Las recientes declaraciones negacionistas del presidente iraní Mahmud Ahmadineyad desencadenaron otras en la prensa occidental que piden sanciones contra Irán, lo que podría constituir el preludio de un ataque militar. Los argumentos esgrimidos asocian críticas legítimas a las declaraciones del presidente iraní, deformación de la situación en ese país, agravamiento de la amenaza que representaría el programa nuclear civil de Teherán así como propaganda tradicional relativa, en especial, a los supuestos vínculos entre Irán y Al Qaeda.
Con mucha frecuencia, los textos que exigen sanciones o la acción militar contra Irán son pronunciados en nombre de grandes principios morales, pero que olvidan por completo el derecho internacional. Si escuchamos a muchos de estos analistas, las declaraciones del presidente Ahmadineyad justifican por sí solas la adopción de severas sanciones contra Irán, incluso el desencadenamiento de una guerra. Este enfoque se basa en una visión de las relaciones internacionales en las que los Estados más poderosos pueden, a voluntad, atacar a un país ya no en legítima defensa, ni siquiera en caso de que constituya una amenaza, sino sobre la base de las declaraciones y de la ideología de sus dirigentes; punto de vista extendido con mucha más facilidad por cuanto los medios de comunicación dominantes, que se apoyan en la opinión de los militares occidentales a la hora de redactar sus artículos y reportajes, ofrecen una imagen aséptica y tranquilizante de las guerras.
No podemos sin embargo cometer una carnicería que provocará decenas de miles de víctimas apoyándonos en una declaración, por muy lamentable que esta sea.

Como quiera que sea, los propagandistas neoconservadores habituales atacan violentamente a Irán basándose en las declaraciones negacionistas del presidente iraní.
_ Michael Rubin, ex asesor de Donald Rumsfeld y experto del American Enterprise Institute, acoge con beneplácito en el diario eslovaco Tyzden las declaraciones de Ahmadineyad. Para este autor, el presidente iraní ha revelado por fin la naturaleza del régimen iraní y a los europeos no les queda más remedio que hacerle frente. El experto del AEI estima que en esencia la República Islámica de Irán es un régimen que busca la destrucción de Israel y nada podrá cambiarlo. Las últimas declaraciones del presidente iraní permitieron que los europeos lo comprendieran. Sin recomendar soluciones para lograrlo, lanza por consiguiente un llamamiento a favor de un cambio de régimen en Irán.
Kenneth R. Timmerman, vicepresidente de la Foundation for Democracy in Iran, esgrime la carta de la condición psiquiátrica del adversario en el Daily Star. Basándose en una serie de declaraciones infundadas y en rumores cuyos autores no pueden ser identificados afirma que Mahmud Ahmadineyad es un fanático religioso mesiánico y milenarista que cree en el próximo fin del mundo y en el retorno inminente del imán Mehdi, figura mítica de los chiítas. Partiendo de este postulado no sustentado y dando por sentada la voluntad de Irán de adquirir el arma nuclear, predice lo peor en caso de que esas armas cayeran en manos de un loco. Considera asimismo que debe hacerse todo lo posible para impedir que esos «zelotes» posean la bomba. Timmerman tampoco precisa los medios que deben ser empleados.

Los medios de comunicación mainstream de Occidente comparten una opinión única: Irán representa una amenaza, está listo para dotarse de armas de destrucción masiva, apoya el terrorismo y es dirigido por un grupo de fanáticos capaces de adoptar decisiones irracionales (este último argumento permite enmascarar con frecuencia la irracionalidad de la argumentación). Estamos, con toda evidencia, ante el mismo guión de propaganda utilizado contra Irak.
No obstante, en el caso de Irán, denunciar a la República Islámica no conduce necesariamente a un llamamiento a favor de la acción militar. Al parecer, entre las élites atlantistas no existe consenso a favor de la invasión terrestre de Irán, ni incluso con respecto a un bombardeo aéreo. Pero hay algunos puntos de vista ambiguos.
Este es el caso de la tribuna firmada en Los Angeles Times por Bill Frist, senador por Tennessee y jefe de la mayoría republicana en el Senado estadounidense. El autor se preocupa por la amenaza nuclear que representa Irán para Israel, Europa y las tropas estadounidenses estacionadas en el Medio Oriente. Dando por sentadas las intenciones agresivas de Irán y considerando que el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) no ha condenado a ese país sólo por miedo a que Teherán abandone el TNP, pide que se decrete un embargo internacional contra Irán. El senador Frist no puede sin embargo ignorar que Estados Unidos no obtendrá jamás un consenso sobre este punto. China, Rusia y la India no respetarían ni apoyarían tal acción. Por lo tanto, cuesta trabajo entender de qué sirve una propuesta semejante, como no sea para poder afirmar tal vez que se propusieron opciones no militares antes de decidirse a exigir la guerra.

Los tradicionales «mensajeros de América» también difunden esta imagen de Irán en Francia.
El mediático «filósofo» y editorialista del semanario conservador francés Le Point, Bernard Henri Lévy, repite sin pestañear (al mismo tiempo que reivindica) todos los análisis de su colega neoconservador David Brooks (quien trabaja para el New York Times y el Weekly Standard). El autor afirma que Irán está a punto de contar con el arma atómica y que la utilizará de inmediato contra Israel antes de virarse hacia «América» y «Occidente». También acusa a la República Islámica de tener vínculos con Al Qaeda. Como parece difícil recurrir a la opción militar (y, según el tono del texto, únicamente a causa de ello), Bernard Henri Lévy recomienda presiones internacionales en la esfera comercial y diplomática así como el apoyo a movimientos capaces de derrocar el sistema teocrático iraní. Al mismo tiempo que lamenta que Estados Unidos se vea inmerso en un conflicto en Irak, calificado en estos momentos de absurdo, pero que en su momento había deseado ardientemente, pide a Europa que interrumpa cualquier negociación con Teherán y se muestre agresiva.

El diario francés Le Figaro da la palabra por su parte a dos comentaristas de origen iraní.
_ El profesor de mercadotecnia y asesor de empresas Djamchid Assadi desarrolla un análisis que recuerda bastante el discurso tradicional atlantista sobre Irán. El autor teme que la acción diplomática ya no sea suficiente para resolver la crisis nuclear y considera «contraproducente» la solución militar o incluso nuclear. Por consiguiente, lanza un llamamiento a favor de un cambio de régimen y de maniobras de subversión interna.
Lejos de estas visiones simplistas, el académico Daryush Shayegan describe a su país como un Estado increíblemente complejo, marcado al mismo tiempo por profundos arcaísmos pero también por una revolución cultural endógena. Dicho texto, aunque no se declare explícitamente como tal, es una respuesta a todos aquellos que afirman que sólo una acción exterior puede transformar el país. Pero este punto de vista es un ejemplo aislado.

En el sitio AntiWar.com, el Dr. Arshin Adib-Moghaddam, profesor del Center of International Studies de la universidad de Cambridge y miembro del Consejo de Administración del Proyecto Tharwa, describe cómo funciona el modelo de propaganda empleado por los neoconservadores contra Irán. El autor recuerda que el proyecto neoconservador prevé desde hace tiempo el derrocamiento de seis o siete regímenes en el Medio Oriente y que las acciones de Irán no han ejercido influencia alguna sobre este objetivo. Por lo tanto, todo lo que haga la República Islámica será criticado con el propósito de brindar la imagen más amenazadora posible y convencer a la opinión de que debe ser atacada. Para apoyar sus palabras, el autor cita a cierto número de analistas que los lectores de nuestra sección Tribunas y Análisis conocen muy bien y que se especializan en desvalorizar, desde el punto de vista mediático, a los Estados que están en la mirilla. Este bombardeo propagandístico y las fórmulas de marketing de choque permiten lograr el consentimiento de la opinión pública. El autor concluye que el neoconservadurismo se caracteriza por la guerra y que la lucha contra éste implica la denuncia de su propaganda.
Este es un punto de vista que hubiéramos suscrito pero que, lamentablemente, no tiene acceso a los principales medios de comunicación.