Ser indígena está prohibido en la región central del país, y si se es indígena se debe estar oculto en algún recoveco de los fríos y olvidados páramos, pero ni pensar en movilizarse libremente por el territorio nacional ecuatoriano. El gobierno de Alfredo Palacio, a la usanza de esos regímenes fascistas que la historia de la humanidad recuerda con repugnancia, tiene militarizadas las principales vías de la región central del país. Cada cierto tramo, militares fuertemente armados paran a los vehículos para examinar si dentro viajan “los primos”, como los llaman burlonamente los uniformados de verde oliva, muchos de los cuales vendrán seguramente de familias que algún día habitaron esos campos que han dado de comer a los ecuatorianos a lo largo de toda nuestra historia.

Las movilizaciones contra la pretendida firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) con los Estados Unidos continúan, y la estrategia del régimen para controlarlas es la represión, la cárcel y la eliminación de los derechos ciudadanos.

Ya el TLC no es un tema eminentemente “técnico” como lo ven sus beneficiarios, es un tema profundamente político, que ha ubicado al Ecuador en un escenario de rupturas: el impedir la firma del Tratado implica para las masas movilizadas elegir un nuevo rumbo, en el que no se incluye el criterio de dependencia con el que han venido manejando el Estado los distintos gobiernos entreguistas y antipatria. Ese nuevo rumbo implica soberanía, implica nuevas formas de ver el desarrollo, nuevas formas de comprender el ejercicio del poder.

En el escenario probable de que, pese a toda esta lucha, el TLC se firme, al país le espera un ambiente de permanente convulsión, de fortalecimiento de las fuerzas sociales, de profundización de la crisis política.

Está en riesgo el trabajo de la población que ocupa el 80% de la tierra cultivada en el Ecuador. Este país, en el imaginario de la gente, sigue siendo eminentemente agrícola, y las consecuencias que traería el TLC de destruir esta actividad, son las que movilizan a los ecuatorianos que se oponen a esta firma. Este es un tema de dignidad, de defensa de nuestra vida y nuestra cultura, y por ello esta lucha ha adquirido estos niveles.

Mientras algunas frutas podridas ya negocian curules y puestos en los gobiernos seccionales, establecen alianzas electorales y preparan el arsenal propagandístico, miles de ecuatorianos exigen cambios radicales, exigen que este país reviente en revoluciones transformadoras, que ubiquen a los pueblos en el lugar que han debido ocupar desde hace mucho tiempo: el poder.