Serie El gran juego, Silvia Ocampo

La cosa es que un buen día de hace muy
poco tiempo estábamos, ahí bajo la lluvia
y guarecidos por una caseta, a medio destruir,
a las puertas de la fabrica de válvulas
Inveval recuperada [1] en Venezuela.

Llovía de la manera más inoportuna y, por eso,
poética. Llovía, a ratos casi de lado y nos
mojaba un agua diluida con viento transversal
y caribeño. Ahí estábamos unos más
mojados que otros. Pero eso sí, plática y
plática [2] Como si hubieran llegado los
buenos tiempos que no conocíamos, como
si nos conociéramos desde siempre... como
se debe, pues. Si uno espía desde las ventanas
de la caseta se ve una parte de la montaña
que ese día traía su copete tupido de
árboles y un chal de nubes bien cargadas
de relámpagos. Húmedo todo, incluso el
tiempo que se detuvo a saludarnos unos
instantes para contarnos cuánta prisa hay
en la mirada de estos obreros que andan
empeñados en transformar la historia…
cambiar la vida. Y van bien.

Algo de estrambótico tuvo semejante
encuentro en la caseta. Nosotros de por sí
éramos cinco, ya había, cuando llegamos,
al menos seis compañeros, luego llegaron
otros tres, estos últimos trabajadores de
ViveTV [3] . Total, un mundo con cámaras
y micrófonos, entregado a la escucha atenta
y medicinal de esas palabras calientitas,
recién salidas de su victoria, que nos enamoraban
entre sinfonías de gotas, desde
un compañero al otro. Palabras bien cargadas
de tres años de lucha. Faltan las llaves.
Esa reunión nació un día antes. Vive
TV organizó uno de esos programas, raros
en el mundo, en el que se les da por permitir
la libre expresión fraternalmente. ¿Cómo
se les ocurre? No como una concesión "democrática"
o demagógica. No como una
dádiva de micrófono, una propina de pantalla
o una limosna mass media. Ellos dicen
que es un derecho.

Una rueda de sillas da aposento a una
rueda de personas soñadoras a toda velocidad.
Unos toman la palabra para pensar
analíticamente, otros toman el corazón, hacen
tres pases mágicos y lo convierten en
palabras para un micrófono volador y juguetón,
y otros, de plano, se desbordan en
canciones.

Una especie de mesa redonda
sin mesa pero con comensales que departen
un pan sabroso, nuevo y exquisito,
horneado en las mismísimas necesidades
expresivas de los pueblos en lucha. Un programa
de TV en vivo… vivo de verdad,
directo como una declaración de amor y
tatuado en las verdades de cada sueño y
cada lucha. Y había muchas en pantalla.
Bueno pues, ahí estaban los compañeros
de Inveval. Hablaban de la televisión,
del cine documental, de sus años de lucha,
sus esperas y desesperaciones… de que les
urge la entrega de las llaves para entrar de
lleno a probar lo probable que es su triunfo
obrero. Ahí estaban ellos y otros que, como
nosotros, los más foráneos [4], absorbíamos
a veinte uñas la lección de los trabajadores
que hallaron la manera, su manera,
de reinventar la vida para ellos y para nosotros.
¿Cómo se paga eso?
Era una especie de carrusel de palabras
enamoradas y enamoradoras sobre el
proceso revolucionario venezolano. No hacían
falta líderes, ni caudillos de debate, no
hacia falta control externo, no hacían falta
intérpretes; la rueda de reflexiones giraba
en un sentido y en otro como lo hace siempre
porque es el formato permanente de ese
programa. Había interrupciones que muy
cuidadosamente podríamos definir como
mágicas. Juzgue usted.

Al tiempo que giraba el carrusel de las ideas, a plena luz de la tele, en la mañana de la revolución, quienes
controlan la parte técnica conectaban el programa
en vivo desde Venezuela con el discurso
del presidente Chávez en Mar del Plata,
Argentina; algunas entrevistas en las calles,
las voces de la Cumbre de los Pueblos,
el pensamiento revolucionario de Latinoamérica
y Vive en un discurso continuo, continuidad
de corazones, sin guión prefabricado
y narrando una historia que narrábamos
entre todos… en ese mismo instante…
como se debe. Como quisiéramos que fuese
siempre. Lo vimos, lo vivimos. No hay
modo de no movilizarse.

Fueron horas enteras y jugosas de un
programa que es inédito siempre. Horas de
aire libre. Cada crónica, voz, hecho, reporte,
queja, apuesta… era una y la misma, todas
y todos, aquí y allá. Comunicación se
llama. Sin intermediarios, sin traductores,
sin uniformes. O lo que es lo mismo, como
casi no hay. Quedó grabado, video-grabado,
pues.
Habría que ver con lujo de detalle,
cómo una idea empujó a otra, cómo se tejió
en la urdimbre de un imaginario circunstanciado
por aquel encuentro imprevisto y
bastante de azaroso, el momento en que
Miguel Mirra, como síntesis de lo que rondaba
en las cabezas de muchos, bajo los
testimonios que llegaban en vivo desde Argentina,
los testimonios que llegaban en
vivo desde la marcha solidaria contra el
ALCA en Caracas, bajo el acento de mar
con que los venezolanos pronuncian las
eses, vaya a saber bajo qué enigmas, Mirra
lanzó la propuesta, casi temeraria, de incurrir
en lo que hubiese que incurrir, para fundar
un ALBA de la Cultura y la Comunicación.
Hubo aplausos, entre un sí unánime,
venidos de ese tejido inefable y continental
que se salía de la pantallas. Sin exagerar.
Ahí mismo, como a quien se le ocurre
un juego, se puso lugar y fecha para iniciar
ese ALBA, terminamos (o empezamos) al
día siguiente en Inveval. ¿Habrá mejor cuna
para semejante sueño? Claro que entre el
final del programa y la hora de la reunión
pactada para el día siguiente, se nos abrieron
las válvulas de los sueños y se nos destaparon
las ilusiones más poéticas en conjunto.
A esas alturas las llaves de Inveval ya
eran símbolo del ALBA de la Cultura y la
Comunicación, signos ascendentes y semiótica
rebelde. Nosotros viajamos a la reunión
apretados en una camioneta pero sin mojarnos.
Otros no tuvieron esa suerte.

El emblema del encuentro a esas horas, y para
siempre, lo aportaron los trabajadores de
VIVE TV. Alejandra Perdomo a la cabeza.
Ni el doble del agua que recibieron les hubiera
disuadido de llegar hasta la fábrica.
Sólo la cámara llegó seca y sólo así se entiende
y construye la fortaleza moral de esos
compañeros, además fraternales, solidarios
y sonrientes. Eso no es cosa del caribe, o no
sólo.

La lluvia tuvo el detalle de parar un
poco para que pudiéramos salir del amontonamiento
en la caseta. Estiramos un poco
los pulmones y la vista ayudados por un
paisaje que era Chiapas, que era Brasil,
Ecuador, Bolivia… al alba. Ahí mismo en
la reja de la fábrica la charla siguió su ruta.
Recuento de la lucha de los obreros, las altas
y las bajas, los sabores y sinsabores, los
cuentos y los recuentos de todos los colores
y sabores bien puestos a lomos de un
debate político que los obreros desenfundan
como conquista de todos. Liberados de las
trampas economicistas, liberados del triunfalismo
sectario, liberados de las vanaglorias
que terminan en el espejo… estos obreros
piensan en los demás obreros, en acompañar
sus luchas, en prestar lo que saben y en
prestar atención. Estos obreros no se sienten
Mesías, entienden sus avances y entienden
sus pendientes… y entre esos estamos
todos nosotros.

Y entienden también la necesidad de
una lucha de las ideas, de los valores y de
los conocimientos. Entienden la necesidad
de una lucha revolucionaria en las ciencias
y en las artes, en los talleres y en los laboratorios,
en la ética y en la estética. Entienden
que nada de eso lo logrará un solo país, una
burocracia de cualquier tipo, una fábrica
aislada ni un grupo de diletantes. Por eso se
reforzó ahí el sueño. Integración cultural de
nuevo tipo para fortalecernos en las formas
y en los conceptos de la cultura y la comunicación.
Integración para la lucha en la infraestructura
y en la superestructura, desde
abajo, con los de abajo y para siempre. Un
sueño dorado proferido por trabajadores de
la imagen y por trabajadores de las válvulas,
a fin de cuentas juntos bajo las nubes, a
fin de cuentas lo mismo, imágenes válvula,
válvulas imagen. Urgen las llaves. ¿Cómo
hacer para apurar el paso?

A esas alturas, con la reja por testigo y
algún perro mojado que nos miraba perplejo,
la idea de hacer cine documental desde
las fábricas, con las fábricas, dejó de ser una
"utopía" de revolucionario universitario o
rebeldía de café. La idea del teatro, la música,
la pintura… con actas de nacimiento en
manos de los trabajadores, dejó de ser un
antojo inalcanzable. A esas alturas, la idea
de traer la formación científica, los laboratorios,
la ingeniería… a rehacerse y
revitalizarse en el marco de la lucha desde
abajo, se volvió programa y promesa. O lo
que es lo mismo, a esas alturas la cultura
estaba al encuentro de una de sus mejores
definiciones. La definición revolucionaria.

Como es imposible crear el ALBA de
la Cultura y la Comunicación por decreto y
de un plumazo, como eso no será tarea de
pocos, acordamos irnos con el sueño bien
puesto a correr la legua (y la lengua) y contar
a cuantos fuese posible, de la manera
más fiel y verdadera, qué clase de pretensión
anida en ese sueño quijotero que no
tiene dueño ni debe tenerlo, que no tiene
límites, que no tiene santorales ni catedrales.
Tiene lo que debe tenerse en estos casos,
tiene un lenguaje que narra con símbolos
propios el ascenso de la conciencia que
hizo posible imaginar semejante integración
latinoamericana y mundial, el lenguaje propio
de imágenes propias que re-semantizan
las llaves, que re-semantizan la lluvia, la
caseta, la televisión, las luchas obreras, las
revoluciones todas y especialmente las revoluciones
en la cultura y la comunicación.
Sólo nos falta estar a la altura de los obreros
para recuperar, como ellos y con ellos,
la Cultura y la Comunicación. Se habló de
socialismo sin miedo, se habló sin miedo
del socialismo. ¿Podríamos apresurarnos?

[1"Empresa cerrada, empresa tomada" http://www.vive.gob.ve/
inf_art.php?id_not=428&id_s=3&p=

[2Entre otros con los compañeros Jorge Paredes, Antonio
Betancourt y José Quintero.

[4El poeta Jorge Falcone, los documentalistas Fernando Álvarez, Miguel Mirra y yo.