Cabe revisar la década del 60 y situar las circunstancias políticas y culturales reinantes en el país. Agustín Cueva, uno de los teóricos y protagonistas más brillantes, caracterizó aquellos años de la siguiente manera: “En efecto, fue la época en que se produjo una notable transformación del ambiente ecuatoriano, al confluir en él la mayor parte de los “ríos profundos” de la convulsionada América (José María Arguedas nos visitó en aquellos años, lo mismo que Juan Rulfo). Para comenzar, estaba la influencia de las nuevas corrientes políticas radicales, que iban desde el guevarismo hasta el maoismo, pasando por un cristianismo de izquierda que ya se dejaba sentir a través de grupos como el de Golconda de Colombia”. ( A. Cueva: La convulsionada coyuntura de los años 60. Los años de la fiebre, Ulises Estrella, Editor. Libresa, Quito. 2005).

En el mismo libro, Fernando Tinajero, otro protagonista y escritor de la época, resume la actuación de la dictadura :

“Entre julio de 1963 y enero de 1964, fundándose en una mañosa reforma legal, el gobierno militar suprimió por decreto la Universidad Laica y la Universidad Libre del Ecuador, recientemente fundada. Dispuso la reorganización de la Universidad de Guayaquil y de la Universidad Central del Ecuador, clausuró la Universidad de Loja, ordenó la prisión de algunos rectores de esos institutos y declaró la cesantía de cuatrocientos catedráticos”.

“El proceso culminó –dice Tinajero- el 30 de enero de 1964 con la clausura de la Universidad Central, después de que en la víspera, haciendo un gran despliegue de fuerza y una insólita exhibición de armamento de guerra, el ejército disolviera una caudalosa manifestación de profesores y estudiantes que desfiló por las calles de Quito encabezada por el rector Alfredo Pérez Guerrero, para terminar soportando durante toda la noche un sitio en toda regla impuesto a los recintos universitarios”.

“Clausurada la universidad....

... los Tzántzicos reemplazaron la sacralidad de sus aulas por la profanidad de un café, rebautizado por ellos con el nombre de <>. Situado en la casa que en otro tiempo perteneció a la legendaria Marieta de Veintimilla, a una cuadra de la Casa de Carondelet, ese lugar representaba por sí mismo un desafío al gobierno militar, contra el cual se decían cosas fuertes a propósito de cualquier tema literario, y así fue definiéndose una nueva concepción de la cultura”.

“Las actividades del Café 77 –prosigue Tinajero- (que fue transitoriamente clausurado mientras sus animadores eran perseguidos) produjeron un importante resultado: en 1964 se constituyó la Asociación de Escritores y Artistas Jóvenes del Ecuador (AEAJE) que reunió a todos los grupos existentes y a numerosos intelectuales y artistas no afiliados a ningún grupo...”

“La disparidad ideológica entre los grupos integrados -continúa Fernando Tinajero- fue provisionalmente superada por un interés común que consistió en llenar el vacío creado por el secuestro de la Casa de la Cultura por parte del gobierno militar con la complicidad de unos cuantos intelectuales obsecuentes. Como es evidente, se trataba de una convergencia coyuntural; ella permitió, no obstante, que se impusiera la hegemonía de la izquierda, encabezada por el Tzantzismo, la cual trató de responder al mismo tiempo a los intereses inmediatos de los sectores intelectuales y al proceso de impugnación general del sistema que se había originado en el mito de la revolución posible”.

“El detonante del colapso...

.... fue el continuo avatar de la Universidad, reabierta a fines de 1964 con autoridades y profesores designados por la dictadura con el encargo de poner en práctica un proyecto modernizante calcado de patrones norteamericanos y representado por la creación de una Facultad de Ciencias Básicas. La batalla contra ese proyecto, que pretendía convertir a la Universidad en una institución cientificista y apolítica, jalonó con múltiples y a veces violentos episodios todo el año 65 y culminó el 25 de marzo de 1966 cuando un burdo pretexto (el supuesto “incendio” de un camión militar de los Estados Unidos por parte de agentes de seguridad mal disfrazados de estudiantes) sirvió para desatar una brutal invasión armada a la Ciudadela Universitaria.

Repudiada por todos los sectores ciudadanos y abandonada por la oligarquía y sus aliados de la Embajada norteamericana, la Junta Militar fue derrocada por la lucha en las calles el 29 de marzo de 1966”.

Asume la dictadura civil el señor Clemente Yerovi Indaburu. En junio de ese año, en Azogues, la AEAJE realiza un Congreso y elige presidente de la entidad a Fernando Tinajero y aprueba la resolución de llevar a cabo las acciones necesarias para lograr la reorganización de la Casa de la Cultura. Se constituye el Movimiento de Reorganización de la Casa de la Cultura, cuya figura más notable fue el pintor Oswaldo Guayasamín.

“El 25 de agosto de 1966....

.... el Movimiento de Reorganización ocupó de hecho los locales de la Casa de la Cultura en Quito y en provincias, y se mantuvo sitiado en ellos por la policía hasta que el Gobierno, diez días después, aceptó formar una comisión mixta para elaborar una nueva ley para la institución”, recuerda Fernando Tinajero en su testimonio.

Esta comisión estuvo integrada, por parte de la CCE por el Dr. Juan Isaac Lovato, Dr. Rafael Euclides Silva, Ing. Rubén Orellana, entre otros, y por parte del Movimiento de Reorganización estuvieron Oswaldo Guayasamín, Hernán Rodríguez Castelo, José Martínez Queirolo, Rafael Díaz Icaza y Fernando Tinajero, entre otros.

Aquí damos entrada a un nuevo protagonista de la toma de la CCE, Hernán Rodrígez Castelo, quien da su versión y cuenta sus relaciones con Alejandro Carrión, entonces miembro de la CCE. Rodríguez dice:

“Yo tuve relaciones muy especiales....

.....muy complejas con Alejandro Carrión. Cuando volví de España, rompí definitivamente los lazos con la Compañía de Jesús, con la que había estado estudiando. Vine al Ecuador y me metí de lleno en la actividad cultural. Dirigía la página cultural de El Tiempo, y participé activamente en la transformación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana con la famosa toma de la institución. En esos días yo puse el diario El Tiempo al servicio de los que nos tomamos la CCE para transformarla -porque había sido intervenida por la dictadura militar-, devolverle la autonomía y en último término hacerle volver a Benjamín Carrión, que había sido cesado por la dictadura.

Alejandro Carrión acusaba que la toma de la CCE era una alianza de los comunistas, representada por Oswaldo Guayasamín, y de la curia metropolitana, representada por Rodríguez Castelo, a través de diario El Tiempo. Yo escribí un artículo bastante duro, burlesco, donde contaba que la noche de la toma de la CCE, cuando entramos más de un centenar de intelectuales y encontramos sesionando a los miembros de la Casa, y entre ellos estaba Alejandro Carrión, éste se escapó, gateando, desapareció. Yo me burlé de eso, de su fuga, mientras los otros miembros se quedaron para discutir. Esto le dolió mucho a Carrión. El tenía una revista, La Calle, y se destapó, y el principal objeto de sus ataques era yo. Esa fue mi primera relación con A. Carrión.

“Alejandro Carrión viajó...

... a Estados Unidos (no me acuerdo qué fue a hacer ahí pero eso le cambió muchísimo). Y estando él en EE UU recibí una carta suya, muy gentil, y me mandaba una transcripción mecanografiada de la novela de Riofrío La Emancipada, y esto fue una manera de borrar las antiguas diferencias. Pero nuestra relación volvió a romperse. Cuando yo hacía la Colección de Clásicos Ariel, que tuvo una resonancia nacional, entonces saqué un tomo de los de poesía que iban saliendo y se tituló Elan y una voz grande. A Alejandro Carrión le dolió mucho. Ël y otros se sintieron profundamente heridos, porque ellos no eran la voz grande, y yo sigo manteniendo que comparados con César Dávila Andrade no hay nada más que decir. Dávila Andrade es una voz realmente grande en América. Los otros son poetas muy estimables y ahí están en la antología, estudiados especialmente. Esto motivó nuevos ataques; varios de los poetas de esa generación, los de Elan, me atacaron duramente por la prensa. Entonces se rompieron otra vez mis relaciones con Carrión.

“Más adelante....

... la Academia Ecuatoriana de la Lengua eligió a Alejandro Carrión como miembro y curiosamente me encargaron que yo le dé el discurso de bienvenida. Carrión lo aceptó, porque él habría podido pedir que se cambie. Entonces hice un discurso en el que la idea fundamental era decir que Alejandro Carrión era el pentatlonista de la literatura ecuatoriana. Decía: el atleta de pentatlon no es el mejor en una carrera de cien metros, pero debe tener una gran marca.. No es el mejor del mundo en salto largo, pero debe tener una gran marca. Alejandro Carrión es eso, decía yo: no es el mejor poeta de este país, pero es un gran poeta. No es el mayor novelista del país, pero tiene una buena novela que es La espina. No es el mejor cuentista de este país, pero tiene cuentos memorables e importantes. En fin, ese era el discurso. Por supuesto, a los familiares nunca les gustan mis discursos, porque ellos esperan que alguien les eche flores y flores. Mis textos son otra cosa, los escribo para que sean leídos después de diez años y sigan teniendo validez. No es el elogio de ese momentito.

Obviamente, después he comenzado a estudiar la obra de Carrión. Respecto al cuento, yo decía que el mejor cuento de Carrión está en las etapas anteriores, que las últimas etapas ya no es el gran cuento, más bien ha llegado a una cosa que es costumbrista, en fin. Carrión escribió un artículo en el que decía: “Al señor Rodríguez Castelo no le gustan mis últimos cuentos”, pero nada más.

“El problema de algunos...

...es que cuando se congracian con el imperio, pierden fuerza, pierden vitalidad, y este proceso tan penoso yo lo ví en gentes de la talla de Alejandro Carrión, de Montesinos Malo, de Alfredo Pareja. Una vez decía en broma que cuando quiero saber en dónde debo situarme respecto de un problema, en lo nacional, internacional, político, leía a Carrión y me ponía del otro lado, y nunca me equivocaba. Alejandro Carrión era un buen escritor y periodista, pero era totalmente la voz del imperio, la voz del neoliberalismo, del conservadorismo”.

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