Tras la inicial victoria en aquella ocasión de Ollanta Humala, candidato próximo a las posturas nacionalistas características del venezolano Hugo Chávez y del boliviano Evo Morales, la oligarquía peruana cerró filas con la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) de García, un político que carga un pésimo expediente desde que ocupó la Presidencia, entre 1985 y 1990, y dejó al país sumido en la hiperinflación, la corrupción, la inseguridad y la guerra. Se presenta así la paradoja de que un candidato impopular, que en la primera ronda obtuvo por sí mismo menos de 25 por ciento de los sufragios, se ve impulsado al poder por el afán de la derecha de cerrar el paso a cualquier precio a su rival, postulado por la Unión por el Perú (UPP).

Es pertinente considerar que el mandatario recién electo representa los meros residuos de una legendaria organización política nacionalista y popular, el APRA, fundada en 1924, en México, por Víctor Raúl Haya de la Torre, bajo la influencia ideológica de la entonces reciente Revolución Mexicana. Si en su primer gobierno García realizó algunos tímidos, torpes y muy desafortunados intentos de adoptar una política independiente, en esta ocasión llega a la Presidencia completamente entregado a la ortodoxia neoliberal que le fue impuesta por sus aliados como precio de su respaldo. No hay, en consecuencia, motivo para suponer que el sucesor de Alejandro Toledo vaya a albergar alguna voluntad de transformación social, de cambio en el rumbo económico o de ejercicio de la soberanía.

Por otra parte, el resultado de la contienda electoral no debe opacar el rápido surgimiento de una opción política nacionalista y de izquierda, la UPP, que logró 30 por ciento de los sufragios en la primera vuelta y cerca de 45 por ciento en la jornada de ayer, fenómeno que posiblemente logre, a mediano plazo, transformar el mapa electoral peruano. Por ahora, la patria de Vallejo y Mariátegui no ha logrado unirse a las naciones sudamericanas que buscan alternativas al modelo neoliberal, oligárquico y entreguista Brasil, Argentina, Uruguay y Chile, por un lado, y Venezuela y Bolivia por otro; ha conseguido, al menos, como ocurrió en Colombia hace unos días, esclarecer su escenario político en dos frentes claramente definidos, el de izquierda y el de derecha.

Fuente
La Jornada (México)