Compañeras y compañeros:

En nombre de la FELAP pido un
aplauso a la obra del maestro, escritor,
consecuente organizador gremial y
compañero revolucionario, Luis Suárez,
quien fuera durante años conductor
de la FELAP...
En nombre de la Federación Latinoamericana
de Periodistas, agradezco
muy sinceramente a todos los que,
en distintas tareas han trabajado para
que podamos hacer esta importante y
necesaria reunión.
Saludo, en este agradecimiento, al
intendente de la Ciudad de Morón,
Martín Sabbatella, a las autoridades
municipales y al equipo de Comunicación
del Municipio.

Sin formalidad alguna, quiero expresarle
al compañero Sabbatella que
la FELAP agradece y reconoce su decisión
y la de todo su equipo de recibirnos
y brindarnos su hospitalidad.
La FELAP reconoce el compromiso
del gobierno del Municipio de Morón
de ampliar y estrechar aún más las relaciones
entre quienes, en el campo de
las ideas y las prácticas progresistas,
luchamos por un mundo mejor.
Saludo también a todas las compañeras
y compañeros de la FELAP y a
todas las compañeras y compañeros
de organizaciones hermanas... saludo
a todos los presentes.

Sólo me permitiré hacer algunas
reflexiones, de manera muy breve,
acerca del momento en el que llevaremos
a cabo esta reunión.
El pasado 7 de julio, como sabemos,
se produjo un feroz y repudiable
atentado en Londres. Y un repudiable
atentado en Egipto. Y el asesinato,
también repudiable, de un ciudadano
brasileño a manos de las fuerzas de
seguridad británica. No voy a incursionar
aquí en cuál fue el comportamiento
de la prensa frente a todos estos
hechos. Ni tampoco voy a hacer
consideraciones acerca del progreso
tecnológico: ya sea en lo que refiere a
los adelantos en materia de explosivos
o acerca del desempeño de las cámaras
digitales de los teléfonos celulares.
Me interesa, sí, sumar la voz de la
FELAP a las pocas voces que alcanzan
el escenario público para decir
que desde la primera vez que Estados
Unidos y sus aliados atacaron a Irak -es decir, cuando dejaron de ser amigos
íntimos de Saddam Hussein-, desde
aquella vez hasta hoy, 26 de julio
de 2005, los mutilados, desaparecidos
y muertos en Irak, superan los trescientos
mil niños, mujeres y hombres...
y, en rigor a la verdad, no sabría
decir si esas fueron víctimas inocentes...
nunca supe qué quieren decir
aquellos que, de tanto en tanto, aluden
a las “víctimas inocentes”.

Según la lógica repetitiva del discurso
dominante, víctimas inocentes
han sido las de los atentados a las Torres
Gemelas, las de los atentados en
Atocha, Madrid, y ahora las de Londres
y Egipto.
Entonces pregunto: ¿Qué clase de
víctimas son las de Irak? ¿Qué clase
de víctimas son nuestros treinta mil
compañeros desaparecidos en la Argentina?
¿Qué clase de víctimas son
las decenas de miles de compañeros
desaparecidos en Guatemala? ¿Qué
clase de víctimas son nuestros miles
de compañeros chilenos asesinados
por Pinochet? ¿Qué clase de víctimas
son los luchadores populares asesinados
por Estados Unidos en todos nuestros países, a lo largo de la historia: en Nicaragua, Puerto Rico, Bolivia,
Uruguay, República Dominicana,
Panamá, Granada?...
¿Cómo hay que llamar sino terrorismo
al bloqueo de Estados Unidos
contra Cuba durante casi medio siglo?
¿Cómo hay que llamar sino terrorismo
a los intentos de asesinatos contra
el presidente de Cuba, Fidel Castro, y
a los innumerables atentados contra
Cuba? ¿Cómo hay que llamar sino terrorismo
al permanente ataque de la
oligarquía venezolana, en alianza con
Estados Unidos, contra la Revolución
Bolivariana y su líder, Hugo Chávez?
¿Qué clase de víctimas son los miles
de millones de víctimas que han
muerto, y mueren, de hambre, en todos
nuestros países... México, Ecuador,
Perú, Brasil, que murieron y
mueren de enfermedades evitables -que no se han evitado-, que murieron -y mueren- en los últimos treinta años
de neoliberalismo rabioso? En los últimos
treinta años de capitalismo salvaje;
en la historia misma de un sistema
que ha hecho del hambre de millones
la satisfacción de unos pocos... el
hambre, como dice en la Argentina el
Movimiento Nacional de los Chicos
del Pueblo, es un crimen. Y ese crimen,
agregamos, tiene un claro e indisimulable
autor ideológico: el capitalismo.

Más de trescientos mil seres humanos,
lo repito, fueron arrasados en
Irak... lo repito, fueron arrasados en
Irak... lo repito, aunque ni aún repitiéndolo
trescientas mil veces podamos
garantizar que se tome debida
conciencia, pero nuestra obligación es
decirlo, mostrarlo. Hay que mostrar
ese terrorismo.
Y aquí, repito, también, junto a la
escritora española Belén Gopegui:
“Los escritores sabemos bien que hay
diferencia entre decir y mostrar. Una
cosa es decir: por ahí va una muchacha
triste, y otra, mostrar cómo camina,
cómo alza los ojos y qué clase de
oscuridad brilla en el pelo de esa muchacha”.

Más de trescientos mil seres humanos -insisto e intento mostrar-, fueron
arrasados por Estados Unidos y sus
aliados en Irak, en uno de los más impresionantes
actos terroristas de la
historia.
Repudiamos, entonces, las políticas
terroristas que Estados Unidos lleva
a cabo a diario contra la humanidad.
Si los medios de comunicación hubieran
caracterizado la masacre de
Irak como una masacre llevada a cabo
por el terrorismo, habrían tenido que
dedicarse las 24 horas de cada día -hasta el día de hoy- a denunciar los
crímenes que el imperialismo comete
las 24 horas de cada día
en Irak...y si así lo hicieran,
si los medios de
comunicación intentaran
al menos hacer esa
denuncia, hacer una cobertura
al ritmo de los
hechos, ni las agencias
de noticias, ni la televisión,
ni las radios, ni los
diarios, podrían cubrir,
siquiera, una cuarta parte
del terror impuesto a
Irak todos los días.

Si las democracias
que conocemos aquí y
en el mundo, hubieran
caracterizado la masacre
de Irak como una
masacre llevada a cabo
por el terrorismo de Estado,
los demócratas de
aquí y de allá deberían
haber exigido a Estados
Unidos que cesara con
la masacre... exigido, no
suplicado; exigido, no
sugerido. Y de no haber
obtenido una respuesta
favorable a su exigencia deberían haber
roto relaciones con los invasores,
con los terroristas de Estado, con los
Estados Unidos.
Nada de eso ocurrió. Hasta ahora
ha sido otra victoria pírrica de la mentira
organizada, como bien sabe decir
nuestro compañero Ernesto Vera. Es
más, algunos de los que reclamaron y
fueron desconocidos en su reclamo -como fue desconocido el mismísimo
ámbito de las Naciones Unidas- dejaron
de reclamar a cambio de su incorporación,
en calidad de socios miserables,
a la comunidad de negocios
montada en Irak por la pandilla petrolera
que gobierna Estados Unidos.

Y en estos tiempos en que está de
moda hablar y hablar de la corrupción -en lo que a todas luces no es otra cosa
que una monumental pantalla para disimular
con anécdotas la propia esencia
corrupta del sistema-, convendría no dejar
pasar por alto que: No hay mayor corrupción que la
que lucra con el genocidio económico-social de nuestros pueblos.

No hay mayor corrupción que la
que sustenta financiera, tecnológica y
militarmente al terrorismo de Estado,
liderado por Estados Unidos.

No hay mayor corrupción que la de
aquellos que invocan, sin culpas ni pecados,
el hambre y la miseria en Africa,
mientras renuevan los mecanismos
de acumulación capitalista y el crecimiento
de la tasa de ganancia de unos
pocos, ahondando criminalmente todas
las desigualdades sociales.

No hay mayor corrupción que la
que compromete la vida del planeta:
recordemos el comportamiento de Estados
Unidos frente al Protocolo de
Kyoto, y el avance de Estados Unidos -por citar tan sólo un ejemplo- sobre
la Amazonia y otras reservas estratégicas,
patrimonio de la Humanidad.

De eso, de la vida misma, tenemos
que hablar los periodistas en esta reunión.
De eso y del papel de los periodistas
en un múltiple, caótico, desesperante
y genocida conflicto social, tenemos
que hablar los periodistas en
esta reunión.
De eso tenemos que hablar las organizaciones
de periodistas que, a diferencia
de otras organizaciones de
periodistas, creemos que la lucha por
cambiar este mundo, es una lucha
esencialmente política e ideológica y
no absurdamente profesionalista, infantilmente
profesionalista, y a veces -muchas veces- profesionalmente
cómplice con el terrorismo de Estado,
con el terrorismo de mercado.
De eso tenemos que hablar los periodistas
en esta reunión en los tiempos
de las llamadas guerras preventivas:
en el marco de una globalización
neoliberal, donde la Información-Comunicación
es, como nunca antes en
la historia de la humanidad, un factor
determinante en la dinámica de rentabilidad
capitalista; de ocupación territorial
imperialista; de penetración
ideológica masiva; de explotación
material e inmaterial; de confrontación
industrial y comercial; de producción
virtual, y de ocultamiento y
alienación colectiva.

De eso tenemos que hablar los periodistas
en una región en la cual la tasa
de desocupación promedio en
nuestro gremio asciende a casi el
treinta por ciento y en algunos países
al sesenta y setenta por ciento.
Un gremio en el cual -como producto
de la feroz concentración de los
medios, con su también feroz disputa
por los mercados y las conciencias-,
los trabajadores de prensa tienen una
expectativa de vida cinco años menor
que la media del conjunto de la población.
Un gremio que en los últimos treinta
años ha vivido el desgarro de más
de 700 periodistas desaparecidos y
asesinados; en su gran mayoría asesinados
por denunciar el carácter mafioso
de distintos factores de poder
que han llevado a Latinoamérica a
constituirse en la región de mayor desigualdad
social.

Periodistas desaparecidos y asesinados
por denunciar el carácter mafioso
y expoliador de políticas económicas
y sociales que han colocado a
Latinoamérica en un nivel de violencia
social casi comparable con la que
se vive en el Africa subsahariana.
De eso tenemos que hablar los periodistas
en esta reunión. Tenemos
que hablar de nuestras estrategias de
lucha y reivindicar todos los esfuerzos
hechos hasta aquí -y los que seguiremos
haciendo- por mantenernos organizados
frente al exterminio, la atomización,
la dispersión, los ataques a las
organizaciones colectivas y frente a
los discursos simplificadores que desde
los medios de comunicación descalifican
la política y a los luchadores
sociales, incentivando la lucha de pobres
contra pobres y ocultando las
verdaderas y profundas causas de las
desigualdades sociales.

De eso tenemos que hablar aquí.
De eso y de cómo crecer más y más en
nuestras tareas de capacitación y formación,
alimentando el sentido crítico,
desde una perspectiva transformadora,
que contribuya a romper la recreación
sistemática del sentido común
retardatario y, no pocas veces,
reaccionario.
Tenemos que debatir aquí cómo hacemos
crecer aún más nuestra propia
prensa, nuestra propia comunicación,
para decir con otros, para mostrar con
otros que: No hay democracia informativa
sin democracia económica. Para
mostrar, sí, para mostrar: que no hay democracia,
ni libertad, sin justicia social.
Gracias.