La cumbre euro-mediterránea de Barcelona, celebrada los días 27 y 28 de noviembre, fue un fiasco. Aunque supuestamente debía renovar la asociación entre las naciones mediterráneas y los 25 países de la Unión Europea, el encuentro, presidido por Gran Bretaña y marcado por la ausencia de numerosos jefes de Estado árabes, no logró un documento final y solamente alcanzó una declaración de principio contra el terrorismo. Esta cumbre viene a demostrar una vez más la incapacidad de la Unión Europea para mantener una política exterior común coherente. Hay que reconocer, sin embargo, que la asociación euro-mediterránea se vio gravemente afectada durante los diez últimos años por el conflicto entre Israel y los Estados árabes. En 1995, Europa, eufórica debido a la firma dos años antes de los acuerdos de Oslo, se creía capaz de disponer de una política única con respecto al conjunto de países mediterráneos y de lograr construir a largo plazo un mercado común en toda la región. Ese objetivo perdió rápidamente toda vigencia y sólo prevalecen hoy las relaciones bilaterales entre algunos Estados europeos o la Unión Europea y ciertos Estados mediterráneos.

Justo antes y durante la cumbre, los responsables europeos no escatimaron sin embargo los artículos de alabanza sobre la asociación euro-mediterránea. Javier Solana, José Manuel Barroso, Tony Blair y José Luis Zapatero publicaron así argumentos bastante similares elogiando las grandes realizaciones del proceso de Barcelona y llamando a una aceleración de las reformas en los países del sur del Mediterráneo.
El representante de la Unión Europea para Política Exterior y de Seguridad Común, Javier Solana (ministro de Relaciones Exteriores de España en tiempos de la primera cumbre), es el primero en prestarse a dicho ejercicio en el diario de las élites israelíes de izquierda Ha’artez. Asegura que el proceso de Barcelona es un factor de reforma para los países del sur y el mejor medio de lucha contra los males modernos como el tráfico de seres humanos y el terrorismo. Afirma también que Europa puede sostener el proceso de paz israelo-palestino mediante el proceso de Barcelona ayudando a los palestinos a reformar la Autoridad Palestina.
En una tribuna ampliamente difundida y publicada en Le Figaro, el Daily Star y el Jerusalem Post, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, aboga por la democratización de los países del sur del Mediterráneo mediante el proceso de Barcelona. Anuncia, de aquí a 2007, la creación de un programa de ayuda para los Estados que se democraticen. No precisa, sin embargo, qué factores permitirían juzgar si las reformes «democráticas» son cosméticas o reales y si acciones que favorezcan los intereses occidentales serán consideradas como reformas «democráticas». El autor se declara también favorable a una apertura de los mercados del sur del Mediterráneo y a la creación de un «mercado común» del Cercano Oriente.
Finalmente, en el El País, el primer ministro británico y presidente de la Unión Europea, Tony Blair, y el presidente del gobierno español, quien acoge la cumbre, José Luis Zapatero, también elogian el diálogo euro-mediterráneo. Insistiendo en las dificultades de los países del sur, afirman que la Unión Europea puede ayudarlos a mejorar sus formas de gobierno. Ambos primeros ministros socialdemócratas muestran además su confianza en la capacidad de la Unión Europea para apoyar la paz entre israelíes y palestinos mediante el financiamiento de la reforma de la Autoridad Palestina.

En pocas palabras, el discurso es más o menos el mismo: los países mediterráneos tienen problemas (mal manejo gubernamental en el plano económico, no se respetan los derechos humanos ni los principios democráticos) y representan peligros para los países europeos (inmigración, terrorismo y crimen organizado). La conclusión está clara: hay que prestarles asistencia reformándolos mediante incitaciones financieras que se les otorgarán solamente luego de una apertura de sus mercados a las economías europeas. Aunque se repite la palabra socio, no se trata de una asociación. El discurso es caricaturalmente paternalista ya que al presentar a los países del sur solamente se habla de sus problemas y de su incapacidad para resolverlos mientras que los Estados europeos son los países que se ven en peligro debido a esas dificultades pero que están dispuestos a ayudar generosamente a los pobres Estados del sur. Los autores no asumen en ningún momento el hecho de que en la cumbre de Barcelona de 1995 se ponía como condición para la apertura a largo plazo del mercado europeo a las economías del sur del Mediterráneo la apertura previa de estas últimas a las exportaciones europeas.
Los autores coinciden también en lo concerniente a la responsabilidad del conflicto israelo-palestino en las dificultades confrontadas en las discusiones euro-mediterráneas. Todos están de acuerdo asimismo en adoptar el discurso del Tel Aviv y Washington según el cual es la reforma de la Autoridad Palestina lo que podrá traer la paz al Cercano Oriente. En ningún momento se habla de la responsabilidad israelí. Se elogian las inversiones europeas en los territorios ocupados que han tenido lugar en diez años como un medio que tiene Europa para favorecer la paz, pero nadie se atreve a recordar que gran parte de la infraestructura que pagaron los fondos europeos fue destruida por el ejército israelí durante las operaciones punitivas colectivas contra los palestinos.
En fin, Solana, Barroso, Blair y Zapatero coinciden en cuanto a la necesidad de una democratización de los países mediterráneos sin precisar los factores de apreciación de ésta. Teniendo en cuenta el tropismo atlantista de Solana, Barroso y Blair, se puede estimar que la proximidad entre esta retórica y la de Washington no es casual y responde a objetivos comunes. La «democratización» del mundo mediterráneo será sin dudas solamente el apoyo a una apertura de los mercados de esos países o la instalación de regímenes pro occidentales.

Sobre la cuestión de la democratización y los derechos humanos, el sitio Cafe Babel publica en Internet una tribuna de la eurodiputada verde Hélène Flautre. Esta última estima que el proceso de Barcelona no ha registrado grandes éxitos en materia de derechos humanos mientras que las relaciones bilaterales entre países europeos y países del sur han dado resultados mucho más halagüeños. Sin embargo, este enfoque tiene sus límites e ilustra la política de doble rasero de la Unión Europea. En efecto, debido a la oposición de Israel, no existe método alguno de análisis de los progresos de los países asociados en materia de derechos humanos.
El ex director de la región del Mediterráneo en el seno de la Comisión Europea, Abrahard Rain, también pone en duda los resultados del proceso de Barcelona en el diario libanés en lengua árabe As Safir. Para él, la cumbre de 1995 no hizo más que expresar buenas intenciones sin medios de concretarlas. Si ha habido reformas, ello se debe solamente a la acción de ciertos dirigentes de países del sur del Mediterráneo. El proceso de Barcelona fue quizás un estímulo o sirvió como foro de discusión, pero tuvo poco impacto. Abrahard Rain se pronuncia ahora por una intensificación de las reformas retomando la problemática occidental que afirma que la reforma de los países árabes es el preludio de la seguridad.

Para el analista francés Sami Nair, en Libération, no hay nada que esperar de la cumbre de Barcelona de 2005 ya que el proceso euro-mediterráneo de integración está muerto desde hace mucho. El autor denuncia la ceguera europea y anuncia que, lejos de las declaraciones oficiales, la Unión Europea mató la asociación mediterránea para reemplazarla por una política de «gran vecindad»: un sistema de relaciones bilaterales hacia todos los países cercanos a sus fronteras, tanto Moldavia como Túnez. El autor estima, sin embargo, que existen cuestiones específicamente mediterráneas que es necesario resolver, como la circulación de personas o el comercio transmediterráneo. Luego de haber tratado de obtener la apertura de los mercados del sur a fuerza de promesas, Europa esconde ahora su verdadero rostro.
El consejero del gobierno israelí, Sharon Pardo, también estima que el proceso de Barcelona está muerto, de lo cual se regocija en el diario israelí de derecha Yedioth News. En efecto, subraya que para Israel no es conveniente verse asociado a la misma política que sus vecinos. Por el contrario, las asociaciones privilegiadas y bilaterales que la Unión Europea establece con los países vecinos son una fórmula a la carta de la que Israel puede sacar ventaja. El autor estima por consiguiente que la agresividad de Israel ante Europa debe disminuir para que ese país pueda beneficiarse plenamente de las ventajas que representan relaciones bilaterales interesantes, rechazando a la vez todo lo que perjudique la «soberanía israelí», o sea la libre circulación de personas y bienes.