Alberto Monteagudo, Coleóptero (Arca perdida)

Un siquiatra prescribe que para evitar que la familia se desintegre hay que expulsar a sus miembros chavistas. Es decir, para mantener la integridad de la familia hay que desintegrarla. Entre propedéutico, carrera y especialidad, este siquiatra estudio unos diez años, sin contar su prolongada experiencia clínica.

No soy siquiatra, pero me luce como poco sano alentar por televisión la expulsión de familiares. ¿En qué parte del juramento hipocrático estará esto de desalojar parientes? Tu mamá, 90 años, ponle, silla de ruedas (ojalá que no), admira a Chávez. ¡A la calle! Sin contemplaciones, con silla de ruedas, ropa y todo. Ahora bien, este docto siquiatra llama loco a Chávez por televisión. Tampoco sé qué parte del código ético de la medicina permite declarar loco a nadie por televisión.

Dejo a tu conjetura cuál es la salud mental de este galeno, que anda por todas las televisoras declarando loca a la gente. Deben temblar sus pacientes de que revele sus intimidades por televisión.

Un apóstol de la economía de mercado declara comunista a Teodoro Petkoff. Sí, sé que es raro, pero eso fue lo que le oí. Por eso no votará por Teodoro. Anda buscando un promotor del libre mercado para darle su meditado voto, pero si no lo halla, votará por el comunista Petkoff. O sea, que el neoliberal más enardecido del país, tal vez del mundo, está dispuesto a votar por un comunista. Yo no entiende.

Un preclaro político vocifera que no se debe ir a votar porque el Consejo Nacional Electoral no garantiza la pulcritud del proceso. ¡Por nada del mundo!, jura. Ahora va a lanzar su cordel electoral para estas elecciones parlamentarias de diciembre de 2005.

Todos reconocen que la oposición debe su actual descalabro a sí misma. Hablan como si ellos mismos no fueran parte activísima, notoria y protagónica de esa oposición delirante. Todos somos inteligentes; los brutos son los demás.

Otro anuncia por la televisión que la oposición debe subir cerros, pero directamente, no a través de la televisión. Y otro disparate en la misma frase, economía de medios: la oposición debe volverse chavista para derrotar el chavismo. Como el Paro: destruir el país para que no lo destruya Chávez. Así razona esta élite ramplona y prepotente.

Alguno me declama que el pensamiento de Simón Bolívar está atrasado porque va para 200 años. Le pregunto si vino en automóvil. Sí. Socarrón le digo que no puede ser, que el automóvil se sostiene sobre la rueda, invento muy anterior a Bolívar. Que debió llegar, por lo menos, en transportador molecular. Que no use argumentos tan sifrinos para juzgar una idea.

A veces los invito a competir en disparates. Pero siempre les advierto que soy bueno en eso, como se observa en el párrafo anterior. Es lo que más se me da. Para decir sensateces debo hacer duros ejercicios de concentración. No soy el mejor en burradas, ni de lejos, pero también sé hacer el ridículo en una emergencia. Nuestra ridiculez debe ser del tamaño del compromiso que se nos presente.
Desde antiguo se han derramado océanos de tinta sobre las reglas, leyes, normas y métodos para dirigir la mente, precisamente para evitar disparates. A veces sospecho que esos libros no llegaron a Venezuela. Pero es mentira, ahí están Bush y sus secuaces de allá y de acá. Lo que más me alarma es que muchos de esos libros han sido leídos por personas que sostienen los disparates (con el perdón así se llaman), que expongo en los primeros párrafos de esta especie de artículo.

Me alarma porque me pregunto si no estaré yo mismo diciendo disparates, hasta peores. Los dioses me protejan no solo de decirlos sino de saberlo, porque cuando uno sabe que hace el ridículo no tiene con quién pagarla ni dónde esconderse. Los dioses protejan a esos y otros compatriotas. Si los ves no les digas nada. Y no me lo digas a mí tampoco, te lo ruego. Es muy duro.
La cosa va más allá del cerebro. A veces depende de cómo los seres humanos se arman en sociedad. ¿Hay laboratorio más didáctico que la reciente tragedia de Nueva Orleáns? Sí los hay, pero este resulta más didáctico sobre todo por la difusión que ha tenido.

Todos sabemos cuál es la capacidad mental de Bush, de cómo su padre solo pudo encontrarle ese trabajo que tiene, pero no está allí el punto, porque está asesorado por mentes astutas como la de su mentor Karl Rove. Por eso no ingiero el cuento de la desidia ni de la incompetencia en tardarse días en salir de las largas vacaciones y acercarse un rato a hacer turismo de aventura por la zona de desastre. Siete días antes tuvieron para preverlo todo. Venezuela, sin previsiones, evacuó más de ochenta mil personas, en las peores condiciones de sorpresa en diciembre de 1999. En febrero 2005 ocurrió peor pero no hubo una sola víctima. ¿Nos volvimos inteligentes en seis años? A veces siento vergüenza ajena por los inteligentes obligados a callar las cosas de Bush. Espero que estén ganando bien.

Lo que pasó en Nueva Orleáns no es cuestión de más o menos inteligencia, sino de que dadas las circunstancias adecuadas no se prevé lo previsible, se recortan presupuestos de diques cuando todos los estudios dicen que es un disparate, se mandan por fin tropas no a ayudar sino a practicar la "tolerancia cero" que Alfredo Peña ejerció en Caracas el 11 de abril de 2002. Bush hizo en Nueva Orleáns lo único que sabe: echar plomo.

¿Por qué todo esto? ¿Son imbéciles los neoliberales? No, son neoliberales. O sea, proclamar lo privado por encima de todo, incluso de los dioses, sin flexibilidad, que es característica primordial del bluto. Esa precedencia bluta de lo privado hizo que Bush llamara a "huir" de la ciudad, pero no a tomar en cuenta que todos somos iguales, pero que unos somos más iguales que otros, y unos tenían carros, yates, aviones en qué huir, pero no todos, especialmente los pobres, los negros, los inválidos, los ancianos, los niños. Esos llevaron la peor parte. Si uno parte del darwinismo social de que sobreviva el que pueda, termina blutísimo.

No es que en el socialismo no se pueda ser bluto, ahí tienen sus excesos. Pero el mundo es complejo; no como piensan los amigos al parecer revolucionarios que se alegraron con lo de Nueva Orleáns. Les recuerdo que el mayor triunfo del malvado es volvernos malvados. Y tal vez no sea cosa de bien y mal, porque por ahí comienza otra fuente de estupideces. No, se trata de extremar el método científico. En Nueva Orleáns lo privatizaron todo, incluso la evacuación. Urbanizaron los terrenos que debían contener los diques, se redujo el déficit fiscal a costa de los diques, lo único que quedó fue rezar para que el huracán Katrina se desviase. Pero no basta rezar. Hacían falta muchas cosas para prevenir lo peor.

En el caso de la oposición venezolana hay que recordar la marcha inmensa del 11 de abril de 2002 y que el 15 de agosto de 2004 obtuvieron el 40% de los votos. Cualquier político mediocre hace fiesta con ese capital. Estos blutos no. Lo perdieron todo y quedaron debiendo. Uno en un Bingo. Otro en un hablar palante y patrás. Otra dándole la mano a Bush. Aquel trayendo paramilitares. Aquellos alcaldes organizando y amparando guarimbas. Todos armando un paro contra más de 2000 años de tradición de Navidad y contra la principal industria del país, creyendo que no tenía dolientes. Otros porque hablan con tanta fanfarronería que los chavistas callaban en las colas del Referendo, para evitar encontronazos estragantes con blutos. Por eso no se explicaron la derrota, porque creen que todo el mundo es como ellos.

El estúpido, decía Florencio Escardó, cree que solo existe lo que conoce. Y paro la enumeración porque no me gusta el ensañamiento.
Es cuestión de cómo se estructura la vida de donde nace el pensamiento. Si las condiciones son desfavorables uno empieza a decir disparates. Incluso gente inteligente. Conozco un eminente crítico literario antichavista que tuvo la valentía (son temerarios) de decir que El vano ayer de Isaac Rosa, la ganadora del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos de este año, hubiera podido ser premiada por cualquier premio provincial de España, para decir que es una novela municipal.

Se está metiendo en un pleito con las autonomías españolas, por las que hubo una guerra pavorosa de 1936 a 1939. Los premios Príncipe de Asturias y Biblioteca Breve son provinciales. ¿Es estúpido este crítico? No, Chávez lo embruteció, porque ese estudioso fue funcionario accidental del gobierno de Chávez cuando aceptó ser miembro de un jurado nombrado por este mismo gobierno que él llama dictatorial (ver "La paradoja del cretino") (analitica.com/bitblioteca/roberto/cretino.asp).

Amigo embrutecido, si has llegado hasta aquí: te recomiendo revisar tus pensamientos a la luz de lo que aprendiste de método científico o simplemente tener la lucidez popular, que ya más de un intelectual quisiera para un domingo. Trata de serenarte.

O quién sabe. A lo mejor el bluto soy yo.