La crisis del pensamiento

Hoy todo está en crisis: el hombre, la sociedad, la familia, la educación, las ideologías, los sistemas políticos, y por supuesto, el Estado y su legitimidad. Pero la crisis de mayor hondura es la del pensamiento. Quizá esto es admitido por un buen numero de analistas de la sociedad, pero aún no estamos en el ocaso del género humano, por que la crisis no es el fin, sino una etapa en el proceso de la vida del ser humano, de un grupo social o de una institución, una mutación que puede servir para mejorar o para empeorar.

La crisis del pensamiento tiene hoy dos síndromes: de una parte, la presencia del pensamiento único, y por la otra, el abandono del pensamiento que tiene que ver con el interés general,

El auge y mezquindad de ese pensamiento único hacen aullar a sus dueños, ante la posibilidad de que surja un medio de comunicación alternativo, o cuando se presenta una noticia distinta a la oficial. En Colombia dos ejemplos dejan en claro hasta dónde llega la voracidad del monopolio de la información. Las imágenes de prueba de la cadena alternativa Telesur y la entrevista con un vocero de la insurgencia colombiana. A pesar de que el medio hace parte del pensamiento único, y el periodista es un veterano profesional, Yamid Amat, que siempre ha estado a su servicio, el mundo se le vino encima porque durante quince minutos, permitió a la disidencia armada expresar su visión del conflicto.

El otro síndrome de la crisis del pensamiento, es más grave aún: es la ausencia, el abandono, el exilio de la antítesis del pensamiento único. El pensamiento que se ocupe del interés general y de las noticias imparciales y objetivas, se halla negado de la faz de la Tierra.

La reflexión, el examen cuidadoso, el discurrir e imaginar una idea, todo aquello que apunta a un acto u operación intelectual para satisfacer la simple inquietud personal, para realizar una tarea doméstica, o con el propósito de tomar una decisión política, presenta una propuesta a la opinión pública, o con mayor rigor a una asamblea o cuerpo deliberante, ha desaparecido de nuestro escenario. Claro, nosotros podemos estar tranquilos porque esa no es sólo una enfermedad tropical, abunda incluso en la sociedad altamente desarrolladas y en aquellas donde fue acunado el pensamiento: Babilonia, China, Egipto, Grecia, Roma. Hay además, una muralla que frena la libre fluidez del pensamiento: los cultores se hallan dispersos, distantes y aunque compartan una misma superficie geográfica no propician encuentros, tertulias, debates y controversias, que a manera de gimnasia permitan fortalecer y jalonar la producción intelectual.

Los dueños del pensamiento único son también los dueños del mundo: los recursos naturales, las fábricas, las corporaciones financieras, las grandes cadenas comerciales, los laboratorios, la ciencia y la cultura, Y para que nadie se atreva a decir, hacer o pensar algo distinto, ese puñado de malvados también son dueños de los únicos medios de comunicación que desinforman al mundo. Y los más indigno para el género humano, es que los países de la periferia o del Tercer Mundo, no hacen cosa distinta que amplificar en sus cadenas de comunicación el pensamiento único que se origina en los grandes centros de poder. Así, el pensamiento único no corre el riesgo de desquiciarse o de perder sus rieles y puede definir qué es verdad y qué es mentira, quién es demócrata y quién es terrorista.

En ese contexto, el más grande aparato de poder político, el Estado, se halla al servicio de los dueños del mundo y del pensamiento único. Siempre fue así, desde que el mundo es mundo, pero durante los últimos doscientos veinte años no ha tenido la más mínima innovación que se proyecte sobre el interés general y la solución de los más apremiantes problemas que devoran a la especie humana. Pobreza, hambre, enfermedades, desempleo, guerra, corrupción, violación de los derechos humanos y destrucción del medio ambiente, son el plato fuerte de cada día. Y el Estado ahí, como herramienta eficaz a disposición del puñado de malvados y de su pensamiento único.

El pensamiento dialéctico

¿Qué hacer ante la crisis del pensamiento? Superarla. ¿Cómo? Aprendiendo a pensar y pensando luego. Pensar es un ejercicio dialéctico. Pero la dialéctica no es un arte sólo para iniciados. La dialéctica es el proceso normal del pensamiento, es el pensamiento concreto. Es la vivencia racional de cada día. Es la confrontación, es el debate civilizado. Confrontar dos personas, dos grupos sociales, dos estados, dos partidos políticos, no necesariamente es injuriarse, herirse y matarse. Es defender puntos de vista enfrentados, controversiales, distintos.

¿Cuál es el secreto de la dialéctica? No existe un secreto, una almendra, un núcleo de la dialéctica, un punto de inicio. En la controversia, en la confrontación, en la contradicción, está el punto de partida, el secreto de la dialéctica. La confrontación es la fuerza motriz de la dialéctica, el ‘punto de partida del pensamiento productivo, del pensamiento nuevo. La gran desgracia de los hombres y de las mujeres, de los grupos sociales, de los estados, de los partidos políticos, de las parejas y de los que se aman, es que no confrontan, no controvierten, no contradicen en los momentos en que la razón se halla serena y en el punto medio de equilibrio, sino cuando se hieren, se ofenden o se atacan. Para entonces la dialéctica salta en pedazos desde los pequeños círculos familiares y afectivos, hasta los grupos sociales, las sociedades y los estados.

De Seattle a Caracas

A pesar de la mezquindad del pensamiento único, varios hechos nos indican que ha llegado a su fin. El surgimiento del Foro Social Mundial, es una de las circunstancias indicadoras. Pero los dos hechos más recientes ocurren en Venezuela. De una parte el 1er Foro Internacional de Filosofía (julio 6 – 12 de 2005), y ahora la puesta en marcha de Telesur.

El primer evento, fue en esencia un ejercicio dialéctico en la búsqueda de ese pensamiento nuevo y creativo. Y lo fue porque comenzó con la visita a las comunidades, con la vivencia racional que cada día interiorizan en los más hondo de sus almas, mujeres y hombres, niños y viejos; continuó con el debate de esos problemas y terminó con una declaración de compromiso: apoyar el proceso político de cambio sustancial que vive Venezuela.

Telesur, es para el pensamiento dialéctico nuevo, lo que fue la Carta de Jamaica hace 190 años. Sólo que ahora ese mensaje llega a 450 millones de latinoamericanos y a más de mil millones de personas del mundo occidental. Al Foro Social Mundial, que es la nueva esperanza de los pueblos, le hacía falta una herramienta eficaz. Con Telesur ya la tiene. Pero aún le falta otra: una estructura clara, democrática y operativa. Telesur, también será el instrumento para promover esa organización.