta Eliaho Sasson, para sólo citar a los grandes líderes. Sus memorias y autobiografías así lo demuestran. A principios de los años 50, Ben Gurión asumió liderazgo, y su célebre proyecto de desmembramiento y desestabilización del Líbano se llevaría a cabo a partir de los años 60.

Inmediatamente después de la guerra de 1967, esta orientación se consagró como doctrina estratégica. Para los israelíes, la Guerra de los Seis Días había puesto fin a una situación, constituido una experiencia, establecido nuevas realidades y, por consiguiente, necesitaba una nueva estrategia.
La victoria sobre Abdel Nasser había confirmado la destrucción de la fuerza militar, política y moral de los árabes. Había desembocado en la conquista de grandes territorios y, con ellos, en la anexión de una población considerable. Desde entonces, el proyecto de formación permitía a Israel proteger sus intereses estratégicos sin lesionar su imagen, y alcanzar sus objetivos a un menor costo. La idea era la de instalar su potencia regional conviviendo con las poblaciones de los territorios conquistados y con los pueblos vecinos cuyos Estados no estaban en condiciones de recurrir a la fuerza. En esta óptica, Israel condicionaba la firma de tratados de paz con los Estados vecinos a cláusulas que legalizaban y facilitaban su acceso a las sociedades para remodelarlas, primero con el consentimiento de los gobiernos, después con la cooperación de estos.

Esta paz de los vencedores fue elaborada a partir de dos principios: por una parte, fronteras abiertas (es decir, una paz condicional) y, por otra, una cooperación (en la práctica, una colaboración forzada) que permitiese «la adaptación» de las sociedades al Nuevo Orden regional. Se observará que la apertura obligada de las fronteras y la adaptación de las sociedades fueron ulteriormente utilizadas para extender el Nuevo Orden mundial.

Las implicaciones de este desplazamiento de los objetivos estratégicos y del campo de acción fueron cualitativas y complejas. Había que instalar una nueva maquinaria adecuada a la nueva tarea priorizada. El ejército reclutó especialistas en ciencias humanas y sociales y en todas las disciplinas relacionadas con la vida de las sociedades civiles. Las aulas de los estados mayores se modificaron para estudiar todos los sectores de la vida civil y conocer los objetivos que debían alcanzarse. Los servicios de inteligencia y sus centros de investigación se concentraron en esos objetivos y propusieron escenarios adecuados.
Esta nueva orientación estratégica fue confirmada por los debates efectuados en los altos círculos políticos: gobierno, Knesset, alto consejo de los principales partidos políticos, personalidades influyentes y, sobre todo, altos círculos sionistas encargados de las grandes estrategias a largo plazo.

Estos debates convergieron en la nueva preocupación prioritaria, a saber, cómo relacionarse con las sociedades, ya fuese por medio de la guerra o de la paz. Así, desaparecieron las líneas de demarcación entre la doctrina de paz y la de guerra.
Los años 70 y 80 permitieron poner a prueba esta doctrina en el gran laboratorio regional. Todos los escenarios citados en el seno del gabinete israelí inmediatamente después de la guerra de 1967 fueron aplicados en Cisjordania: dejar allí la menor cantidad posible de palestinos e impedir a los que permanecieran sobrevivir como sociedad. En el Líbano, el viejo proyecto de Ben Gurión se aplicó casi al pie de la letra. Estas experiencias permitieron teorizar aún más esta doctrina. Citemos, por ejemplo, la impresionante teoría de «Paz y Cooperación» de Golda Meir y el proyecto estratégico de la organización sionista mundial en Jerusalén.

La correlación de fuerzas: principio único

En este punto, se impone una pregunta importante. ¿Por qué Israel, durante la paz de los años 90, se aferraba a la doctrina de la guerra de los años 60? Cuando en las arenas internacional y regional todas las condiciones positivas estaban a su favor; cuando la mayoría de los países árabes, movidos por el ansia de paz, emprendían este camino; cuando el principio de la prioridad de la seguridad de Israel sobre la paz fue aprobado y apoyado en Charm el Cheikh; en ese momento ideal para hacer la paz, ¿por qué Israel se aferró a sus principios bélicos de antaño?

La respuesta, en nuestra opinión, es que Israel quiere imponer la paz con sus propias condiciones (de guerra) cuando sólo toma en cuenta un único principio, el de la correlación de fuerzas. En 1967, su victoria militar lo colocaba en una posición de fuerza y su doctrina fue concebida para explotar esta posición. En los años 90, Israel se consideraba en mejor posición que durante los años 60. La desaparición de la Unión Soviética, el ascenso de los Estados Unidos como superpotencia única, el desarrollo del Nuevo Orden mundial y de su ideología favorable, la guerra del Golfo como hecho y como símbolo, su supremacía científica y tecnológica... son muchas ventajas que superan en gran medida a las de los años 60, y que le ofrecen un motivo más, no sólo para aferrarse a su doctrina bélica de antaño, sino para considerarse con derecho a aplicarla por la fuerza de las armas o por el arma de la paz.

En este sentido, resulta significativo que los dos principales proyectos de paz, presentados por Israel, se hicieran públicos después de dos victorias militares que lo situaban en una posición de fuerza: el de junio de los años 60 y el del Golfo a comienzos de los años 90. En ambos casos, los dirigentes de Israel, guiados principalmente por el mismo criterio, llegaron a la misma conclusión: concebir y lograr una paz forzada que permitiera traducir y explotar las realidades de la correlación de fuerzas, a saber, su potencia en todos los sentidos, así como la resignación de los árabes ante el plan de los Estados y también ante el de las sociedades. Los dirigentes de Israel, ya sea durante los años 60 o los 90, consideraban que los resultados de la guerra «abren el camino a la paz».

Simón Peres, en las primeras páginas de su libro, estima que la guerra del Golfo brindó una oportunidad histórica para alcanzar la paz. En 1967-68, los dirigentes de Israel afirman que la Guerra de los Seis Días «abrió nuevos senderos para la paz». No obstante, hay que distinguir entre el principio de la correlación de fuerzas, sobre el cual hay un casi-consenso entre los dirigentes de Israel, y las diferentes concepciones de la fuerza que separan u oponen a los partidos políticos y polarizan a menudo la vida política israelí: desde Begin y Ben Gurión en los años 40 y 50, hasta los likudniks y los laboristas en los años 90. Para los likudniks, la fuerza es principalmente militar y material. Busca someter a los Estados. Para los laboristas, es más compleja y difusa. Busca dirigir las sociedades. Desde este punto de vista, y contrariamente a una opinión común, las dimensiones de la violencia sofisticada ejercida por los laboristas nunca fueron alcanzadas por la violencia material clásica con la cual cuentan los likudniks, un Menahem Begin o un Ariel Sharon para alcanzar sus objetivos.

No hay seguridad en un país que prolonga la guerra por medios nuevos

Estos elementos históricos y estratégicos desmienten los tres primeros argumentos utilizados por las autoridades israelíes para presentar su doctrina de paz. El cuarto y el quinto no resisten constataciones que servirán como conclusión.

 La doctrina israelí de paz, que sólo toma en cuenta el principio de la correlación de fuerzas, expresa la determinación de Israel a aprovecharse de todas sus ventajas y de explotar todas las desventajas ajenas para imponer una paz forzada que le facilite y legalice el acceso a las sociedades.

 Israel parece ignorar el hecho de que la correlación de fuerzas es una variable y no una constante; variable que se vuelve cada vez más compleja y ambigua, dada la proliferación y la banalización de las armas de destrucción masiva que no son ya sólo el privilegio de los Estados.

 Israel parece subestimar el hecho de que la actual correlación de fuerzas concierne y compromete a los Estados más que a las sociedades. Ahora bien, los Estados se resignan con frecuencia a aceptarla o a respetarla, mientras que las sociedades tienden a desafiarla, sobre todo cuando se sienten directamente afectadas por las condiciones de la paz impuesta.

Estas realidades revelan una miopía política y estratégica en los dirigentes israelíes. Ellos deberían haber sido los primeros en descubrir que, en el siglo XXI, las estrategias de seguridad menos eficaces y confiables serán las que únicamente se basen en la correlación de fuerzas. Su miopía actual corre el riesgo de causar graves consecuencias, sobre todo en el aspecto de la seguridad. Y pienso en la seguridad de las sociedades más que en la de los Estados, en una situación donde la supremacía militar de un Estado no baste para garantizar la seguridad de su sociedad; donde las armas de destrucción masiva proliferen y se banalicen, escapando, por consiguiente, a la lógica y a las realidades de la correlación de fuerzas clásica y a los medios de control convencionales; donde las sociedades de las partes en desventaja, al sentirse humilladas y amenazadas por las condiciones de la paz forzada, se rebelen menos contra sus gobiernos, considerados incapaces de protegerlas, que contra sus agresores, y precisamente en su punto más expuesto y vulnerable, a saber, su sociedad civil.

A menudo se ha identificado la paz con la seguridad. Paradójicamente, la doctrina israelí de paz, en nuestro criterio, comprometerá peligrosamente toda seguridad, mundial, regional, individual en lo que respecta a las sociedades, en especial a la sociedad israelí. Las sociedades civiles corren el riesgo de pagar con su seguridad la arrogancia de los Estados. Ahora bien, esos Estados -en este caso el Estado de Israel- nos parecen totalmente absortos en sus proyectos de dominación, hasta el punto de hacer abstracción de sus responsabilidades ante sus propias poblaciones.

Debido a esta situación alarmante, se hace necesario e imperativo reflexionar seriamente sobre el contenido de esta paz y sobre sus eventuales consecuencias desastrosas, más que dedicarse al proceso de paz en sí mismo y a sus oportunidades de triunfar a cualquier precio.


Ver también:

 Referencias relativas a la doctrina israelí de la paz
 Carta de David Ben Gurión sobre la constitución de un Estado maronita en el Líbano
 Una estrategia para Israel en los años 80


Este artículo es la transcripción de una conferencia de Yussef Aschkar. Versión francesa adaptada por Thierry Meyssan, para la Red Voltaire, con la amable autorización del autor.