Sin acercarse a lo que es un paro cívico –como algunos lo anunciaron-, sí se convirtió en un día de resistencia, una muestra de la confrontación existente entre los dos países que conviven en este extenso territorio: el de los ricos y los pobres; el de los patrones y los trabajadores; el de los terratenientes y los sin tierra; el de los pro Estados Unidos y los pro Soberanía nacional.

La nota principal del día fueron las marchas rurales. Indígenas de todo el país caminando en rechazo a las agresiones que soportan, las cuales se intensifican cada día con los megaproyectos en curso, el TLC, la guerra por la tierra, los asesinatos, la militarización de sus territorios. Pero también las expresiones de campesinos, que con similares problemas que los indígenas, se manifiestan por la necesidad de tierra, en contra de los desplazamientos y por mejores condiciones de vida.

Unos y otros son la evidencia de que el conflicto que vive Colombia se sufre con toda intensidad en el campo, y que quienes llevan la peor parte del mismo están sacando la cabeza, con dignidad, exigiendo su resolución, que implica a todas luces reforma agraria en el sentido más integral y completo del término.

En las ciudades, principalmente las capitales y algunas intermedias, no faltó la expresión masiva de la protesta. Sin embargo, tal como se previó, las protestas no fueron más allá de las marchas. Paro, en el sentido laboral, no lo hubo. Ni siquiera en el sector educativo estatal es posible una real constatación pues en algunos lugares, incluso Bogotá, desde el propio gobierno se determinó el cierre temporal de escuelas y colegios. Y en el sentido “cívico” que teóricamente es el que correspondería a un país de desempleados, de trabajo informal, de pequeña empresa y de trabajo por cuenta propia, la verdad es que muy lejos estamos de lograr una parálisis de la actividad urbana. El caos del transporte urbano corre exclusivamente por cuenta de las marchas. El problema no está, desde luego, en lo que no pudimos hacer sino en haberlo anunciado a conciencia de su imposibilidad.

De nuevo, como ha sucedido en otras ocasiones, los sindicatos y las organizaciones políticas que los rodean, evidencian su debilidad e incapacidad para concitar el sentimiento de las grandes capas urbanas. La muestra de la confrontación entre los dos países es aquí todavía muy reducida. Sin embargo, la confrontación existe, permanece latente a la espera de iniciativas que le permitan expresarse.

El primer signo de lo lejos que andan unos de otros, es la equívoca valoración que se tiene de la situación. Cuando algunos sectores persisten en caracterizar una jornada de resistencia como un paro cívico, traslucen ese desfase. El segundo proviene de la poca preparación que llevan a cabo. No son suficientes proclamas ni llamados ni insertos en periódicos. Hay que reencontrar al trabajador en su lugar de vivienda. Como a los indígenas y campesinos, en las urbes el territorio se constituye en el lugar central de disputa. El tercero nos permite ver la creciente separación reinante entre opinión pública y organización social. Aún no se alcanza a concitar el favor de la inmensa mayoría del país, no organizada ni alineada. Hay que disputar esta gran franja, lo cual implica otros lenguajes, imágenes y dinámicas políticas.

El balance de nuestra jornada de resistencia tiene pues de cal y de arena. Las limitaciones señaladas, que no se mencionan aquí por un malévolo espíritu de supercríticos sino con el propósito de avanzar, cobran toda su importancia al constatar que estamos muy lejos del desafío que nos ha planteado el gobierno autoritario de Uribe en plan de reelección. Un desafío que implica, en el más viejo estilo de los fascismos, ocultar la aguda contradicción existente tras un velo de falsa unidad “patriótica” en torno al líder que ofrece protección y redención. Y no hay Corte Constitucional que pueda hacer el trabajo por nosotros. Mientras no logremos, a través de la lucha y la organización social, llevar a su expresión clara y directa la contradicción entre los dos países, no será más que ilusión el esfuerzo de convertirla en una prueba electoral victoriosa.