En la noche del 3 de octubre de 2005, la Unión Europea aceptó el inicio de las negociaciones de adhesión con Turquía, algo que no ocurrió sin dificultades, pues los adversarios de la adhesión turca se movilizaron alrededor de la cuestión chipriota para impedir el inicio de las discusiones con Ankara. Austria también cambió de parecer y reclamaba una simple asociación en vez de una adhesión como objetivo de las negociaciones. Para Viena, se trataba ante todo de presionar para lograr un reinicio de las discusiones con Croacia, al estar éstas bloqueadas debido a la falta de colaboración de Zagreb con el Tribunal Internacional sobre la ex Yugoslavia. Finalmente, los Estados europeos cedieron a las demandas austriacas y Viena aceptó el inicio de las negociaciones.
En el transcurso de estas discusiones diplomáticas, los medios de comunicación europeos hostiles a la adhesión turca presentaron cada protesta de Ankara como exigencias difícilmente aceptables o presiones sobre la Unión Europea. De forma general, la prensa europea transmitió en esta ocasión prejuicios sobre Turquía y el mundo musulmán.

Frente a esta imagen de Turquía, los defensores de la adhesión turca se movilizaron para mejorarla.
En Le Figaro, el ex primer ministro socialdemócrata francés, Michel Rocard, se pronuncia a favor de la adhesión turca o al menos a favor de la apertura de las negociaciones. Asegura que nada está decidido para Turquía, pero al mismo tiempo afirma que confía en la capacidad de Ankara para hace frente a las dificultades y responder a las expectativas de la Unión Europea. Los argumentos del ex primer ministro socialista francés no son en su mayoría nuevos: enfatiza la necesidad de implantar la democracia en el mundo musulmán y de disponer de una Turquía pro occidental de acuerdo con una visión paternalista del desarrollo de la democracia y de los objetivos geoestratégicos atlantistas dos argumentos en voga en el debate turco. Sin embargo, el autor deja escapar un argumento raramente mencionado, aunque fundamental: si la adhesión turca es importante, es sobre todo para garantizar el acceso de la Unión Europea a las grandes reservas petroleras mundiales. Pocos son los que se han atrevido a introducir claramente este elemento en el debate sobre la adhesión turca o sobre la ampliación de la Unión Europea en general.
Eterno defensor de la adhesión turca en los medios de comunicación franceses, el director de Cahiers d’études sur la Méditerranée orientale et le monde turco-iranien, el profesor Semih Vaner, reitera en Libération sus argumentos a favor de la adhesión de su país: Turquía ha hecho mucho para adaptarse al «modelo» europeo y ofrece una ocasión para crear puentes entre las civilizaciones. Impugna nuevamente el argumento sobre el reconocimiento de Chipre y considera que se trata de un problema que debe ser resuelto en primer lugar por los propios chipriotas. Es de la opinión de que no existe un problema turco, sino una incapacidad de Europa para aceptar un país musulmán.

La adhesión turca es apoyada por Washington, lo que no impide que los círculos atlantistas de la derecha francesa expresen sus reticencias.
Así, el deputado por París y presidente de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN, Pierre Lellouche, pide en Libération que se posponga, o incluso se anule, la apertura de las negociaciones. No obstante, se presenta como partidario desde el primer momento de la adhesión turca, aunque considera que el comportamiento de Ankara con relación a Chipre, y también a Armenia, no hace aceptable el inicio de las negociaciones. Si bien el no reconocimiento de un país miembro de la Unión Europea es efectivamente un problema por resolver antes de analizar la adhesión turca (aunque se trata de un problema que no depende únicamente de Ankara), no queda claro por qué las relaciones de Turquía con Armenia dependerían de la Unión Europea. En el diario turco de inspiración musulmana Zaman Daily, el académico turco, Sahin Alpay, responde a esta última acusación. Considera que es necesaria una reconciliación turco-armenia y considera que ello sólo es posible mediante la educación, ya que, según él, los turcos están muy mal informados sobre la cuestión del genocidio. Sin embargo, rechaza que ello sirva de argumento para legitimar la xenofobia contra los turcos en Europa y en las fronteras de Turquía.
Por otra parte, si bien en Washington se apoya masivamente la adhesión de Ankara a la Unión Europea, tampoco hay unanimidad. Así, el coordinador de los «halcones», Franck J. Gaffney Jr., expresaba en el Washington Times que Bruselas debía rechazar la integración de Turquía. Hace una crítica virulenta al AKP, el partido en el poder en Turquía, y lo acusa de transformar este Estado en un régimen «islamofascista». Recordemos que el autor la había emprendido ya contra Ankara antes de la guerra de Irak y no había aceptado que el parlamento turco se negara a ayudar a la Coalición en su empresa colonial. Entonces, consideraba que únicamente un apoyo de Turquía a Washington demostraría que dicho país era una democracia. Frente al distanciamiento de Turquía con relación a Estados Unidos e Israel, el autor inicia una campaña de calumnias cuyas acusaciones hacen recordar los ataques contra Vladimir Putin.

Tras la decisión de iniciar las negociaciones el 3 de octubre, los adversarios de la adhesión turca bajaron temporalmente las armas. Por el contrario, los partidarios del gobierno de Blair están satisfechos por lo que presentan como un éxito para la presidencia británica de la Unión Europea.
En Le Figaro, el ministro británico de Asuntos Europeos, Douglas Alexander, expresa su satisfacción por el resultado de la cumbre del 3 de octubre. Dirigiéndose a unan opinión pública francesa conservadora masivamente opuesta a la entrada de Turquía en la Unión, reafirma que una adhesión turca permitiría un «diálogo entre civilizaciones» y la implementación de un plan de desarrollo regional para los países limítrofes. En The Guardian y Le Monde, el atlantista británico Timothy Garton Ash se alegra por unas negociaciones que favorecerán la Europa deseada en Londres y Washington. En su opinión, las discusiones con Ankara legitimarán las adhesiones rápidas de nuevos países del Este y Sur de Europa, los países de los Balcanes y los antiguos países del bloque soviético, incluida Ucrania. La construcción de una gran Europa con 37 miembros creará una especie de Commonwealth europeo, hará triunfar la visión anglosajona de Europa y permitirá contener a Rusia (recordemos que Timothy Garton Ash es signatario del llamamiento de los 115 atlantistas contra Vladimir Putin).

En Turquía y en la diáspora turca claro que se tiene una visión muy diferente, marcada sobre todo por el malestar frente a ciertas declaraciones xenófobas de dirigentes europeos.
En el Frankfurter Rundshau, la escritora y filósofa alemana de origen turco, Hilal Sezgin, defiende la candidatura de su país criticando el principal argumento de los opositores a la adhesión turca: el carácter totalmente exógeno de la identidad turca en Europa. Para ella, por el contrario, no existe una «cultura europea» propia ajena a Turquía. Los elementos culturales de que se enorgullecen los europeos provienen en su mayor parte de Asia a través del mundo musulmán o Turquía. Sólo hace dos siglos que Europa tiene un verdadero dominio en el campo técnico. Esta evocación histórica es interesante, pero al criticar el principal argumento de los adversarios de la adhesión turca valida el análisis según el cual la Europa política debería depender de una identidad cultural pasada común y no de una voluntad de construcción de un sistema político común, sobre la base de un pacto político.
Para el editorialista nacionalista y musulmán Ali Unal, en el Zaman Daily, el problema de Europa no es la entrada de Turquía, sino el temor a una Turquía capaz de afirmarse y tener un peso en Europa. Según él, la Unión Europea desea beneficiarse de la energía y la vitalidad de la sociedad turca, minimizando lo que le brindaría en contrapartida, de ahí los continuos obstáculos tendientes a obligar a Turquía a hacer concesiones. Recomienda a los turcos, por el contrario, afirmarse e imponer sus condiciones, sin renegar de su modelo de Estado ni de su sociedad.