La victoria electoral de Evo Morales en Bolivia pone de nuevo a América Latina en el centro del interés mediático al cabo de una larga ausencia. Erróneamente comparada con la elección de la socialista chilena Michelle Bachelet, la elección boliviana es interpretada en los medios, con toda justeza, como el símbolo de viraje político continental.

Como vimos en nuestra edición del 9 de enero, los medios conservadores españoles reaccionaron ante la elección de Evo Morales con la publicación de análisis que iban de una ligera inquietud a la prudencia. La opinión general de los expertos consultados era que la elección implicaba riesgos para la «democracia» (acusación clásica de los medios conservadores ante el advenimiento de un poder progresista), pero que era posible mantener el control del país e impedirle alejarse substancialmente de las políticas que acostumbraba a seguir anteriormente.
Reaccionando después que sus colegas, el diario español de centroizquierda El País dedica ampliamente sus más recientes páginas de «opinión» a la reorientación política de América Latina mediante la publicación de opiniones mucho más cercanas a las expuestas por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. En lo tocante a la elección de Evo Morales, el diario publica dos puntos de vista globalmente favorables a los objetivos anunciados por el presidente boliviano y que relativizan el carácter «revolucionario» de su política.
Por el contrario, el ex presidente socialista del gobierno español, Felipe González, niega el carácter revolucionario del cambio en Bolivia. Según él, se trata solamente de una alternancia política que no implica cambio en el modelo existente sino que trata de eliminar el estancamiento institucional y las desigualdades sociales. Elogia el programa institucional y económico de Morales y augura un futuro promisorio. Su única inquietud es que la falta de unidad nacional y de consenso pueda perjudicar el desarrollo del país.
El uruguayo Enrique V. Iglesias, secretario general de la Conferencia de Países Iberoamericanos, comparte ese punto de vista. Para él los cambios políticos en América Latina no son más que la continuación del proceso de emancipación iniciado cuando, al final de la Guerra Fría, los Estados de la región comprobaron que eran capaces de resolver sus propios problemas sin Estados Unidos. Ahora la democratización de los regímenes latinoamericanos y la reacción ante los errores de las políticas económicas de los años 80 están llevando al poder a nuevos dirigentes deseosos de emanciparse de Estados Unidos y de acercarse a Europa.

Aunque representa a España en Venezuela, el embajador Raúl Morodo promociona a Venezuela en España, no lo contrario. Morodo afirma en El País, diario próximo al Partido Socialista español, que el gobierno bolivariano es una forma de populismo democrático que da la palabra a poblaciones tradicionalmente marginadas de la representación política, lo cual permite al mismo tiempo progresos sociales y el mantenimiento del Estado de derecho. Modera un poco sus palabras al afirmar que, para que el modelo sea perfecto, habrá que alcanzar un consenso nacional. El embajador no vacila sin embargo en presentar este sistema como un posible modelo de desarrollo para todo el subcontinente latinoamericano. En realidad, al elogiar al presidente Chávez, el embajador legitima la reorientación de la política exterior española llevada a cabo por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. En efecto, el gobierno anterior, dirigido por el conservador José María Aznar, apoyó la intentona golpista contra el presidente venezolano Hugo Chávez [1] y empujó a la Unión Europea hacia la adopción de una política agresiva hacia Cuba.

Por supuesto, los políticos latinoamericanos seguidores de Washington no ven con buenos ojos el viraje político de los Estados de la región. A pesar de ello, establecen, al analizar los gobiernos «de izquierda» que han conquistado recientemente el poder, la diferencia entre una izquierda «respetable», que se somete a las normas estadounidenses, y una izquierda «populista» representada por Hugo Chávez, a quien culpan de todos los males. El International Herald Tribune, filial del New York Times, publica el punto de vista de estos seguidores de Washington.
El ex ministro mexicano de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda, no escatima elogios al referirse a los gobiernos de la izquierda «responsable» desde el punto de vista geoestratégico, o sea sometida a Estados Unidos. Afirma que son estos gobiernos los que pueden desarrollar a sus países. En cambio, estigmatiza a Venezuela, símbolo de una tradición de izquierda «populista». Afirma sin embargo que un buen manejo de la situación por parte de Estados Unidos y Brasil puede llegar a corregir la natural inclinación de Evo Morales hacia la segunda tendencia, conclusión ya formulada anteriormente por el analista peruano Álvaro Vargas Llosa en las páginas del mismo diario el pasado 28 de diciembre.
Por su parte, Enrique Horst, ex dirigente de la ONU, hoy miembro de la oposición venezolana, prosigue sus ataques mediáticos contra el presidente Hugo Chávez Frías, a quien ya acusó, en contra de la opinión de los observadores internacionales, de haber manipulado el referéndum revocatorio. Horst es de los que afirman que hay dos izquierdas en América Latina: una izquierda virtuosa, representada por Lula o los gobiernos chilenos de Ricardo Lagos y, ahora, Michelle Bachelet, y una izquierda antidemocrática representada, claro está, por Hugo Chávez.

Como podemos ver, los sectores pro estadounidenses no consideran a Michelle Bachelet como una adversaria, lo cual no impide que gran número de diarios europeos vean en su elección la confirmación de un viraje en América Latina. Sin embargo, la señora Bachelet no era más que la candidata del partido en el poder, partido que aplicó una política económica neoliberal y aportó todo su apoyo a la administración Bush en las negociaciones continentales.
So pretexto de que Michelle Bachelet es mujer, los medios mainstream occidentales imaginan la ruptura que se supone ella representa y exaltan así, de forma absurda, la diferencia biológica entre ella y su mentor, Ricardo Lagos, negando su continuidad ideológica. La «socialista» Michelle Bachelet fue particularmente promocionada en Francia en los medios de centroizquierda ya que la elección chilena se produjo al mismo tiempo que una intensa campaña de marketing a favor de la socialista francesa Segolene Royale, candidata favorita de los medios por la izquierda francesa, quien a su vez participó brevemente en la campaña de la nueva presidenta chilena.
En el diario colombiano El Tiempo, el escritor Sergio Ramírez, ex vicepresidente de Nicaragua, elogia el pragmatismo de Michelle Bachelet. Al saludar la nueva presidencia, Ramírez evoca el consenso que Bachelet logró establecer con los militares chilenos durante su gestión al frente del Ministerio de Defensa. Concretamente, mientras que todos se extasían ante el cambio que Bachelet podría aportar, Ramírez saluda el conservadurismo del que dio prueba ante militares chilenos dotados aún de enormes poderes.
Del otro lado del tablero político, Marc Cooper, periodista estadounidense de The Nation y ex miembro del servicio de prensa de Salvador Allende, se muestra mucho más dubitativo. En Los Angeles Times, aprecia en la figura de Michelle Bachelet el símbolo que representa la elección de una madre soltera agnóstica a la cabeza de un país detenido en el plano de las costumbres desde 1973, pero no parece esperar de ella mucho más. Recuerda que los «socialistas» chilenos no pusieron nunca en peligro las desigualdades sociales existentes en Chile, provenientes del capitalismo salvaje que implantó la junta del general Pinochet, y teme que Michelle Bachelet se mantenga en esa línea. Sin dar la impresión de esperar ser escuchado, pide a la nueva presidenta una reforma del sistema de jubilación y de la seguridad social, que reduzca el presupuesto militar y que envíe a Pinochet a los tribunales.
En un país profundamente marcado aún por los crímenes de la dictadura, la derecha seudo liberal y la izquierda socialdemócrata mantienen todavía la búsqueda de un consenso nacional sobre la base del más mínimo denominador común. Como resultado, por ejemplo, están las grandes convergencias en el plano económico. La diferencia entre ambos bandos reside en la cuestión de la democracia: de un lado encontramos una derecha seudo liberal avergonzada y nostálgica del pinochetismo, del otro una izquierda socialdemócrata dispuesta a hacer muchas concesiones para no revivir el martirio que tuvo que sufrir. Al mismo tiempo, más allá de la continuidad política que se impone en ese contexto a todo gobernante electo, el sentido profundo del voto de los chilenos está en otro plano. Este expresa la voluntad de dar un paso más hacia la reconciliación nacional según una fórmula que respete la exigencia de justicia.

Como quiera que sea, aunque el programa de la presidenta chilena no conlleva ninguna ruptura, el viraje de América Latina es un hecho real que inquieta a los defensores de la doctrina Monroe en Estados Unidos. En el Washington Times, Susan Segal y Eric Farnsworth, del Council of the Americas and Americas Society, llaman a un regreso urgente de Estados Unidos al continente latinoamericano. Para ambos autores, Washington no debe limitarse a favorecer sus propios intereses comerciales sino que las élites estadounidenses tienen que tomar conciencia de la importancia crucial que reviste el sur del continente.

[1ver «Révélations sur les pays qui ont soutenu le putsch anti-Chavez», Voltaire, 3 de diciembre de 2004.