Esta mañana estuve leyendo el artículo «Huracán Katrina: Cinco razones para no ayudar a Estados Unidos», publicado en la rúbrica de Opinión de Voltairenet.org bajo la firma de Alejandro Teitelbaum.

Lo primero que debo decir sobre la opinión expresada en dicho texto es que aún estando de acuerdo sobre las razones esenciales que dieron lugar a las condiciones de abandono en que se encuentran probablemente aún las decenas de miles, o al parecer cientos de miles, de damnificados del huracán Katrina, no creo que ninguna de ellas justifique que no se le tienda una mano amiga a las víctimas directas del desastre ocurrido en Estados Unidos.

Es cierto que las consecuencias materiales del huracán Katrina se han visto gravemente amplificadas por un desastre aún más grande: el que representa «la absoluta falta de sensibilidad humana del equipo Bush, que no piensa en otra cosa que en guerras de agresión y en buenos negocios para las grandes empresas», como señala muy acertadamente el amigo Alejandro Teitelbaum.

Pero ¿acaso justifica eso que nos abstengamos de tender la mano a la población más pobre, esencialmente negra, como todos sabemos, de Luisiana, Mississippi y Alabama, que ya tiene la desgracia de verse relegada por el gobierno de su propio país?

Una persona que lo ha perdido todo en una catástrofe, incluso si se trata de una guerra provocada quizás por su propio país, es siempre, y por encima de todo, una víctima que merece compasión y ayuda.

Meses atrás, Cuba envió urgentemente cierta cantidad de ayuda material y, sobre todo, varias brigadas médicas a las naciones de Asia devastadas por el tsunami. Creo incluso que muchos de esos médicos están todavía hoy en esos países, que han expresado repetidamente su agradecimiento por la ayuda prestada.

Eso mismo tratan de hacer ahora las autoridades cubanas para prestar socorro a las víctimas de Katrina. Si alguna diferencia existe para Cuba, ella reside únicamente en la distancia geográfica. Los tres Estados del sur de EE.UU. afectados por el huracán Katrina se encuentran cerca de las costas cubanas y Cuba tenía esta vez la posibilidad de aportar una ayuda médica masiva e inmediata para salvar vidas.

En vez de prometer millones de dólares, que no tiene, Cuba propone entonces aportar a las victimas de Katrina lo que más necesitan en estos momentos, personal médico experimentado debido a su trabajo en países del Tercer Mundo y equipado con los medicamentos indispensables para hacer frente a esta situación de catástrofe, que puede desembocar incluso en une grave epidemia debido a las condiciones de insalubridad que al parecer subsisten en las zonas afectadas, específicamente en la ciudad de Nueva Orleáns. ¿Es eso criticable?

Alejandro Teitelbaum también tiene razón cuando recuerda que EE.UU. es el «país donde tienen su sede casi todas las más grandes transnacionales farmacéuticas del planeta». Pero, ¿pueden acaso los miles de niños de las familias damnificadas esperar por la buena voluntad de mercaderes que prefieren el sonido de las cajas contadoras al latir de los corazones?

Las medicinas que 1 586 médicos cubanos llevarán a Estados Unidos (por cierto, cada uno de ellos tiene ya en su poder dos mochilas con un total de 24 kilos de medicamentos indispensables en caso de catástrofe) si Washington se decide finalmente a aceptar la mano que Cuba le tiende al pueblo de Estados Unidos, y subrayo las cinco palabras anteriores, no les faltarán a los cubanos. En cambio, esas medicinas pueden salvar vidas en Luisiana, Mississippi y Alabama, donde están apareciendo ya casos de enfermedades erradicadas en Cuba desde hace décadas, como la fiebre tifoidea.

Es cierto que, desde hace ya más de 40 años, las diferentes administraciones estadounidenses han saboteado sistemáticamente los esfuerzos de los cubanos por sacar adelante la economía de la isla. Si alguien tuviese que responder algún día por ello ante la Historia, serían aquellos gobernantes que establecieron esa política inhumana y los que se han encargado de mantenerla y reforzarla a través de todos estos años, en ningún caso el pueblo de Estados Unidos. Para los cubanos, la diferencia es y ha sido siempre clara entre el pueblo de un país y quienes lo gobiernan.

Por otro lado, lo sucedido durante la semana siguiente al paso de Katrina ha demostrado de manera fehaciente que el actual presidente estadounidense se interesa más por garantizar la marcha de la guerra en el otro extremo del mundo que por el salvamento de los damnificados de la catástrofe en su propio país. Ya sabemos de sobra que, pase lo que pase allí, el Pentágono no repatriará de Irak o de Afganistán ni un tornillo para enfrentar esta catástrofe doméstica. Sabemos que para George W. Bush y sus consejeros los intereses geoestratégicos ligados al petróleo son también mucho más importante que las vidas. ¿Debemos acaso hacer como ellos?

Veamos la situación a escala reducida. Si encontramos al borde de una carretera un herido que chocó con su auto contra un árbol ¿nos detenemos a considerar su nacionalidad, si viajaba en un auto barato y de segunda mano o en un Ferrari, a averiguar también cómo lo adquirió y si maltrata a su mujer e hijos para finalmente determinar si merece nuestra ayuda?

Ante el desastre de grandes proporciones provocado por la naturaleza y agravado por la evidente falta de humanismo de un gobierno y de un sistema social cuyo primer movimiento no fue más allá de un «sálvese el que pueda», más digno de un rebaño acéfalo que de la sociedad occidental supuestamente «moderna y civilizada» que la administración Bush afirma querer instaurar en «oscuros rincones del mundo» como Irak y Afganistán, no debemos dejar que una especie de revanchismo nos prive de una de las características que distinguen al hombre de las bestias: su capacidad de ser sensible al sufrimiento ajeno.

Esa sola y única razón me parece más que suficiente para ayudar, no a un presidente que pasará a la historia como moderno promotor de nuevas guerras de conquista, violador de la legalidad internacional, orador disparatado y el más grande vacacionista que haya ocupado jamás la Casa Blanca, sino para socorrer… al pueblo estadounidense.

Traducción
Hugo Vidal