La magnitud que reviste hoy el tema nuclear iraní depende en gran medida de la índole y el comportamiento del régimen islámico. Una parte de la comunidad internacional apoyó la acción de Alemania, Francia y Reino Unido, que deseaban poner fin a la deriva inaceptable de un país signatario del Tratado de No Proliferación (TNP). Sin embargo, el tema iraní es perfectamente manejable y de nada sirve que se desarrolle la crisis.
Irán reactivó su programa nuclear en los años 80 para obligar a Sadam Husein, pero tras años de esfuerzos en violación de sus compromisos internacionales, Irán sin dudas llegó a la conclusión de que se trataba de una empresa más difícil de lo que hubiera creído. Cuando el programa clandestino se reveló en 2002, sólo había producido algunos miligramos de plutonio y unos gramos de uranio. A partir de entonces, no se puso de manifiesto ningún progreso significativo durante las campañas intensivas de inspección realizadas en el terreno por los expertos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y Teherán aceptó la aplicación en su territorio del sistema de control adicional del organismo. Ese control aún sigue vigente, incluidas las actividades del sitio de Isfahan, aunque éstas contravengan las demandas de la comunidad internacional.
Ese logro no deja de ser importante y se obtuvo gracias a la acción de Alemania, Francia y Reino Unido. Hay que apoyarse en él para progresar. Irán es miembro del TNP y debe seguir siéndolo. Si está adscrito al protocolo adicional del OIEA, debe ahora ratificarlo. Hoy, también debe conceder garantías de que las tecnologías nucleares no serán desviadas de su uso con fines militares. En este punto es donde se estancan las negociaciones. Los europeos piden a Irán que renuncie a la tecnología especialmente sensible del enriquecimiento de uranio por centrifugación y le garantizan el suministro de combustible necesario. Por su parte, Irán teme que su sector energético dependa de la buena voluntad europea. Nadie quiere dar su brazo a torcer.
Sin embargo, existe una zona de convergencia posible. Los iraníes tienen derecho, en virtud del TNP, a realizar investigaciones y a desarrollar la centrifugación. Es posible reconocerles ese derecho limitándolo a un compromiso de no enriquecer el uranio más allá del 3 al 5 % necesarios y suficientes para el combustible de las centrales, pero muy insuficiente para las armas nucleares. Si las instalaciones son controladas por el OIEA, bastarían algunos días para darse cuenta de si el contrato se rompe, mientras sería necesario mucho más tiempo para disponer del material nuclear necesario para una bomba. Si el OIEA se cree capaz de realizar los controles necesarios, entonces la querella podría solucionarse.
Los que se oponen a semejante acuerdo declaran que Irán podría, sobre la base de ese contrato, desarrollar un programa clandestino, pero esto es también totalmente cierto si Teherán afirmara cesar su programa de enriquecimiento de uranio. Es fácil esconder la actividad de una docena de centrífugas, pero no la de miles, ni reunir secretamente el uranio. Hay que construir ese sistema de seguridad pero manteniéndose desconfiados y con los ojos bien abiertos. Recordemos que lo peor sería que Irán saliera del protocolo adicional, una especie de TNP, debido a las presiones o a agresiones inaceptables, y a la negación de lo que considera, equivocado o no, como un derecho imprescriptible de acceder a las tecnologías de la modernidad.

Fuente
Le Monde (Francia)

«Pour sortir par le haut de la crise nucléaire iranienne», por François Nicoullaud, Le Monde, 18 de septiembre de 2005.