Estados Unidos ha dejado ver sus intenciones de proponer a Colombia como miembro de la OTAN en calidad de Gran Aliado Extra, tal y como lo hizo con Argentina en 1997. Esta propuesta ha sorprendido a los círculos diplomáticos pues no se advierte, en primera instancia, las bondades de una membresía de tal naturaleza.

Lo primero por señalar es que la OTAN, creada en 1949 como una alianza militar-estratégica luego de la guerra en Corea, cumplió su objetivo disuasivo en los tiempos dela Guerra Fría, pero con la caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS perdió el rumbo y el sentido en un mundo donde las mayores amenazas de uso de la fuerza no provienen de los propios Estados, sino de grupos terroristas –bien de particulares o auspiciados por algunos Estados- contra los cuales la acción militar es inocua. Así que el posible ingreso de Colombia en la OTAN no sólo se hace en el momento de mayor incertidumbre de dicha organización, sino cuando la agenda de seguridad mundial se desplaza del objetivo de la disuasión de la guerra interestatal hacia la guerra contra el terrorismo que lidera Estados Unidos.

El punto de quiebre más significativo del papel de la OTAN como alianza de defensa de sus miembros y de disuasión entre ellos lo constituyó su tardía intervención en la guerra de los Balcanes. Si bien ninguno de sus miembros fue atacado por Serbia, se decidió que la OTAN interviniera más allá de su mandato y de su órbita de influencia. De esta manera, la OTAN inicia su historia de organismo de intervención humanitaria que por falta de recursos no puede hacer Naciones Unidas. La OTAN es, hoy por hoy, el brazo armado de la comunidad internacional, desfigurando su naturaleza.

Luego de los ataques del 11 de septiembre, la OTAN entró en la encrucijada de cómo enfrentar un enemigo invisible contra el que no vale la enorme capacidad bélica de los grandes Estados miembros como Estados Unidos, Alemania y Francia. Con el agravante que Estados Unidos decidió librar su guerra contra el terrorismo por fuera de la normatividad internacional y del Derecho Internacional Humanitario, que es el libreto de conducción de las hostilidades por parte de la OTAN. Estados Unidos no se siente cómodo con la pesada burocracia de la Organización y se irrita ante el procedimiento de consenso que se requiere para ordenar un ataque. La permanencia de Estados Unidos en la OTAN está marcada por el sentimiento de rechazo que se ha forjado en algunos países de Europa por la forma como la potencia ha decidido librar la lucha contra el terrorismo. De ahí que se justifique la invitación a otros países a formar parte de la Organización, tal y como sucedió con Argentina, Israel, Jordania, Egipto, Australia y Corea del Sur, todos con intereses estratégicos para los Estados Unidos.

Colombia es un aliado estratégico de Estados Unidos en el continente americano. La lucha contra el terrorismo y la guerra contra las drogas son los temas que interesan a Washington para apoyar a Colombia militarmente. El ingreso en la OTAN facilita la cooperación militar, la asesoría en inteligencia, el entrenamiento y hasta la presencia de tropas si es necesario. La extensión temática de la OTAN según los intereses de los Estados Unidos es el telón de fondo de esta invitación que no tendría ningún impacto sobre la propia Organización.

En la medida en que Colombia ha ajustado su política exterior a la agenda de política exterior de los Estados Unidos, y con la reelección del Presidente Uribe apostándole a una derrota militar definitiva a las Farc, las posibilidades de que esta invitación, que suena un tanto estrambótica, se materialice, son mayores.

A las críticas sobre que Washington ha descuidado su patio trasero permitiendo el ascenso de gobiernos hostiles a los intereses de los Estados Unidos, como el de Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia, una membresía de Colombia en la OTAN es un claro mensaje político en primera instancia y de prevención militar hacia el futuro. Estados Unidos no toleraría una insurrección política y militar en la región y Colombia es su “cabeza de playa” para impedirlo. Hacerlo desde el mandato de la OTAN legitima esta posición pues no se entendería como una acción unilateral.

Como la agenda de política exterior colombiana no se decide solamente en Bogotá, el margen de maniobra para dar una respuesta negativa, en el gobierno de Uribe, es bastante limitado. Las consecuencias de que sea considerado un gesto inamistoso con sus vecinos y amigos no será considerado como una variable determinante. Se justificará desde la necesidad de reforzar la posición geoestratégica de una democracia que libra una dura batalla contra los traficantes de droga y los terroristas, para lo cual precisa de mayor apoyo de parte de otros países europeos que con su cantinela humanitaria no han contribuido a una toma de partido consistente por la salida militar al conflicto. Ver a Colombia desde la óptica de la OTAN y no desde la óptica de las organizaciones de derechos humanos o el Parlamento Europeo puede incluso cambiar la percepción sobre el conflicto político que aún hoy existe en Europa, lo que ha impedido una más decidida cooperación militar de países como Francia, Alemania y España. El ingreso de Colombia en la OTAN resta espacio político a quienes consideran que la guerra que aquí se libra es de naturaleza política, y esa sería una excelente razón desde el punto de vista de la apuesta del gobierno de Uribe para aceptar esta invitación.

La expansión de la OTAN no cesa. Su mandato está cambiando de hecho en el contexto de la guerra contra el terrorismo. Lentamente se está convirtiendo en el brazo armado de la democracia y el capitalismo ante el terrorismo y el fundamentalismo. Es en ese contexto que la expansión en América Latina lógicamente debe continuar por Colombia: el gran aliado estratégico de Washington para seguir librando sus batallas reales e imaginarias.