Como expresamos en nuestras columnas, los ataques estadounidenses a Pakistán, cuyo supuesto objetivo era eliminar al «número dos de Al Qaeda», Ayman Al Zawahiri, permitieron sobre todo golpear a los movimientos rebeldes de Baluchistán. Sin embargo, los medios de comunicación mainstream no consideran en ningún momento que esta ofensiva constituya un apoyo de Washington a su aliado Pervez Musharraf y un intento de «pacificación» brutal de una zona estratégica esencial para el traslado del petróleo del Mar Caspio. Apegados al mito de la «guerra global contra el terrorismo», los analistas dejan de lado las sutilezas de la política paquistaní para concentrarse en la justificación, o la condena, del principio «de asesinato selectivo» y en las interrogantes sobre el régimen de Pervez Musharraf. No obstante, al hacerlo sacan a la luz elementos que deberían comprometer sus propias certezas.

Desde los atentados del 11 de septiembre de 2001, el régimen del general Pervez Musharraf goza de una condición paradójica en los medios de comunicación atlantistas: unas veces fiel aliado en la persecución de los asesinos de Al Qaeda, otras, traidor con objetivos ambiguos cuyos vínculos con los talibanes son recordados. De hecho, Pervez Musharraf ha sido siempre el fiel aliado de Washington y sirve al mismo tiempo como asociado regional y como chivo expiatorio mediático que oculta el apoyo ofrecido en el pasado por la Casa Blanca a los antiguos dirigentes afganos.
Este papel de chivo expiatorio es el utilizado por Jim Hoagland, editorialista conservador del Washington Post, para exonerar a Estados Unidos del crimen cometido en Damadola. En su opinión, las 18 víctimas de ese poblado constituyen el daño colateral de una acción que Pervez Musharraf había hecho obligatoria. Si este último hubiera enviado las tropas a las regiones donde se encuentran los miembros de «Al Qaeda», Estados Unidos no se hubiera visto obligado a utilizar los aviones no tripulados y no hubiera habido que lamentar ningún daño colateral. El analista denuncia el doble juego desempeñado por el presidente paquistaní. Estima que Musharraf ayuda al mismo tiempo a los talibanes y a los occidentales, es indispensable para los dos en su lucha y saca provecho de ello. El señor Hoagland concluye con una amenaza apenas disimulada: al no combatir suficientemente el terrorismo Pervez Musharraf tiene mucho que perder.
Sin embargo, en su acusación el señor Hoagland recuerda un elemento interesante, Estados Unidos se ha instalado en esta región fronteriza y lleva a cabo en ella acciones comando. En ese caso, ¿por qué utilizar aviones no tripulados y realizar bombardeos cuyos resultados son aleatorios cuando el blanco es un individuo?
Un antiguo asesor de la ex primera ministra paquistaní Benazir Bhutto, adversario resuelto del régimen de Musharraf, también demuestra las contradicciones de la tesis oficial y ataca al régimen de Islamabad. En Gulf News, el autor manifiesta sus dudas con respecto a la supuesta ignorancia del general Musharraf con relación a los ataques que serían realizados. Señala que varios senadores estadounidenses afirmaron que Pakistán había sido advertido con antelación y que Estados Unidos tenía poco interés en ocultar sus intenciones a su aliado. En opinión del autor, Pakistán estaba probablemente al corriente pero protestó de manera formal ante las reacciones de la población.

A pesar de los elementos señalados por esas tribunas, la opción privilegiada en los medios de comunicación es que Pakistán no fue advertido de esta operación y que Estados Unidos cometió un «error» al querer asesinar a un dirigente de Al Qaeda que no podía detener de otra forma.

Partiendo de este postulado, Anatol Lieven y Rajan Menon, investigadores de la New America Foundation, demuestran su preocupación en el Christian Science Monitor por el impacto negativo de este asunto para el general Pervez Musharraf. En su opinión, el poder militar paquistaní constituye un precioso aliado que debe ser apoyado contra el deseo de la población. De esta forma, al mostrarse arrogante y al negarse a disculparse, Estados Unidos debilita a su aliado y deslegitima su alianza. Prestándole poca atención a las víctimas civiles, los autores piden un gesto simbólico para ayudar al régimen militar paquistaní.
El director del Center for Peace and Security Studies de la Universidad de Georgetown, Daniel Byrman, muestra también su preocupación ante la mala imagen provocada por esta operación, en este caso para la administración Bush. En Los Angeles Times, el autor analiza, apoyándose en el ejemplo israelí, cómo utilizar mejor los asesinatos selectivos. Asegura de entrada que forzosamente se cometerán «errores» y que habrá por consiguiente «daños colaterales» pero considera que en algunos casos esta política resulta útil en el caso de hombres imposibles de detener. Alienta sobre todo a Estados Unidos a explicar su política de asesinatos para crear un amplio consenso en el seno de la población.
En resumen, el autor da pruebas de un profundo desprecio por la vida humana y se interesa principalmente en los medios que deben ser utilizados para que la población acepte un acto de terrorismo de Estado.

Fuera de Estados Unidos existe una preocupación mayor por el significado de este ataque. Algunos analistas aprovechan la oportunidad para cuestionar la alianza de su país con Washington.
El escritor egipcio Amir Said afirma en el diario saudita Almoslim que a partir de ahora todos los Estados, amigos o enemigos, pueden ser el blanco de Estados Unidos. El ataque contra Pakistán demuestra, según su punto de vista, que ninguna soberanía nacional puede hacerle frente; tanto amigos como enemigos pueden ser objeto de la injerencia de los servicios de inteligencia estadounidenses. Por consiguiente, ¿qué interés tiene mostrarse conciliador con Washington?
Por su parte, el diputado laborista australiano y ex ministro de Justicia, Duncan Kerr, denuncia en The Age la práctica del asesinato extrajudicial en la «guerra contra el terrorismo». En su opinión, es contraproducente, mina el principio de la soberanía nacional y, en el caso que nos ocupa, debilita al gobierno de Musharraf, aliado de los occidentales en la guerra contra el terrorismo. El señor Kerr pide al gobierno conservador australiano que le exija a Washington que las infraestructuras australianas no sean utilizadas para llevar a cabo estas operaciones y que Estados Unidos no ponga en práctica sus acciones en territorio australiano. Esta tribuna es un reflejo del movimiento que en el seno del partido laborista australiano denuncia la excesiva docilidad del gobierno de Howard con relación a Washington.