Elementos de tendencia en la coyuntura larga latinoamericana

 1.- La transición entre siglos encuentra a América Latina como región inserta en tres procesos básicos:

 a) la globalización o mundialización inducida
 b) el “consenso de Washington” que debería abrir paso a un Tratado de Libre Comercio Americano
 c) la democratización (gobiernos civiles electos) bajo la forma de democracias poliárquicas restrictivas (poliarquías restrictivas).

Estos tres procesos se dan en relación con un eje común: la extinción de un proyecto nacional de desarrollo y, con ello, la liquidación en la práctica de las tesis o imaginarios sobre la presencia o ausencia de una burguesía nacional en el subcontinente. No existe desarrollo nacional: puede o no existir un crecimiento precario derivado de una inserción en la lógica trasnacional de acumulación de capital. Los protagonistas “locales” de este crecimiento son políticos/empresarios trasnacionalizados y tecnócratas privados y públicos.

De los tres procesos, los dos últimos se encuentran o en un momento de estancamiento o exhibiendo signos de su fragilidad estructural.

Estos procesos dominantes, o sus efectos, encuentran resistencias sociales populares, ciudadanas, electorales y estatales, muchas veces fragmentarias, que toman formas diversas. En las economías grandes surgen, por ejemplo, la rebelión zapatista (1994), y la posibilidad de triunfo electoral de un candidato presidencial emergente (López Obrador) en México, la movilización “piqueterista” en Argentina, y se consolida el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil. Este último país se da el gobierno de Lula (2002) con apoyo, entre otros, del Partido de los Trabajadores y el MST. Ninguno de estos procesos, sin embargo tiene (ni aspira) a irradiar o incidir en el imaginario popular latinoamericano. Constituyen fenómenos locales. Dos de estos países- economías, en cambio, han avanzado en la configuración de un núcleo regional (MERCOSUR) que constituya un polo de acumulación subregional de capital que frene la hegemonía unilateral de Estados Unidos en el área y la inserte más diversificadamente en la economía transnacionalizada o global.

En otros países se dan principalmente movilizaciones rurales populares con efecto o alcance urbano y ciudadano, como en Ecuador, e incluso un gobierno (República Bolivariana de Venezuela) que se declara revolucionario, bolivariano (integrador) y socialista, partidistas y sociales (Bolivia) y triunfos electorales “de izquierda”, como en Uruguay. La experiencia cubana no colapsa aunque se encuentra (desde finales de la década de los ochenta) notoriamente disminuida en su capacidad para avanzar posibilidades alternativas. En su frente, las estructuras político-militares que combaten en Colombia siguen mostrando capacidad para sostenerse como actores de una guerra, pero no como conducción política alternativa. En Chile se sostiene la irritación por la impunidad de los responsables de violaciones a derechos humanos.

El área centroamericana y caribeña insular se presenta como la políticamente más deprimida en el nuevo siglo: Haití, con crisis de ingobernabilidad y casi total colapso económico-social, Guatemala, donde se manifiestan tendencias hacia la anomia, Honduras y Nicaragua ubicadas persistentemente entre las economías-sociedades más empobrecidas de la región y la última ingresando en una crisis de ingobernabilidad.

El Salvador refirmando su carácter oligárquico y Costa Rica sumida en procesos de corrupción estatal y de sensibilidad pública, venalidad gubernamental y colapso partidario. Como signo de su debilidad, los gobiernos de estos países, a los que se une República Dominicana, avanzan en tiempo record hacia Tratados de “Libre Comercio” sin mayor consulta ni contenido ciudadano, popular o nacional. Con ello, y con su participación en el Plan Puebla-Panamá, se determinan como uno de los principales soportes regionales, junto al gobierno de Colombia, del injerencismo estadounidense practicado abiertamente por la administración Bush.

 2.- En una primera aproximación esta coyuntura larga muestra que la economía transnacionalizada, en su forma actual, no es instrumento de desarrollo para el área (tampoco ha garantizado su crecimiento), ni para cada economía entendido como colectivo o proyecto-de-país, que las economías- sociedades latinoamericanas mantienen su incapacidad para agregar significativamente valor a la economía global (y por ello aumentan su carácter dependiente e intensifican su polarización y enrarecimiento internos) y que las instituciones de las democracias restrictivas no tienen capacidad para administrar ni las estabilidades parciales o momentáneas (Argentina, América Central, Perú) ni las crisis de gobernabilidad e ingobernabilidad (Nicaragua, Argentina, Ecuador, Bolivia).

La excepción, en el período, sería Chile. Sin embargo, las formas políticas más extremas de injerencismo estadounidense también han fracasado (como lo muestra la reciente elección de Secretario General de la OEA y la negativa de esa instancia para acceder a una “tutela democrática” en la región) y las derrotas militares del gobierno de Colombia.

La región, con todas sus debilidades, y pese al colapso de las principales sociedades del socialismo histórico hace ya quince años, muestra que sus resistencias sociales con alcance político tienen raíces propias o autónomas (no son el reflejo de la actividad de un actor externo) y esta resistencia social posee, en el inicio del siglo, capacidad para desestabilizar y generar incertidumbre y, en menor medida, de acuerdo a condiciones internas, capacidad de propuesta alternativa. Su mayor debilidad está en su carácter regionalmente estanco y a veces incluso localmente fragmentario (o sea sin capacidad para una convocatoria plural, determinada y a la vez masiva).

En este panorama se inscribe la propuesta y experiencia de proceso bolivariano, cuyo foco inicial está en el proceso venezolano pero que aspira a transformarse en una filosofía y política regional opuesta tanto al neoliberalismo y a la globalización actual (propone un desarrollo nacional, regionalmente integrado y popular) como al capitalismo (propone un Nuevo Socialismo del Siglo XXI: economía de equivalencias y democracia participativa).

 3.- En la perspectiva se dibuja la continuidad del proceso de globalización inducida (capitalismo intensivo, transnacionalizado, en red), con acentuación de las dependencias y la fatiga del ambiente democrático que podría abrir el paso a instituciones explícitamente autoritarias con conducción civil (Colombia) o militar (Perú, Bolivia). En una frase: crisis social del mercado, reconfiguración transnacional-autoritaria del Estado.

Las alternativas a esta perspectiva pasan por intensificar política y aceleradamente la capacidad para agregar valor “nacional” a los procesos de trabajo, las reformas estructurales internas orientadas a ese fin, la articulación regional (infraestructura) con base social popular y las diversas formas de poder local (desconcentración estatal, participación ciudadana y popular) con incidencia en la propuesta de una nueva cultura política. En una frase: crisis del mercado global o en red monopólica, reconfiguración popular del Estado, de la cultura política y reconformación de las tramas sociales.

Elementos específicos del “proceso” bolivariano

 1.- La propuesta ideológica bolivariana tiene como base la experiencia venezolana (gobierno de Hugo Chávez, Movimiento V República, Polo Patriótico). Se trata de un `proceso original, que se quiere revolucionario y que ha avanzado significativamente en el período (1998-2005) al menos en:

 la reconfiguración de la institucionalidad política

 el aislamiento y derrota de la oposición interna

 la legitimidad de la conducción chavista y su respaldo social y electoral

 la proyección de imagen internacional

 la vuelta de la propuesta ideológica (bolivarismo político, Nuevo Socialismo).

En la medida que la propuesta bolivariana descansan en la articulación constructiva “pueblo - FF. AA.”, se afirma también en su tensión y conflictividad. Si se acentúa al factor popular, el bolivarismo contiene los valores del poder local (sujeto popular plural, instituciones democráticas con lógica participativa y responsabilidad colectiva). Si se acentúa el factor militar, el bolivarismo porta los valores de la modernización clasista refleja, la “voluntad general” con control o inducción mesiánica y el autoritarismo. Es prematuro indicar el carácter de una resolución de esta tensión (y en ella puede ocupar un lugar decisivo el entorno internacional), pero hasta el momento dominan, explicablemente, los segundos factores. La Carta Social de las Américas, que Venezuela impulsa desde el 2001, enfatiza claramente la institucionalización y el ejercicio del poder “desde abajo”, o sea popular.

 2.- El eje bolivariano internacional (Venezuela no puede quedar aislada si intenta un camino antiimperialista y anticapitalista o al menos antineoliberal y por ello propone la Alianza Bolivariana de las Américas, frente al ALCA)) se orienta principalmente hacia Bolivia, Perú, Colombia, Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, Ecuador y, obviamente, Venezuela. Propone por el momento diálogo político, aumento del comercio regional e infraestructura integrada y un frente de comunicación de masas (Telesur) como elementos estratégicos para la confirmación de un bloque regional latinoamericano con caracteres sociohistóricos populares que se expresarían políticamente como democracia participativa.

Un frente especial de la política internacional bolivariana es el desplegado en relación con la producción y potenciación de los recursos energéticos. En el año en curso Venezuela ha institucionalizado acuerdos con Argentina y Brasil (Petroamérica), el Caribe (Petrocaribe) y Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú (Petroandina) orientados a cerrar el paso a la hegemonía estadounidense en el área y a practicar un tipo diferente de cooperación internacional al que se gestiona por parte de la economía-red transnacionalizada. La debilidad inevitable de estos acuerdos es que comprometen a gobiernos y no a los pueblos respectivos.

 3.- En otro frente internacional, la experiencia bolivariana hace de la amistad y colaboración con Cuba un eje de su política exterior. Venezuela recibe mucho apoyo militante y profesional cubano (salud, seguridad, organización social) y Venezuela contribuye a paliar los déficits de la economía cubana.

La propuesta bolivariana, más recientemente, se planteó como “socialismo del siglo XXI”. Este socialismo no entrará en la agenda de discusión venezolana interna hasta el año 2008. Uno de sus principales expositores por el momento es Heinz Dieterich Steffan (Socialismo = economía de equivalencias, democracia participativa, humanismo).

Observaciones

1.- Situación económica

El crecimiento económico de América Latina y el Caribe en los últimos 4 años puede considerarse bueno, aunque con diferencias regionales. Según CEPAL, el año 2004 el crecimiento alcanzó el 6.0%. Pero este crecimiento contiene un 10% de desempleo, 221 millones de pobres (de los cuales 97 millones son indigentes), una acentuación de la mala distribución del ingreso. En este último campo, por ejemplo, en 1990 tres países (Brasil Guatemala y Honduras) figuraban en el rubro de peor distribución (0,580 a 1,00), y los seguían 5 en la casilla de alta desigualdad (0,520 a 0,579). En el año 2002, Argentina desplazó a Guatemala en el campo de la muy alta desigualdad, pero los países que siguen a estos tres peores son 8. Así, quedan en los rubros de mediana y baja desigualdad (este último rubro lo llena únicamente Uruguay: 0,455) solo 7 países en los que se aplica la medición.

En los rubros muy alta y alta desigualdad figuran en cambio 11 países: Brasil, Argentina, Honduras, Nicaragua, Colombia, Bolivia, Chile, República Dominicana, Guatemala, El Salvador y Perú, en ese orden. Para que se advierta la magnitud de la mala distribución latinoamericana del ingreso, EUA tiene un índice de Gini del 0,408, por debajo de Uruguay. Dinamarca 0,240, Hungría 0,244. Namibia sin embargo supera ampliamente a nuestro campeón, Brasil (0,639), con 0,700 (en este país africano la esperanza de vida es menor de 40 años).

Entonces el crecimiento económico, cuando a la región latinoamericana le va bien, es insuficiente tanto para crear empleo como para mejorar la distribución de la propiedad, la riqueza y el prestigio. O, si se lo prefiere, para avanzar en la erradicación de la miseria. Esta precaria estructura del mercado de trabajo castiga en particular a jóvenes y mujeres y es matriz que permite comprender la intensificación de las violencias sociales.

Tal vez este mercado de trabajo se explique reparando en la región transfirió recursos al exterior por casi 64.000 millones de dólares en el año 2004. Somos exportadores de capital. Y esto tiene que ver con la lógica de nuestra estructura económica, el escaso valor que agregamos a las mercancías hoy globales, la discriminación contra el trabajo femenino, la ausencia de oportunidades (mercado de trabajo).

Exportamos capitales y también gente: los emigrantes no deseados remesaron más de 42 mil millones de dólares durante el año pasado. En economías enfermas como las latinoamericanas estas remesas pueden generar inflación y contribuir a la fragilidad del mercado laboral.

Ahora, ¿por qué crecimos? Bueno, tenemos exportadores de petróleo, la demanda china de recursos primarios es intensa y sostenida y la economía estadounidense ha repuntado en el último período. También porque alguna economía grande acaba de sufrir un colapso muy agudo, como Argentina. Pero lo importante es constatar que la economía latinoamericana no se mueve desde sí misma, sino que es reactiva (la palabra correcta sería “dependiente”) y vulnerable a los factores externos.

Somos propietarios jurídicos quizás de los recursos del área, pero no tenemos sobre ellos propiedad efectiva: son otros quienes les hacen cobrar existencia (valor) económica. Ahora, hay también signos positivos, pero son insuficientes dentro de la carencia estructural: el empleo formal ha crecido recientemente más que el informal y los gobiernos se han dado mejores instrumentos para paliar las vulnerabilidades derivadas de la economía-red global. Pero son signos positivos al interior de una lógica de vulnerabilidad.

Lógica de vulnerabilidad

Supongamos que la “economía global” o “de red” o “transnacionalizada” produce un elefante. América Latina genera una parte del heno (y sin procesar) que consume en alguna ocasión el elefante. Pero no producimos ni su cabeza, ni su corazón, ni su sexo, etc. Y, desde luego, no transportamos ese heno ni lo mercadeamos.

Supongamos que haya que hacerle una jaula al elefante: América Latina aporta la madera en bruto (árboles cortados) para hacer la jaula. Pero para tener esos árboles o plantaciones usamos semillas importadas, agroquímicos que no producimos, para cortarlos empleamos sierras japonesas o británicas, y para transportar la madera vehículos que no producimos animados por diesel o gasolina que no refinamos ni transportamos ni mercadeamos.

Y si alguien atacara al elefante para robarle una pata, no tenemos ni policía ni ejército capaz de defenderlo. Y si, azarosamente, lo defendiéramos con éxito, entonces CNN no lo diría en sus noticias y nadie lo sabría. Peor, nadie, ni nosotros, lo creería. Y si el elefante quisiera un préstamo, para casarse, o un seguro de elefante, recurriría al Citigroup o al J. P. Morgan-Chase, o a una de sus sucursales en Brasil, pero no a un banco local de Paraguay, digamos.

Resulta obvio que si queremos estar menos precariamente en este tipo de economía, necesitamos darle más de nuestro carácter o valor agregado al elefante y a su existencia. Y al obtener mayor riqueza por ese valor agregado tendríamos que distribuirla socialmente mejor para hacer de nuestro crecimiento un proceso sostenido. Para eso necesitaríamos invertir recursos, ojalá propios, en educación y capacitación de alta calidad y, a la vez, humana (por aquello del medio natural y de la sociabilidad).

Tendríamos que dejar de discriminar, entre otras cosas. Pero, desde luego, no estamos haciendo nada de eso. Más bien llevamos el camino contrario. Algo que nos caracteriza es no solo una economía dependiente y, por ello, vulnerable, sino también desagregadora (es decir que no contribuye a la configuración de un proyecto colectivo) y ello contiene y hace explotar muchas violencias.

La Venezuela bolivariana pareciera querer andar por ese camino de integrar a los latinoamericanos para oponer alguna resistencia a quienes determinan entera y monopólicamente el carácter y valor de la economía en red global. Pero podría quedar aislado en ese camino y también perder el respaldo militar interno… La oposición cultural-clerical y mediática, furiosa, ya las tiene.

La geopolítica estadounidense posee asimismo un margen amplio de endurecimiento y agresividad. Así, la República Bolivariana de Venezuela no transita por un camino fácil, si es que ha elegido este camino. Y no solo no es fácil. Es largo, y como todos los procesos de cambio cultural, complejo.

2.- Gobiernos “de izquierda”

Los gobiernos constituyen una expresión política específica de cada país, de modo que no resulta posible comprenderlos mediante una sola lectura latinoamericana. Los medios masivos, por ejemplo, en particular los conservadores, hablan del retorno de “la izquierda” en este inicio del siglo, y agrupan a los gobiernos de Venezuela, Brasil Argentina, Uruguay y Chile en esta “izquierda” (se reitera mucho que el presidente Lagos es “socialista”, por ejemplo), y les suman los sucesos con protagonismo popular y ciudadano de Ecuador y Bolivia, la emergencia de una candidatura no deseada y con posibilidad de éxito en México, la actividad sandinista en Nicaragua, y la persistencia de Cuba.

Esta izquierda sería “populista” (Chávez), “delirante” (Evo Morales) o “seria” (Lula), “excepcional” (Lagos) “intolerable” (Fidel y Ortega), etc. Lo grave no es que la prensa comercial repita estas cosas, sino que alguna gente que desea organizadamente que las situaciones de nuestros países cambien para bien de la mayoría empiece a creer que “la” izquierda ha retornado y se propone ya un relevo ideológico y político.

Las izquierdas en realidad no han salido de sus diversas crisis generadas en los últimos treinta años del siglo pasado (y cuyos antecedentes están más atrás) y es difícil que salgan vitalizadas de ellas sin acometer un trabajo persistente de reconfiguración de tramas sociales básicas con criterio popular y, si se quiere, revolucionario. Este es el tema de los movimientos sociales.

Ahora, junto con el aspecto fundamental anterior, está el desafío de los ritmos electorales, de la agenda electoral y parlamentaria que, cada vez compromete a los partidos “de izquierda”. Por ejemplo, al Partido de los Trabajadores brasileño, que, en coalición electoral, logró llevar a su fundador y dirigente Lula a la presidencia a finales del 2002.

Visto desde el exterior, ¿se ha comportado como de izquierda el gobierno que encabeza Lula? ¿Avanza en la recomposición de tramas sociales o de paliativos que permitan, en otra etapa, avanzar hacia esta recomposición? Pareciera, por diversos signos, el enfrentamiento con el MST, por ejemplo, que no. Pero, tal vez Brasil, como economía industrial, es demasiado importante y la base electoral de Lula no le permite avanzar socialmente.

Entonces un desafío estratégico para el PT es ahora producir las condiciones para una reelección de Lula y, después de él, para una incontestable posicionamiento del PT como interlocutor político popular en Brasil (ojalá el sucesor de Lula fuera del PT). Este es un tipo de agenda distinta aunque no paralela a la de los movimientos sociales. Exige al PT no involucrarse en la venalidad política corriente en Brasil. Ahora, el PT tampoco parece estar cumpliendo en este frente, que es estratégico. Sin duda podría enmendar. Pero hasta el momento ni el PT ni el gobierno encabezado por Lula parecen comprometidos con acciones estratégicas “de izquierda”.

Esto no quiere decir que se trate de la peor administración del mundo o que sea antitrabajadores; quiere decir que no se comporta como de izquierda. Tal vez en el actual Brasil no se pueda. Pero cuando no se puede, “las izquierdas” tienen la obligación de crear las condiciones para que sus políticas estratégicas sean viables. Por el momento la administración Lula es un buen ejemplo de que un triunfo electoral “de izquierda”, o con componentes de izquierda, no asegura un gobierno de izquierda.

En términos básicos no existe gobierno de izquierda, cualesquiera sea su origen, referencia ideológica o personalidades, si no se comporta estratégicamente como de izquierda o si no se empeña en producir las condiciones para que un gobierno sucesor se encuentre con un más sólido interlocutor político popular o sea él mismo expresión de ese actor.

Pero esa condición básica debe ser examinada desde las condiciones económico-sociales de cada país. La política es una práctica compleja muy material y si es de izquierda todavía más compleja porque no solo va contracorriente (y debe esforzarse por transformar la cultura política reinante) sino que tiene que ocuparse en superar sus propias limitaciones y penurias internas, como el sectarismo, el mesianismo, la abstracción, etc.

Visto así, mi opinión es que nadie podría considerar “de izquierda” la acción de los gobiernos de la Concertación de Partidos por la Democracia en Chile, aunque se hayan dado avances en reformas constitucionales democratizadoras, derechos humanos (?) o disminución de la pobreza en estos últimos 15 años. En cambio las movilizaciones sociales ecuatorianas, con diversa composición, han removido varios gobiernos, y parecen contener izquierda social que puede proyectarse como izquierda política.

Ahí parece existir un proceso que no es lineal ni ininterrumpido. El bolivarismo venezolano contiene elementos estratégicos de izquierda: organización, participación y control popular, poder local, antiimperialismo que, ya observamos, entran en conflicto con algunos que no lo parecen: caudillismo, mesianismo, autoritarismo, apoyo en las Fuerzas Armadas. También es un proceso joven que deberá resolver originalmente su conflictividad interna.

¿Aprendizaje de izquierda?

La situación boliviana puede ser un buen ejemplo asimismo de la complejidad y conflictividad que pueden condensarse en las “opciones de izquierda” en este momento en América Latina. Como toda realidad específica, Bolivia tiene sus peculiaridades. Su población es mayoritariamente indígena (quechua, aymara, tupí-guaraní), pero su ralea política es blanca-oligárquica, una minoría.

Su economía depende fundamentalmente de exportaciones de hidrocarburos y mineras que han sido cedidas a empresas extranjeras o que benefician a otras economías. Su historial de administración política es turbulento (y con fuerte presencia estadounidense) y los sectores populares han tenido en ella protagonismo revolucionario. En el país el cultivo de la coca constituye una raíz cultural. Las movilizaciones sociales populares y los resultados electorales del Movimiento al Socialismo (MAS, Evo Morales), el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP, Felipe Quispe) y la Central Obrera Boliviana, han abierto, desde el 2003, un período permanente de crisis de gobernabilidad que algunos leen incluso como una situación revolucionaria o prerrevolucionaria.

En este período se ha expulsado a dos presidentes y la serie de crisis se resolvieron con un forzado llamado a elecciones generales anticipadas para este diciembre. Las banderas político-ciudadanas populares más extendidas son por la nacionalización de las riquezas básicas (el gas principalmente), por una Asamblea Constituyente para una Bolivia democrática y por castigar penalmente a los neoliberales. Además existen reivindicaciones de diverso tipo de pueblos indígenas, sectores cocaleros y organizaciones obreras.

Ahora, esta izquierda plural va dividida a las elecciones de diciembre. En primer lugar, porque no todo el mundo coincide con la oportunidad y carácter de las elecciones. La Central Obrera Boliviana (que además posee internamente sectores) estima que se trata de una “salida” que confirma el statu quo y que la herramienta para hacerse popularmente del poder es otra.

El MAS, en cambio, ya presentó su candidato. Igual lo hizo el Pachakuti (que ataca duramente al MAS). Existe además un Frente Amplio que se deriva del Movimiento Sin Miedo (municipal) y que tiene capacidad de convocatoria popular. Se da entonces una oportunidad muy propicia para un triunfo electoral popular (que obviamente no es la revolución) que culminaría una movilización diversa pero constante de sectores populares rurales y urbanos que sí son la base de un proceso revolucionario.

Pero el criterio que separa y opone a esta eventual fuerza popular se sigue de no considerar este proceso como una necesidad de articular fuerza social manteniendo discrepancias, sino que del esfuerzo de cada sector particular por hegemonizar. Existe una línea marxista- leninista de gobierno de los trabajadores al que se llega con paros armados y no armados y una huelga nacional, existe una línea indianista (Pachakuti), existe un socialismo electoralista (MAS) y una línea ciudadana-moral.

De modo que si, por ejemplo, ganasen las elecciones (y el Parlamento) el MAS o Pachakuti, tendrían una vez en el gobierno la oposición (parlamentaria o insurreccional) de todos los otros grupos de inspiración popular o ciudadana (y hay más).

La línea obrera quiere subordinar a las líneas indígenas, por ejemplo, lo que cierra enteramente un espacio de encuentro entre ellas. Esto enfrenta a la COB con la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), creada por Quispe (indianista) a la que querría imponer un “socialismo obrero” culturalmente tan remoto a aymaras y quechuas como el capitalismo liberal. Y hablamos de un país cuya población contiene cerca de un 70% de pueblos originarios.

De modo que hay banderas comunes, antiimperialistas, antioligárquicas y antineoliberales (anticapitalistas), pero no existe voluntad política para generar espacios de encuentro, diálogo y negociación con vistas a conformar una fuerza social plural que protagonice un proceso único, el de la revolución o revoluciones necesarias.

Desde fuera, al menos, no parece que esta izquierda social y política haya aprendido demasiado del siglo XXI. Y el deseo es que vaya aprendiendo desde sus condiciones, que son particularmente complejas.

En cuanto a los sectores de derecha, protagonistas del sistema, sus discrepancias no les impiden aprovechar para sus negocios los éxitos electorales de otros. Enseñan en la ocasión, por tanto, un rostro neoliberal más ortodoxo y otro más “social”, para que el electorado pueda escoger. Esto sin contar que la cancha donde se juega, las elecciones, es la de ellos.

Política y transformación cultural

Cuando se habla de “avance de la izquierda” debería estarse realizando un alcance a procesos de transformación de la cultura política. Los personalismos tantas veces disfrazados de ideología revolucionaria en América Latina constituyen una expresión, probablemente mixta, del caudillismo señorial-militar español y de la abstracción liberal de la forma política en la que el representante se convierte en mandante y el representado en obediente. Así, la vida pública queda circunscrita a la acción del mandante quien monopoliza las decisiones.

El mandante puede ser una lógica institucional: la de la acumulación de capital, por ejemplo. En cambio, el lema del EZLN, “mandar obedeciendo”, hace referencia a una voluntad (soberanía) colectiva y a un liderazgo que organiza, o sea administra, el curso de la decisión común. El “mandante” es un administrador delegado, no la personificación de un poder soberano.