Tal vez debamos recordar que esta constitución se escribe en una zona de guerra, en un país al borde de una guerra civil. Este proceso no ha sido concebido por representar la necesidad de una constitución para el pueblo iraquí, sino para complacer una agenda impuesta destinada a legitimar la ocupación. El proceso de redacción se ha revelado cada vez más como un proceso de división, más que de unificación. Con Sadam Husein teníamos una constitución progresista descrita como «progresista y laica», lo que no le impidió violar los derechos humanos. Ahora sucede lo mismo. Las milicias de los partidos que dirigen el gobierno interino están implicadas en violaciones diarias de los Derechos Humanos de los iraquíes, en particular de las mujeres, con la bendición de la ocupación dirigida por los Estados Unidos. ¿Pondrá fin a esta violencia la nueva constitución?
A pesar de toda la retórica sobre la «construcción de una nueva democracia», los iraquíes ceden bajo las exacciones y las imposiciones de la ocupación dirigida por los Estados Unidos y sus subcontratistas locales. Para la mayoría, la vida cotidiana no es otra cosa que una lucha por la supervivencia más elemental. Al igual que las armas de destrucción masivas cuando Sadam, los Derechos Humanos se han revelado como un espejismo durante la ocupación. La tortura y los malos tratos –incluida la tortura infantil en las prisiones para adultos– son omnipresentes.
Durante largo tiempo las mujeres iraquíes fueron las más liberales en el Medio Oriente. Para la mayoría, la ocupación ha significado el enclaustramiento en sus casas en una lucha permanente por los bienes más esenciales. Por la noche se va a la cama con un suspiro de alivio por haber sobrevivido a otro día cargado de violencia y amenazas de muerte. En un país que flota en un océano de petróleo, 16 millones de iraquíes dependen de raciones de alimento para sobrevivir. La privatización decretada de forma unilateral por el ocupante amenaza los servicios públicos gratuitos. La malnutrición aguda entre los niños se ha duplicado. El desempleo (70%) ha generado miseria, prostitución, abortos clandestinos y asesinatos de honor. El gobierno interino está minado por la corrupción y el nepotismo.
Las mujeres iraquíes saben bien que el enemigo no es el Islam. Hay un fuerte resentimiento contra todo el que trate de unir las cuestiones de los derechos femeninos con la «guerra contra el terrorismo» racista cuyo objetivo es el mundo musulmán. La mayor parte de las mujeres iraquíes no consideran la sociedad tradicional como su enemiga, caracterizada ésta por la ayuda mutua entre vecinos y por familias ampliadas, con todo y lo restrictiva que pueda ser esta sociedad por momentos. El enemigo es el desplome del Estado y de la sociedad civil y el culpable de ello es la invasión militar extranjera y la ocupación del país.

Fuente
The Guardian (Reino Unido)

«Chewing on meaningless words», por Haifa Zangana, The Guardian, 17 de agosto de 2005.