La Universidad se mundializa [1]

Sigfredo Chacón, Pura pintura abstracta

Este proceso invasivo se proyecta de modo mucho más visible en las esferas de la economía, las comunicaciones y las interconexiones internacionales. En particular en todo el torrente de flujos culturales facilitados enormemente por la creciente implantación de las conocidas tecnologías de la información y la comunicación. La circulación de información y conocimientos es no sólo un fenómeno de proporciones incalculables sino un factor clave de remodelación de prácticas, hábitos y mentalidades. Se entiende que aquellos ambientes que se caracterizan justamente por el trabajo sobre la información, los conocimientos y los saberes están especialmente expuestos al poderoso impacto de esta nueva dinámica mundial. Es el caso evidente de los sistemas educativos, los sistemas de ciencia y tecnología, los aparatos mediáticos, y muy especialmente, los sistemas educación superior.

Desde hace ya varios años esta temática ocupa el interés de investigadores, agencias, gobiernos y las mismas universidades. El debate ha ido dejando un saldo positivo en lo que respecta a la producción de diagnósticos y la confrontación de interpretaciones [2]. Esta discusión arrastra visiones e intereses particularmente problemáticos a la hora de buscar zonas de confluencia o puntos en común. Salvo el reconocimiento genérico del carácter "universalizante" de la expansión tecnológica en el globo terráqueo, todo le resto forma parte de una agenda muy controversial. En cierto modo la contraposición entre globalización y mundialización es ya, de entrada, una toma de posición que acarrea de inmediato un sin número de implicaciones teóricas y políticas.

En la lógica de los apologetas de la globalización la expansión irrestricta de los mercados es la clave de todo el proceso. En términos reales el asunto se reduce a una presencia y control de las economías del mundo por parte de aquellos centros hegemónicos que detentan el poder financiero-tecnológico-militar para hacerlo. Todo lo demás es pura ideología. La experiencia indica de modo brutal que la globalización es una lógica de poder Norte-Sur, fundada inequívocamente en una voluntad de dominio, posibilitada por las plataformas tecno-económicas de los países altamente industrializados. A partir de allí vienen los matices y las variantes. Pero en el entendido de que estamos en presencia de una macro-racionalidad que no depende de los devaneos de este o aquel gobernante, ni de las buenas o malas intenciones de las grandes corporaciones transnacionales.

En el marco de esa lógica global las universidades son vistas—una vez más—como jugosos negocios que deben acoplarse a las reglas del mercado de conocimiento y de los títulos. Toda la estrategia de las élites transnacionales en estos últimos años ha consistido en desbloquear el marco regulatorio que estorba todavía la presencia masiva de las empresas de educación superior en todo el mundo. Ha habido hasta ahora muchas resistencias. Tanto por la vía de la educación virtual, como en las modalidades presenciales, las multinacionales de la educación superior pujan por expandirse. El logro más notable en esta estrategia global es calificar en la OMC los títulos universitarios como mercancías. Este pequeño detalle emblematiza el punto culminante de un proceso de "desnacionalización" creciente del espacio universitario mediante la monopolización de los grandes negociantes de títulos profesionales.

El desarrollo "natural" de esta lógica globalizadora permite presagiar un mapa mundial en este sector comparable a las concentraciones y disputas corporativas de cualquier otro ramo de la economía como la automotriz o la farmacéutica. Si se coronara hipotéticamente un completo proceso de mercantilización de la educación superior—bajo la coartada de la "libre circulación de los conocimientos"—el panorama sería seguramente algo parecido a la "Mcdonadlización" de las universidades en el mundo. ¿Es este proceso inevitable?

Justamente del otro lado de las sensibilidades intelectuales se forja una visión solidaria de la mundialización que representa de entrada una postura crítica contra toda hegemonía, contra las formas encubiertas de neocolonialismo, contra la hipocresía del "libre mercado", y sobre manera, contra todo intento de convertir la educación en una mercancía. En este horizonte se nuclea en la actualidad un amplio espectro de tendencias críticas que han hecho causa común la lucha mundial por la diversidad cultural [3], entendiendo por tal no sólo los campos tradicionales de la cultura, sino los saberes populares alternativos, las patrimonios científico-técnicos y los sistemas de educación superior (estos últimos muy apetecidos por las empresas transnacionales de títulos).

Los procesos de mundialización entendidos como encuentro de civilizaciones y como diálogo de saberes ofrecen una clara oportunidad para potenciar los acerbos cognoscitivos de los pueblos, para enriquecer sus patrimonios de saberes, para fecundar con la transferencia de las mejores prácticas la multiplicidad de experiencias que están portadas en la inmensa variedad de universidades en el mundo. Es allí donde se inserta coherentemente un planteamiento estratégico sobre las reformas universitarias enmarcado en este espíritu solidario de una mundialización contra-hegemónica. ORUS.Int ha hecho suyo este planteamiento central convirtiéndolo en un elemento vital de sus programas y propuestas. En el entendido de que en este campo persisten los matices y diferenciaciones. No es posible una sola visión respecto al complejo asunto de la mundialización. Tampoco una sola mirada en relación a la "universidad-mundo" (Edgar Morin) que tenemos por delante.

Ese debate permanece abierto. Es mucho lo que se ha avanzado en la última década de cara al examen de los nexos entre mundialización y reforma de la universidad. Son muchos los aportes que provienen de debates y experiencias en todas partes del globo. El esfuerzo de ORUS.Int por poner en convergencia esta inmensa diversidad es parte de los retos del presente. En ello está en juego no sólo un espíritu de acercamiento y de diálogo—que cuenta mucho—sino una tesis sustantiva que hace a la dialéctica entre lo local y lo mundial, a la desterritorialización que a su vez reivindica al terruño, la asunción de esta tensión entre la experiencia intersticial y el talante cosmopolita que evita toda recaída en un aldeanismo decimonónico.

La visión un tanto idílica de las "comunidades de conocimiento" puede encontrar un basamento sociológicamente bien fundado en un contexto de mundialización definido justamente a contrapelo de las "leyes del mercado", de la lógica de los intereses crematísticos, más allá de los imperativos de las rivalidades neocorporativas.

La agenda de las reformas universitarias encontraría en este talante mundializador así pensado una poderosa palanca para propulsar los cambios que tantos atascos deben sortear en la dinámica ordinaria de cada universidad en solitario. Todo el arsenal analítico acumulado en campos novedosos como gestión del conocimiento está a disposición de una óptica académica de nuevo tipo. Ello está enormemente posibilitado en la actualidad gracias a las plataformas tecnológicas en uso. Este potencial transformador puede jugar su rol emancipador sólo a condición de un profundo cambio de sentido en el modelo de globalización imperante. No habrá nueva universidad en la continuidad funcional de ese modelo. No habrá reforma que valga la pena si nos resignamos a ejercicios de reingeniería en el seno de una misma racionalidad.

Sabemos que la planetarización de todas las relaciones sociales es una tendencia que ha adquirido el status de un imperativo estructural de los contenidos de todo cuanto el hombre piensa y hace en este tránsito epocal. Nada indica que en un futuro razonablemente manejable esta tendencia desaparecerá. Por el contrario, todos los indicios van en la dirección de un mayor reforzamiento de este curso histórico. Como se ha visto, ello puede presagiar el agravamiento de las lacras que arrastra inexorablemente la lógica globalizadora. Pero también puede deparar—aún cuando sea utópicamente—el chance de la construcción de esa "sociedad-mundo" que emblematiza la aspiración de miles de millones de habitantes del planeta. Esos caminos no son indiferentes.

Si bien las opciones son muy restringidas, y en muchos sentidos no pareciera haber elección, la lucha de los pueblos por una mundialización contra-hegemónica no es un divertimento intelectual ni un simple testimonio existencial. La apuesta ético-intelectual que está allí fuertemente involucrada es parte consustancial del talante y la sensibilidad de las luchas por las reformas universitarias. Para ello no hace falta suscribir plataformas partidarias ni enarbolar banderas ideológicas al estilo del "Mayo francés" o de las legendarias revueltas estudiantiles que embochincharon el mundo durante décadas.

Se trata—aquí y ahora—de recuperar un espacio en el que la crítica epistemológica, el compromiso ético-político y la experiencia de transformación (dentro y fuera de la universidad) encuentren la sintonía suficiente, no sólo para hacerse consistentes y sostenibles en el tiempo, sino también para transformarse en fuerza emancipatoria, en pulsión que anima la voluntad transformadora, en palanca que moviliza las energías libertarias… el verdadero torrente que puede hacer realidad el sueño de otro modo de vivir, de otro modo de pensar, de otro modo de formarse. De eso se trata.

[1Este texto forma parte de los materiales que ORUS.Int editará como libro luego del Seminario Internacional que se realizará en Caracas a finales de Octubre

[2Basta revisar el repertorio de eventos y publicaciones generados por organismos como IESALC/UNESCO para comprobar fácilmente este interés.

[3Muestra de ello es la "Convención para la protección de la Diversidad Cultural" que ha propiciado la UNESCO y que ha significado en los hechos una clara derrota de los sectores más recalcitrantes en materia de "mercantilización".