En Francia, un crimen que horrorizó a la opinión pública está dando lugar a diferentes interpretaciones y manipulaciones políticas. El joven Ilan Halimi fue secuestrado por una banda organizada que lo mantuvo secuestrado durante tres semanas, lo torturó y lo abandonó desnudo y amarrado cerca de una línea férrea. El joven murió durante su hospitalización. El presunto jefe de la banda, un musulmán negro, huyó a Costa de Marfil donde fue detenido.

El juez de instrucción, ateniéndose a las expresiones antisemitas de los secuestradores en el momento en que trataban de obtener un rescate, calificó el propio hecho de crimen antisemita. En una intervención ante la Asamblea Nacional, el ministro del Interior Nicolas Sarkozy presentó como prueba del antisemitismo de los asesinos el descubrimiento en casa de uno de ellos de varias publicaciones sobre las obras sociales del movimiento Hamas. Un vocero del Partido Socialista, Julien Dray, declaró que el caso demuestra que el antisemitismo se ha generalizado en Francia desde que un candidato negro a la elección presidencial, Dieudonné Mbala Mbala, utilizó a Israel como tema de chistes.

Todas las organizaciones políticas, de derecha y de izquierda, enviaron sus principales figuras a la manifestación en memoria de la víctima. Probablemente esperaban una participación masiva, como la que tuvo lugar hace quince años durante la ola de condena por la profanación de las sepulturas judías de Carpentras, pero no fue así. En aquella época condenar el antisemitismo equivalía a pronunciarse contra el Frente Nacional, organización de extrema derecha que empezaba a levantar cabeza en aquel entonces. Hoy, la misma denuncia del antisemitismo sugiere una acusación contra musulmanes y negros. La extrema derecha, perfectamente consciente de ello, se unió a la manifestación.

Más allá de esta forma de manipulación, el caso es más complicado de lo que parece a primera vista. Resulta que durante los últimos años la misma banda trató de extorsionar a ciertas personalidades, entre las que se encuentran algunos judíos. Los miembros de la banda eran reclutados mediante una red de vecindario dentro de un mismo barrio, con excepción de algunos jefes aún no identificados. Impulsados por esos jefes desconocidos, los pandilleros firmaban sus mensajes como «Armata Corsa», usurpando así el nombre de un grupo de matones que garantizan la protección de dirigentes nacionalistas corsos. Se arriesgaban así, de forma totalmente inútil, a llamar más aún la atención, sobre todo teniendo en cuenta que Armata Corsa proviene de una corriente nacionalista notoriamente vinculada a un ex ministro del Interior.

No sería sorprendente que la memoria de Ilan Halimi siga siendo objeto de manipulaciones políticas.