Andreas von Bulow

Durante la segunda mitad del siglo XX fuimos testigos de un enfrentamiento militar entre dos bloques, no sólo en Europa sino a través del mundo. Cada uno de los bloques le juraba al otro que no tenía intención alguna de atacarlo, pero ninguno lo creía, al extremo que ambos bandos mantenían millones de hombres sobre las armas en espera de una acción inminente, miles de aviones en estado de alerta, divisiones de tanques, unidades de artillería equipadas con ojivas nucleares, aviones interceptores, misiles de corto, medio y largo alcance, submarinos igualmente equipados con misiles, portaaviones y acorazados portadores de misiles de crucero indetectables incluso después de haber penetrado en el territorio del adversario.

Los servicios secretos tenían la misión de inflar la percepción de la amenaza y el complejo militar-industrial, junto a todos sus profesores y periodistas atados al sector de la defensa por los lazos del dinero, vivía feliz. Defender la posición contraria, o sea la de querer aliviar la tensión, era una actitud condenada de manera estereotipada como un síntoma de debilidad o de comunismo.

Las cumbres y tratados sobre reducciones de fuerzas se consideraban más o menos como una farsa y generalmente sólo tenían que ver con el equipamiento obsoleto. Sin embargo, debido a la situación, ninguna de las partes quería verse implicada en una guerra y existía, por consiguiente, un espacio para las conversaciones en cuanto a las estructuras de las fuerzas militares.

Al final de la confrontación Este-Oeste, estábamos por tanto ante una situación en la que los soviéticos estaban dispuestos a aceptar el principio de las estructuras militares defensivas. La idea era la siguiente: si ninguno de los bandos pretende atacar al otro, ¿por qué apoyarse en cantidades de tanques listos para invadir el territorio del enemigo potencial en caso de alerta? Reduzcamos entonces la capacidad de penetración y de intervención en el territorio del otro bando.

Ambas partes harían mejor en cambiar sus estructuras militares agresivas por medios defensivos. Si te preocupa tu defensa, gasta más en tropas que obstaculicen la invasión, en medios antitanques, baterías antiaéreas y medios antimisiles… en vez de hacerlo en sistemas de penetración profunda.

Del lado occidental, hubiésemos podido reforzar nuestras fuerzas convencionales de defensa territorial, reducir la cantidad de tanques y, al mismo tiempo, redefinir de ambas partes la doctrina del primer golpe nuclear sin considerar la debilidad de las fuerzas convencionales.

Por otro lado, era comprensible que nuestra dependencia de las fuerzas nucleares de la OTAN como último recurso fuera del agrado de nuestros aliados: la doble función de la OTAN ha sido siempre «impedir que los rusos entren y mantener controlados a los alemanes».

Felizmente, la situación cambió. Desapareció el enfrentamiento Este-Oeste u Oeste-Este. Estados Unidos y la OTAN se dedican ahora a la caza de terroristas musulmanes. Este nuevo enemigo fue señalado en los minutos siguientes al 11 de septiembre: Osama y sus 19 cómplices...

Todavía estamos esperando por la presentación de documentos confiables y verificables sobre lo sucedido aquel día ¬ [1]. Sin embargo, en pocas horas Afganistán fue señalado como el país que servía de refugio al viejo comodín de la CIA, Osama bin Laden, y a su grupo de veteranos de la guerra contra los soviéticos en Afganistán. Se sugirió después que Irak era el país que apoyaba a Al Qaeda, lo cual era una mentira fabricada sobre la base de documentos falsos provenientes de los servicios de inteligencia.

La administración Bush se sintió entonces amenazada por las armas de destrucción masiva, por las armas biológicas, químicas, quizás hasta nucleares, que se suponía estaban en manos de Sadam Husein. Más tarde, por falta de las mismas, se sintió amenazada por el programa de fabricación de dichas armas… La administración Bush presentó documentos tan groseramente falsificados que cabe preguntarse quién los fabricó, por qué lo hizo tan mal y cuál era su intención.

Para terminar, en dos días la administración Bush prosiguió la escalada y lanzó un llamado a la guerra santa contra todos los Estados que apoyaran el terrorismo internacional. El acorazado Rumsfeld, así como el presidente Cheney, nos explicaron que Estados Unidos estaban ahora en guerra con una cantidad de Estados que podía alcanzar la cifra de 60. El propio presidente habló de una cuarta guerra mundial que duraría más de una generación. En este nuevo mundo Estados Unidos decide quién es el enemigo, sin preguntar ni ponerse de acuerdo con nadie.

El que no está con nosotros, está contra nosotros, es nuestro enemigo. Eso me recuerda al emperador alemán Guillermo II, hace cien años. No se acepta ninguna intervención de las Naciones Unidas. Cuando los funcionarios de la ONU realizan su misión con imparcialidad, a los inspectores brasileños encargados de la búsqueda de armas químicas –por ejemplo– se les niega la renovación del mandato con la esperanza de poner en su lugar a alguien más complaciente… Y ahora nos asombramos de ver cómo el terrorismo fundamentalista ha logrado construir en pocos años, desde las cuevas de Afganistán, una amenaza que obliga a Estados Unidos a dedicar a la defensa mucho más dinero que cuando tenía que contener a la Unión Soviética y los demás Estados comunistas.

Los gastos militares estadounidense sobrepasan actualmente los de todos los demás países juntos alcanzando los 430 000 millones de dólares, cuando antes gastaban 300 000 millones. El complejo mediático-militar-industrial debe sentirse feliz… Y, como en tiempos de la amenaza soviética, los medios de difusión supuestamente independientes le lamen las botas, al igual que los profesores y demás expertos en asuntos de defensa.

La administración Bush tiene una agenda establecida de manera unilateral y da por sentado el apoyo de sus aliados sin dar muestras de querer llegar a acuerdos o compromisos de manera multilateral.
Estamos ante un poder hegemónico de avanzada, armado hasta los dientes y sin contrapeso militar capaz de establecer un equilibrio o, en todo caso, incapaz de oponerse al bombardeo indiscriminado de poblaciones enteras.

La agenda fijada sigue la línea política agresiva trazada por el Project for a New American Century, tendiente a garantizar la superioridad militar, financiera, económica, cultural y electrónica de Estados Unidos en cualquier continente. También reclama no menos sino más militares para emprender guerras preventivas en caso de futuras amenazas y condena todo pensamiento favorable a un equilibrio de fuerzas.

Cuando el presidente Eisenhower denunció al complejo militar-industrial como destructor de la democracia en Estados Unidos, anunció el comienzo de un peligroso proceso. Proceso que no se ha detenido nunca y que ha entrado probablemente en su fase final. La Roma antigua no pudo soportar el peso. ¿Por cuánto tiempo podrá hacerlo Estados Unidos?
Sin una rebelión en el seno del sistema político estadounidense, no parece existir manera rápida de poner fin a esta hegemonía.

Todo indica que no hay duda alguna: la política exterior y militar de EE.UU. así como sus acciones secretas no dependen de cuál partido se encuentre en el poder en Washington sino que son bipartidistas. Y no hay manera de cambiar ese factor mediante el proceso democrático.
Basta con leer a los guías espirituales del imperialismo estadounidense como Henry Kissinger, quien sirve de consejero a los republicanos. En su libro de mil páginas intitulado Diplomatie [2], Kissinger elogia a todos y cada uno de los estadistas de la Historia, ya sean franceses, ingleses, españoles o estadounidenses, que cometieron con éxito crímenes contra el derecho nacional o internacional para extender su propio poderío nacional. Ya conocemos la canción...

Zbigniew Brzezinsky [3], quien ejerce su influencia mayormente sobre el bando demócrata del espectro político, sigue la misma línea. «¿Cómo mantener a Estados Unidos como única superpotencia?» Emprendiendo guerras preventivas contra todo el que sea lo suficientemente audaz como para poner en tela de juicio su papel hegemónico. Superioridad en todos los continentes, derecho de control sobre todas las materias primas del planeta.

Según Brzezinski, el principal peligro que enfrenta la superioridad estadounidense puede venir de Eurasia. Por consiguiente, es necesario mantener bajo control Europa, China y la India… y no dejar al alcance de Rusia, sola o con aliados, la menor posibilidad de volver a ser una potencia mundial.

La Hegemón posee un enorme arsenal que le permite obligar a todo Estado no amistoso, recalcitrante, neutro, e incluso a los Estados aliados, a seguir su política. Como la guerra es impopular, sobre todo en las democracias, no podemos considerar a las fuerzas armadas como el elemento más importante de ese arsenal. El primer instrumento es, actualmente, la manipulación de los medios de difusión.

El Pentágono dispone, él solo, de un presupuesto de 655 millones de dólares destinado a la desinformación y a ejercer influencia sobre la opinión pública –en particular en los países aliados poco dispuestos a seguir la política de guerra preventiva de Estados Unidos. La CIA ha perdido la exclusividad de los golpes bajos, el Pentágono cuenta ahora con la autorización del Congreso para realizar operaciones encubiertas, incluyendo actos de terrorismo, o manipular los medios de difusión a nivel mundial y, mediante éstos al público, para que todos se convenzan finalmente de la importancia de ayudar a Estados Unidos en su lucha contra el terrorismo.
Y existe todo el dinero que haga falta para sobornar a las casas editoras o reclutar periodistas y universitarios…

Conferencia Axis for Peace, 18 de noviembre de 2005, Bruselas: de izquierda a derecha, Andreas von Bulow, Salim el Hoss, Thierry Meyssan, John Duke Anthony, Enrique Román Hernández y Subhi Toma

Tenemos que hacer frente a un medio en el que la verdad no es ya la única primera víctima de la guerra. El público, los medios de difusión, la Asamblea General de la ONU se ven sometidos a la presión de mentiras totales y la presentación de documentos falsificados por parte de los gobiernos, lo cual provoca protestas inclusive por parte de los expertos de la CIA, quienes saben que dichas «pruebas» son falsas.

Ante esta propaganda cotidiana, y para contrarrestar las informaciones, tenemos que darnos cuenta de que esas fotos, videos, correos electrónicos, grabaciones de voces y de conversaciones telefónicas, y hasta esas traducciones, pueden haber sido falsificados para atraer partidarios a la agenda hegemónica [4].

Uno de los instrumentos milenarios para desestabilizar el sistema político de un país o de una sociedad que se quiere obligar a seguir determinada política, o para provocar su implosión, es la utilización de las minorías étnicas. El procedimiento es el siguiente: eliminar los líderes de los grupos étnicos que, mediante compromisos cotidianos basados en el buen sentido, mantienen la paz entre la minoría y la mayoría. Organizar el asesinato de éstos por miembros del crimen organizado o presentarlos como idiotas, ingenuos, o ambas cosas. Apoyar a los fundamentalistas más extremistas de ambos bandos, a los que rechazan todo compromiso y dejar que el terror acabe con la buena voluntad que permitía a la mayoría y la minoría vivir juntas pacíficamente.

A partir de entonces, los radicales podrán dividir el territorio. Sospecho que en Irak se está aplicando el slogan «divide y vencerás» [5]. En Irak, el terror podría conducir a la división del país en tres partes. Por cierto, ese es precisamente el sentido del Project for the New American Century.

Otro método es el que consiste en financiar una especie de «revolución naranja» y darle apoyo. Pienso que podríamos observar en Irán una evolución similar a la que vimos en Ucrania [6].
La economía mundial de la droga permite financiar estos cambios de régimen así como los procesos de desestabilización. La cocaína de Colombia o la heroína de Afganistán van a los países industrializados.

Los señores de la guerra afganos son poderosos únicamente porque controlan el tráfico y esos mismos barones de la droga son los aliados de la política secreta estadounidense [7]. El tráfico de tales drogas es capaz de llevar el infierno a cualquier país. La totalidad de la red de la droga, bajo el control del crimen organizado, se encuentra bajo la protección de acuerdos establecidos entre la CIA, los servicios secretos nacionales y las agencias que supuestamente deberían perseguir el tráfico.

En mayor o menor escala, la CIA es cómplice del crimen organizado y viceversa. A ese proceso oculto se debe hasta un 80% de la criminalidad en nuestras ciudades...

El proceso de lavado de dinero se encuentra también bajo la protección de las agencias de inteligencia, para poder canalizar el flujo financiero así creado con vistas al financiamiento de las operaciones secretas. Ciertos bancos privilegiados y cómplices están integrados al sistema. Y todo el mundo, en el conjunto de la red, se siente feliz de ganar sumas astronómicas sin arriesgarse…
En el terreno, usted no sabrá nunca si se encuentra ante el crimen organizado, ante verdaderos terroristas fundamentalistas musulmanes, o si son la CIA, o el Pentágono, quienes se esconden detrás de todo.

Y usted no sabrá nunca si es el dinero de la droga de la CIA o el dinero de los impuestos del Pentágono el que sustenta la hegemonía de la bandera de las 50 estrellas...

¿Creen algunos que es necesario, e incluso sabio, que exista en el mundo un solo policía con una porra mucho más grande que las de los demás y que debe ser Washington quien desempeñe ese papel? Quizás sería juicioso pensarlo. Sin embargo, desde el 11 de septiembre tenemos un policía que no se somete ya a ninguna ley, nacional o internacional, autorizado a torturar testigos para obtener confesiones mayormente falsas. Vemos a un policía que actúa basado en informaciones parciales e interesadas, cuando no se trata de simple corrupción, y que se niega a consultar a las demás naciones.

Por consiguiente, la respuesta debe ser: ¡no a un policía monopólico! Un policía que sea la mayor potencia militar, financiera y económica del planeta, cuyo interés reside evidentemente en utilizar su legitimidad como cobertura para imponer nuevas bases militares en todos los continentes y para garantizar a sus conglomerados industriales y financieros los recursos donde quiera que estos se encuentren está lejos de ser algo que debamos desear.

La mayoría de nuestras naciones industrializadas se basan en las fuerzas del libre intercambio para tener acceso a la energía y a otros recursos. No hay ninguna necesidad de ocupar militarmente esos recursos y de vigilar el acceso a éstos mediante un aparato militar que cuesta 430 000 millones de dólares al año. Ese es, sin embargo, el sueño del complejo militar-industrial y de la administración Bush, mientras que descartan las necesidades más urgentes de la población más desposeída de los propios Estados Unidos.

Para organizar la paz tenemos que trabajar pacíficamente en pos de un nuevo equilibrio global, principalmente en sectores que no son los militares. Desafiar el poder hegemónico emprendiendo nuevas carreras armamentistas no conducirá a nada. China y, quizás, Rusia son los únicos países que podrían seguir ese camino, hasta el límite de sus fuerzas económicas, antes de darse cuenta de que su extensión territorial y sus inmensas poblaciones constituyen una fuerza intrínseca.

Es en el campo de la información, de las finanzas, del comercio, de la tecnología, de la cultura y de la ley que el unilateralismo extremo tratara de aislarnos cada vez más. El cambio de actitud del público hacia la administración Bush es grande en Europa, a pesar de un sentimiento normalmente muy pro estadounidense.

Brzezinski tiene razón cuando observa la influencia nunca antes igualada de Estados Unidos en las ciencias económicas, las finanzas, en el plano militar, en la cultura, etc. Cuán fácil sería utilizar esa influencia de manera sabia y equilibrada, apoyándose en aliados a través del mundo. El equipo de Bush ha decidido otra cosa. Como estoy lejos de ser antiestadounidense, espero que finalmente lograremos convencer a los ciudadanos de Estados Unidos –a pesar de sus medios de difusión– de que están siendo manipulados de una forma que nadie habría podido imaginar hace unos pocos años y de que deben hacer lo necesario para modificar el peligroso camino que está siguiendo la administración Bush. Internet permite el acceso a otras informaciones, y la gente se da cuenta de ello. Tenemos por tanto que alimentar Internet, y otros medios, con informaciones fundamentales.

Hacer fracasar las operaciones sicológicas del Pentágono, la CIA, y también las del Mossad, y sus satélites en nuestros propios medios de difusión es la tarea más importante ante la que nos encontramos. Aunque pueda parecer extraño, plantear constantemente la pregunta «¿Quién se beneficia con el crimen?» ante las referencias mediáticas cotidianas a Al Qaeda, bin Laden o Zarkaui llevará muy a menudo a ver las cosas de manera contraria a la desinformación oficial.

Y tenemos que insistir en la obtención de pruebas tangibles y verificables, para poder descubrir las operaciones de propaganda. Las confesiones en Internet, los videos, grabaciones de voces y otras pruebas obtenidas mediante la tortura no son confiables hasta que no sean corroboradas mediante elementos verificables.

Como la mayoría de los terroristas son títeres seleccionados entre jóvenes drogadictos, es fácil obligarlos a ponerse de acuerdo con los acusadores. A cambio de la categoría de dementes, están dispuestos a ofrecer un testimonio falso ante los tribunales, testimonio que será utilizado más tarde para confirmar la propaganda.

Para sacar a la luz las operaciones de desestabilización y hacerlas fracasar, hay que seguir el flujo del tráfico de droga y el lavado del dinero que financia esas operaciones secretas. En todos los países industrializados existen arreglos entre las agencias encargadas de reprimir el tráfico de droga o el crimen y los servicios secretos, como la CIA, para descubrir los canales de circulación de la droga limitándose a observar los caminos, los medios y las personas utilizadas.

Tras ese procedimiento se esconde el proceso secreto de financiamiento del crimen organizado y su influencia sobre cualquier drogadicto. En realidad, los drogadictos pagan las cuentas no sólo del crimen organizado y de los señores de la droga colombianos o afganos sino también las maniobras de la CIA y otros servicios de inteligencia. Y el 80% del dinero que se utiliza en la compra de droga proviene de los criminales de poca monta…

Por el momento, no es posible establecer un contrapeso ante el poder hegemónico. Sin embargo, la actuación parcializada, unilateral y a menudo corrupta de la administración Bush ante los problemas del mundo conforma una imagen extremadamente negativa de Estados Unidos.

Ese factor puede convertirse en una traba para los sectores que no están ligados al complejo militar-industrial y ejercer la presión necesaria sobre la elite política estadounidense.

No debemos, sin embargo, alimentar la menor ilusión subestimando la extraordinaria influencia que ejerce el complejo imperial y neocolonial sobre la política. El camino será largo.

[1Leer L’Effroyable imposture, por Thierry Meyssan, Carnot, 2002, y Die CIA und der 11. September, por Andreas von Bulow, editado por Piper, 2003.

[2Diplomacy, por Henry Kissinger, Simon & Schuster, 1995. Versión francesa: Diplomatie, Fayard, 1996.

[3«La stratégie anti-russe de Zbigniew Brzezinski», por Arthur Lepic, Voltaire, 22 de octubre de 2004.

[4Ver nuestra rúbrica «Observatorio de la propaganda»

[5«Modèle yougoslave pour le Kurdistan», Voltaire, 3 de enero de 2004.

[6«Moscou et Washington se livrent bataille en Ukraine», por Emilia Nazarenko, y «Ukraine: la rue contre le peuple», Voltaire, 1ro y 29 de noviembre de 2004.

[7«Le Pakistan exploite le pavot afghan», Voltaire, 19 de abril de 2005.