Demostrando cómo se hace justicia en Perú, país en que el billete verde, el euro y los devaluados soles compran los veredictos y fletan las más grandes estafas de todo calibre, la Sala VIP, llamada Tercera Sala Anticorrupción, declaró prescritos los cargos por tráfico de influencias atribuidos al banquero de los banqueros, al individuo que dicta la vida de mucha gente, San Dionisio Romero Seminario. ¡Provecho!

Opina esa Sala, creada ex profeso para que “juzgue” a San Dionisio, que las responsabilidades del susodicho han prescrito porque son de 1999. ¿Y porqué se acusaba al banquero? De haberse reunido con el delincuente Vladimiro Montesinos y combinado con él una serie de trapisondas y favoritismos que promovían acciones con nombre propio y con mecanismos fuera de cualquier marco legal. Es decir, Montesinos y San Dionisio no se reunían para leer la Biblia y expiar sus pecados, sino para cometer múltiples fechorías.

¿Por causa de qué San Dionisio es intocable? Evidentemente, tiene lo suficiente como para gobernar sobre el comportamiento venal de periodistas en todos los medios que le pasan por alto y evitan hablar de sus evidentísimos delitos. Además, fleta la mañosería de abogángsteres que no dudan en opinar cualquier cosa, siempre en proporción del dinero que hayan recibido de San Dionisio. Confírmase que la justicia tiene un precio en Perú y también definición étnica.

Casi nadie recuerda que San Dionisio Romero Seminario falsificó en Piura un testamento de una tía y se hizo, a la mala, de nada menos que US$ 150 millones de dólares. Una prima hermana lo tiene enjuiciado pero San Dionisio no vacila en gastar en sobornos, marrullerías mil, con tal de no dejar avanzar el proceso que le pondría en muy mal pie hasta con los organismos de supervisión financiera en los Estados Unidos. Debe estar ¡qué duda cabe! hoy muy feliz, porque le han dicho que sus trampas han prescrito.

Me cupo el humilde deber de denunciar con múltiples artículos en Liberación, primeras planas en Dignidad y Pura Verdad, las maniobras de que era autor inconcuso San Dionisio Romero Seminario. Más de una vez tuvimos el privilegio de saber de sus rabietas y mentadas de madre a sus más allegados porque no podían encontrar los caminos para sobornarme por la simple razón que ese diccionario sólo lo usan los delincuentes a quienes seduce la pitanza, la vida fácil y la cabeza gacha. Y entre esos no estoy.

Hay otras investigaciones que apuntan a señalar cómo es que las avionetas de San Dionisio Romero Seminario estuvieron en vuelos extraños y en compañías aún más raras en la Selva peruana. No son pocas las sospechas de ciertas faltas cometidas por empresas de San Dionisio contra el medio ambiente, pero todos están comprados. Y los que no lo están, padecen del cerco del silencio que sufraga San Dionisio. El miedo es una constante en Perú.

Sin partidos políticos sólidos que se atrevan a señalar con el dedo a los delincuentes, quizás por tenerlos también entre sus filas; con organizaciones de la sociedad civil infestadas de panzones que sólo viven ávidos de dólares para seguir engañando; con jueces miserables que protagonizan espectáculos tristísimos como el que el Perú acaba de ver cuando se declaran prescritos los delitos de San Dionisio Romero Seminario; sólo queda esperar la acción sensata, letal y profundamente fiscalizadora de algún interregno depurador del que habla Javier Valle Riestra para purificar al Perú, limpiarlo de alimañas y fusilar a todos los traidores que pululan en la cosa pública.

¡Atentos a la historia; las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder; el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Hay que romper el pacto infame y tácito de hablar a media voz!