El gabinete de relaciones públicas Project Syndicate ha difundido ampliamente un texto del secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, en el que llama a una reforma de los medios de propaganda de Washington. Dada su difusión, el texto ha suscitado un gran número de comentarios en la prensa internacional y ha vuelto a poner sobre el tapete el tema de la guerra psicológica y de la fabricación del consentimiento. Sin embargo, en la prensa occidental mainstream el debate no ha estado relacionado con los medios que deben implementarse para resistir a esta propaganda y discernir entre lo verdadero y lo falso, ¡sino con los medios para hacer más eficaz esta propaganda!
Es un extraño espectáculo ver, en medios que se vanaglorian de su independencia y objetividad, y obtienen su legitimidad de esta autodesignación, un debate sobre la mejor forma de influir en la prensa y la opinión pública. Una tribuna mediante la que se expresa una importante autoridad gubernamental llama a retomar el control de la información para servir intereses políticos. Dicha tribuna tiene una audiencia mundial, es accesible a lectores de todo el mundo sin que ello provoque el menor cuestionamiento de los medios dominantes en cuanto a la credibilidad de las fuentes oficiales estadounidenses.

Como siempre en el caso de un texto difundido por Project Syndicate, la tribuna de Donald Rumsfeld tiene una considerable difusión. Fue publicada por Los Angeles Times (Estados Unidos), el Korea Herald (Corea del Sur), Le Figaro (Francia), el Daily Star (Líbano), el Jerusalem Post (Israel), El Tiempo (Colombia), Die Welt (Alemania) y La Libre Belgique (Bélgica), pero posiblemente algunos medios se nos escapen. Esta difusión planetaria en el caso de este texto toma una dimensión de comicidad ya que lo que fundamentalmente hace Donald Rumsfeld es lamentarse por la incapacidad de Estados Unidos para hacerse oír. Asegura que Estados Unidos y sus aliados son sistemáticamente denigrados en algunos medios manipulados por los «terroristas» que han comprendido bien el uso de los mismos. A modo de ejemplo, deplora que se haya hablado más de las torturas contra los prisioneros de Abu Ghraib que de las fosas comunes de Sadam Husein, y olvida así la propaganda belicista que precedió al conflicto. Lamenta igualmente que la difusión de artículos favorables a la ocupación de Irak –gracias a los medios del Lincoln Group– haya sido revelada y presentada como una «compra de información».
Por lo tanto, implícitamente, el secretario de Defensa identifica toda denuncia de las manipulaciones mediáticas de su administración o de los crímenes cometidos por el ejército estadounidense con una acción favorable a los «terroristas», e incluso con una operación orquestada por ellos.
El secretario de Defensa no precisa qué medios implementarán el Pentágono o la administración Bush para el apoyo mediático a la guerra contra el terrorismo. Puede entonces deducirse que el principal interés de este texto es presentar una visión maniquea del mundo mediático que define toda crítica a los Estados Unidos como partidaria del terrorismo islamista. Igualmente neutraliza anticipadamente cualquier crítica a los escándalos venideros que revelen las manipulaciones mediáticas de su gobierno, presentándolas de antemano como algo en interés y por la seguridad del «mundo libre». Finalmente, el autor insiste también enormemente en el hecho de que los medios que se implementen deben ser nuevos, lo que requiere nuevos créditos.

No sorprende que el cronista de Los Angeles Times e investigador en el Council on Foreign Relations, Max Boot, aplauda la inversión del Pentágono en la propaganda. Por el contrario, deplora que el Departamento de Estado no lo haga aún más. Destaca que Condoleezza Rice ha hecho avanzar a su administración al aportar más medios para la «diplomacia pública» (término políticamente correcto para designar la propaganda), especialmente en el Medio Oriente. Sin embargo el autor considera que es posible hacer más mediante el restablecimiento de la US Information Agency y dándole más medios. Pide además, en un conmovedor acceso de sinceridad, una reforma de la USAID que la asemejaría al Ministerio de Colonias británico en tiempos del imperio. Al reclamar la implementación de una mejor propaganda, el autor ni siquiera oculta ya la inspiración de las acciones militares estadounidenses.

Por su parte, el decano de la School of Communication de la universidad de Boston, John J. Schulz, se muestra mucho más crítico sobre la política de propaganda de la administración Bush en el Boston Globe. No obstante, lo que le choca no es la intención, sino los medios implementados, y sobre todo el hecho de que Washington se desentienda de la estación oficial internacional de radio Voice of America (VOA), de la que ha sido colaborador durante 21 años. Schulz está herido por el llamado a la renovación de Donald Rumsfeld. Es de la opinión de que de nada sirve construir una nueva herramienta de propaganda sobre la base de millones. La VOA es un instrumento eficaz y rentable ya probado. Por el contrario, los actuales expertos de la administración Bush sólo han logrado enormes gastos o nuevos escándalos.

Por supuesto que la prensa árabe es mucho más crítica.
Soussan Al-abtah, profesora universitaria y periodista libanesa, se burla en Asharq Al Awsat de los lamentos de Donald Rumsfeld, recordando que no es «Al Qaeda» la que posee los medios y que no es tampoco esta organización la que propone a los periodistas árabes la redacción de artículos pro estadounidenses contra remuneración. La autora habla abiertamente en su artículo de la corrupción de los periodistas, un tema tabú en la prensa occidental aunque se trate de una práctica histórica. Considera que el texto de Rumsfeld prueba que la administración Bush se enfrenta a una oposición interna cada vez más importante y que su imagen se ha empañado en el mundo árabe. Washington necesita por lo tanto removilizar sus tropas y estigmatizar a sus adversarios.
En ese mismo sentido se expresa Faissal Al-azel, periodista, miembro del partido Baas sirio, en Rezgar, periódico de la izquierda laica árabe. El autor hace un llamado a los medios árabes: los órganos de prensa deben volver a movilizarse y sobre todo también reformarse. Si el enemigo transforma sus métodos propagandísticos, hay que adaptarse.

La propaganda tiene un doble objetivo: difundir informaciones favorables y al mismo tiempo impedir la difusión de informaciones molestas. La administración Bush ha desarrollado así una obsesión del secreto, proporcional a su uso de la mentira, especializándose igualmente en la desacreditación mediática de sus adversarios.
El ex representante demócrata por Indiana, miembro de la comisión investigadora sobre el Irangate y ex vicepresidente de la Comisión Investigadora sobre el 11 de Septiembre, Lee H. Hamilton, denuncia en el Christian Science Monitor la obsesión por el secreto y llama a una reforma de los procedimientos de clasificación de los documentos oficiales. Sin embargo, en las motivaciones del autor no ocupan un lugar priorizado la información de los ciudadanos y la posibilidad de desarrollar un debate crítico a partir de documentos oficiales. Más bien considera que esta clasificación recarga el intercambio de informaciones entre las agencias norteamericanas de información y que la abundancia de documentos «secretos» no permite controlarlos todos, lo que favorece las filtraciones. Así, pide una disminución de los procesos de clasificación en nombre de la eficacia de los órganos policíacos.
En Los Angeles Times, la analista neoconservadora del American Entreprise Institute, Danielle Pletka, denuncia la acción mediática de la CIA, que organiza oportunas filtraciones de documentos secretos para socavar la acción de la administración Bush. La autora recuerda que la agencia tiene una orientación política y que hay que desconfiar de lo que difunde. Esta tribuna es un nuevo episodio de la guerra que opone a los neoconservadores y a una parte del personal de la CIA. Estos últimos, aunque apoyan por principio la política imperial estadounidense, se oponen a los objetivos y métodos seleccionados por la administración Bush, de modo que han organizado toda una serie de filtraciones a la prensa que han debilitado las posiciones de la Casa Blanca. El nombramiento de Porter Goss al frente de la CIA y luego de John Negroponte de todo el servicio de inteligencia estadounidense tenía como objetivo la purga de los servicios de inteligencia estadounidenses para eliminar así a los elementos adversos.