El Secretario de la Defensa de los EEUU Donald H. Rumsfeld (izquierda) acompañando al ministro israelí de la Defensa Shaul Mofaz (derecha) a la puerta de salida del Pentágono el 30 de marzo del 2005. Rumsfeld y Mofaz discutieron acerca de intereses comunes como lo comunicó el portavoz del gobierno estadounidense.
Foto DoD por Helene C. Stikkel.

«Irán encarna la mayor amenaza desde los nazis», dijo el ministro de defensa israelí Shaul Mofaz, según The Guardian; «el mundo no debe esperar»: desde Hitler, nosotros los judíos nunca hemos confrontado una amenaza tan grande como la que reprensenta Mahmud Ajmadineyad, quien «una vez más ha escandalizado al mundo entero al recomendar la reinstalación de los judíos israelíes en Europa»...

¡Qué difícil complacer a esa gente! En los años 1930, Hitler preconizaba la instalación de los judíos fuera de Europa. ¿Qué hicieron entonces los judíos? Le declararon la guerra. Hoy en día, Ajamdineyad invita a reinstalar a los judíos en Europa. ¿Qué hacen los judíos? Una vez más, replican con toques de guerra...

Pero bien puede ser que le haya fallado la puntería a The Guardian en su reportaje, y lo escandaloso sea, en realidad, el hecho de que los europeos les encajasen a los palestinos la tarea de albergar, contra su voluntad, a estos huéspedes complicados.

Como quiera que sea, me permito una opinión divergente: el presidente [iraní] Ajmadineyad es la mayor amenaza después de Gérard de Nerval, aquél poeta francés llameante, que paseaba una langosta atada con un lazo azul, como otros llevan su perro, en los jardines del Palais Royal, con el propósito de «épater le bourgeois» [impresionar a los burgueses]. ¡Alma poética, en verdad, la de este «enfant terrible» [niño terrible] como ninguno.

Ajmadineyad quiso despertarnos de nuestra interminable siesta digestiva. ¿Qué culpa tienen los iraníes si «judío» es la única palabra mágica que nos saca de nuestra modorra? Las picardías sexuales ya no lograrían conmover a un niño recién egresado de su clase de prevención del sida.

Un ataque contra el cristianismo recibiría el aplauso de los innegables maestros del pensamiento europeo, Señores Sauerkraut y Finkelkrot. En esta edad post-moderna en que los Monólogos de la Vagina han entrado al repertorio de las funciones de matinée en los teatros, no es tan fácil epatar a una burguesía hastiada de todo.

Si Ajmadineyad llamase a la instalación de seis millones de musulmanes europeos fuera de Europa, no suscitaría ni un pestañazo, salvo la protesta de Oriana Fallaci y el Sr. Le Pen [extremista y racista francés, político y candidato a la presidencia de Francia para 2007], que tal vez lo calificarían de plagio.

Si llamásemos a borrar a Francia del mapa, los franceses ni siquiera se levantarían del asiento, pues consideran que ya rigen, en Bruselas, las directivas en este sentido.
Yo admiro a Ajmadineyad. No en cuanto político, pues dejo a los iraníes evaluar sus méritos; tampoco en cuanto predicador: se lo dejo a los musulmanes. Pero sí como auténtico poeta que desenmascara nuestra hipocresía, y degüella a nuestra última vaca sagrada.

Esta es la única explicación posible para sus hechos y dichos, pues los iraníes no tienen el menor motivo para interesarse por el holocausto judío. Nadie les acusa por ello, ni siquiera el Sr Yehuda Bauer del Instituto del Memorial de Jerusalén, propenso a la acusación del mundo entero por haber fallado en salvar a los judíos.

Los persas, desde Ciro hasta Hosroes y el último Sha Resa Palavi, siempre han sido benévolos con los judíos, e incluso en estos días de locura hay una numerosa y próspera comunidad judía en Irán. Ajmadineyad habló del Holocausto como Hillary partió a la conquista del Everest: simplemente porque lo ve como un desafío.

Los inocentes historiadores revisionistas estaban tan excitados, cuando empezó a coquetear con la idea de «destapar al fin la verdad». Prepararon sus pesados libracos y diagramas sobre consunción por el gas y temperatura de los cuerpos. Pero a Ajmadineyad le importa la realidad de los sucesos de la segunda guerra mundial tanto como a Nerval le importaba amaestrar a su langosta.

Aceptar el dogma del Holocausto es un signo de sometimiento al eje Tel Aviv - New York, un signo del nuevo colonialismo. Ajmadineyad lo rechaza de la misma manera que san Pablo se negó a acatar los viejos mandamientos rituales según Noé: no porqué San Pablo quisiera compartir los sacrificios paganos, sino que no quería recibir órdenes de los judíos.

Los dirigentes europeos, dóciles para apoyar a criminales de guerra comprobados -como George W. Bush, asesino de innumerables iraquíes, afganos y árabes a tutiplén, o Shaul Mofaz, que se cargó a una niña de ocho años (entre centenares de otras muertes) en Gaza sitiada la semana pasada- dócilmente pues, expresaron su indignación. No protestaron cuando Israel bombardeó y masacró a Gaza indefensa. Cuando los políticos israelíes amenazaron convertir a Irán en «desierto radioactivo», no lo consideraron «incitación al genocidio».

Por todo esto, el presidente Ajmanideyad, con su desafío, ha salvado el honor de la raza humana, como sólo un poeta puede hacerlo.
Admiro a Iran, por el carmín de sus rosedales y el azul de sus viejas mezquitas, por la belleza arrobadora de sus mujeres, de negras pestañas y negro chador que resaltan su tez alba y luminosa.

Admiro a Irán por sus pinturas maravillosas, que sobrevivieron los estragos iconoclastas. Admiro a Irán por la sutileza espiritual de sus poetas, que supieron vincular su amor por las mujeres con la adoración de Dios en un mismo canto, lo mismo que se da en el Cantar de los Cantares. Rumi y Jami, Sa’adi y Ferlusi, Hafiz y Omar Khayan están entre los poetas más audaces y sinceros que agraciaron este planeta nuestro.

Ajmadineyad es heredero de su tradición, y es un atrevido burlador de nuestra hipocresía, es el muchacho que supo ver lo que había detrás del nuevo traje del emperador. Aun si el yanki pulverizase a este endemoniado, e hiciera polvo los jardines de Shiraz como lo hizo una vez con los capullos de Nagasaki, nos sentiremos orgullosos de Ajmadineyad, aquél contemporáneo nuestro que tuvo la osadía de pisarle el rabo al tigre.

II

La reacción de Estados Unidos y Europa ante el programa nuclear iraní fue la del dueño de esclavos Simon Legree en La Cabaña del Tío Tom, cuando se entera de que un esclavo se fugó. ¿Cómo se atreve este moreno con los juguetes del amo?

Sus frases huecas sobre la «amenaza irani» va dirigida a los ignorantes, pues Irán jamás ha atacado a una nación europea desde las guerras por el control de Anatolia, en el siglo V antes de Cristo; mientras que los imperialistas europeos ocuparon y dominaron a Irán, en fecha tan reciente como 1942, y por testaferros en 1953, cuando derrocaron a Mosadek, elegido democráticamente, y reanudaron su control sobre esta antigua nación.

Es cierto, el colonialismo al estilo antiguo ha muerto. Inglaterra no puede gobernar en Irak, ni Francia en Argelia, pero el nuevo colonialismo colectivo, el del núcleo imperialista de los países occidentales altamente industrializados sobre el resto del mundo no es nada mejor.

Los antiguos amos han decidido unir sus recursos y poderes para administrar juntos a sus esclavos de antaño. Se apartaron del modelo ateniense según el cual el ciudadano tenía un esclavo, para adoptar el modelo de Esparto, donde los esclavos les pertenecían a todos los espartanos.

En este nuevo universo colectivamente imperialista, los Estados Unidos son el brazo que instrumenta el nuevo colonialismo, mientras que la cabeza, la ideología, la suministra un amplio sindicato que unifica y coordina a la mayoría de periódicos y redes de influencia tanto de derecha como de izquierda, desde Madrid hasta Moscú y desde Texas hasta Tombuctú, no obstante sus alardes de competición y rivalidades.

Este sindicato es la base real del poder de aquello que dos universitarios estadounidenses, John Mearsheimer de Chicago, y Stephen Walt de Harvard (M&W para acortar) han dado en llamar educadamente el «lobby israelí en Estados Unidos», aunque en realidad persiguen otra cosa más allá del Estado israelí. Sin dejar de aprobar plenamente el desafío de M&W, diríamos que han minimizado el problema, lejos de exagerarlo, pues se trata de un fenómeno global, y no local, limitado a los Estados Unidos.

La temible AIPAC no es más que la punta visible del iceberg debajo del cual yacen kilómetros de hielo sólido: los dueños de los medios masivos, los jefes de redacción y sus mandarines, los maestros del discurso, en total. Como por arte de magia, la crisis iraní de golpe lo ha hecho saltar a la vista de todos : unánimemente han puesto el grito en el cielo, como la legión de los demonios en la sinagoga de Cafarnaún, en respuesta a las palabras de Cristo.

En su estimulante discurso, dijo Ajmadineyad: «la amplia red del sionismo lleva décadas al servicio de los imperialistas». Aquí se podría abrir un debate acerca de cuál de los dos sirve al otro, los sionistas o los imperialistas. Es un caso típico de revolución empresarial: los judíos son los managers de los imperialistas, hasta el momento en que se apoderan del show, dirían algunos.

Nada de esto, han seguido dóciles al señorío imperialista mayor, argumentan otros. Cualquiera sea nuestra opción, no cabe duda de que sionistas e imperialistas están íntimamente integrados y mezclados; en todo caso, si uno acepta la idea de amenaza iraní contra Israel, uno está suscribiendo a este matrimonio diabólico.

Las naciones que rechazan a los Maestros del discurso se encuentran sojuzgadas por fuerza. Un armamento nuclear vale como irrebatible igualador, como fungía el Colt en el Oeste, cuando se decía que «la Declaración de independencia proclama que todos fueron creados iguales, pero el coronel Colt es el que concretó este presupuesto». Con vistas a impedir los excesos en la igualdad, los pioneros procuraban que los nativos no tuviesen manera de empuñar el Colt. Es la misma política la que lleva a cabo Occidente en su tentativa para mantener el poder nuclear fuera del alcance de los iraníes.

Hace pocos días, me invitaron a un debate en el Canal Uno de la televisión rusa, donde el supuesto jefe del buró de la BBC en Moscú preguntó para qué necesita Irán tener mísiles balísticos, antes de listar el arsenal de los mísiles iraníes. Pero no me pudo contestar la pregunta siguiente: ¿para qué necesitan los pacíficos ingleses sus mísiles balísticos y sus armas nucleares?

Con razón, pues ¿para qué les pueden servir estos trastos a nadie? Sin embargo, si Inglaterra con su largo y sangriento historial de dominación del Tercer mundo, desde Irlanda hasta Japón, puede tener esos juguetes, entonces forma parte del deber de cualquier país importante tratar de proteger a su pueblo de los caprichos de los amos occidentales.

Pues sí, Irán sigue trabajando para un programa de energía nuclear civil, pero en el caso de que dicho país decida fabricar la bomba, debemos respaldar esta decisión, pues esto traerá paz. De hecho, pocas personas contribuyeron más a la causa de la paz mundial que Julius y Ethel Rosenberg y sus asociados Harry Gold y Klaus Fuchs. Estos gigantes comunicaron los secretos de los artefactos nucleares americanos a Rusia, con lo cual salvaron a Moscú y San Petersburgo del destino de Hiroshima.

Sin su gesta heroica, los amos coloniales habrían convertido a Rusia en desierto radioactivo. José Stalin le pasó los datos del manejo de dichas armas a la China emergente, y fue otra excelente hazaña, pues de lo contrario, se habrían abalanzado sobre Viet Nam con el mismo estilo practicado con Japón.

El escudo nuclear ruso es lo único que Gorbachev y Yeltsin no desmantelaron cuando destruyeron la Unión Soviética, posiblemente porque no se les ocurrió que las fuerzas patrióticas pudiesen jamás volver al poder en Moscú. Esta protección les permite a los rusos permanecer impávidos ante las monsergas de frau Merkel, y les da la libertad de elegir, entre vender su petróleo y su gas a Europa, o invertir la corriente hacia China.

Le permite a los bielorusos tener el presidente al que han elegido por enorme mayoría; de lo contrario, Lukashenko compartiría el destino de Noriega y Milosevic por su terca negativa a vender las riquezas de Bielorusia a George Soros. Dejad a los iraníes también tener la libertad de sus elecciones, y restaurar el equilibrio en la región.

La triste historia de Irak es la mejor demostración de que el desarme y el acatamiento no son ninguna opción. Saddam Hussein autorizó a los buitres de la Agencia Internacional de la Energía a registrale los bolsillos, y terminó con sus huesos en la cárcel, y con su país ardiendo en ruinas. A Ajmadineyad le salió mejor, al contestar a la demanda USraelí de desarme con el soberbio estilo de aquél capitán de la guardia francesa en el campo de batalla de Waterloo. «!A desarmar, valientes soldados!», dijera el general inglés: a lo cual «¡mierda!» contestó Cambronne sobriamente.

Y para los sinceros amantes del bienestar israelí diré lo siguiente : Irán no es el peligro, pues nadie quiere asesinarnos. La verdad es que los judíos podrían vivir perfectamente bien en Palestina.

Si hubiéramos hecho las paces con los habitantes nativos de Palestina en 1948, habríamos conservado nuestro hogar común, Palestina, como el deslumbrante escaparate del Medio Oriente, con el petróleo iraquí llegando a chorros a las refinerías de Haifa y los trenes de Bagdad al Cairo transitando por Lydda y Jaffa, con los peregrinos musulmanes haciendo una pausa en Jerusalén anualmente, camino a la Meca, con los cristianos pisando las huellas de Cristo de Belén hasta Nazaret, y con los judíos haciendo su aliya (palabra que se refiere al peregrinaje anual a Jerusalén, lo mismo que el haij, nada que ver con una inmigración permanente a Palestina como pretenden los sionistas).

Bastaría con echar por la borda la vieja y sucia costumbre del separatismo y la dominación.

Estamos a tiempo aún, después de sesenta años y tantísimos muertos. Para lograrlo, debemos retomar la advertencia de Ajmadijeyad: «dejad borrar del mapa regional al Estado judío exclusivo, sustituidlo por un solo Estado para todos los ciudadanos del lugar, judíos o no. El derecho a gobernar le pertenece al pueblo entero de Palestina, sean musulmanes, cristianos o judíos», dijo Ajmadineyad, y vaya, pues: sólo un supremacista judío podría poner reparos a estas palabras.

Cuando dije esto en el debate televisivo en Moscú, me atacó el presidente de un tal Congreso judío ruso y director de un Instituto sionista para el Medio Oriente, un tipo gordo, lleno de granos y con panza colgante, una auténtica caricatura sacada de Der Stummer, con el improbable nombre de Satanovsky.

«Aquí en Moscú no creemos en democracia, y mis muchachos judíos te van a arrancar las pelotas, como hicieron con unos cuantos tíos de tu calaña. Israel seguirá siendo un Estado judío para siempre».

Este tipo de mafiosos son los verdaderos dirigentes del lobby judío y los promotores del Estado judío en el extranjero. Este tipo de gente es el que dirige las organizaciones judías en Rusia, en América y donde quiera. Necesitan un Estado judío para salir huyendo de sus países en el día de la ira, pero nosotros, los ciudadanos llanos de Israel, no lo necesitamos.

De todas formas, la mafia no puede gobernar para siempre. Tomo fuerzas en las palabras de Ahmadineyad: «El árbol joven de la resistencia en Palestina está retoñando y hay retoños de fe, y deseos de libertad floreciendo. El régimen sionista es un árbol hueco que se está viniendo abajo, la próxima tormenta acabará con él (recordad la parábola del árbol estéril, I. Sh.). Palestina es el punto de encuentro entre lo justo y lo erróneo. El destino de la región se decidirá en la tierra de Al-Qods y será un gran honor haber tomado parte en la victoria de Palestina»”.

La victoria de Palestina es nuestra victoria, y nos sentiremos felices de compartirla.
«Ahora bien, ¿tendremos guerra?» se nos pregunta a menudo. No soy de la confianza de George Bush, él no me comunica sus planes. Pero mientras los guardianes de la izquierda dicen que el petróleo sería el motivo para la guerra, a mí se me ocurre que el petróleo podría ser el motivo para la paz.

Ya que el precio del petróleo anda por encima de los $70, el presidente Bush va a tener que decidir si quiere sobrevivir a la próxima subida por encima de los $120, a no ser que sus electores en los Estados más afectados acepten con alegría el consejo de Eran Lerman, el presidente del Congreso judío americano, y director de su Oficina Israel-Oriente Medio (anteriormente miembro de los servicios de inteligencia israelíes) : dejar de utilizar sus coches un día sí y otro no. Bush tiene el poder de apartar a los Estados Unidos fuera de esta carrera peligrosa, y decirle a los mandarines del Congreso judío basta ya.

Para mis paisanos israelíes: os recordaré nuestra antigua tradición de amistad con Irán. Hace dos mil años, un lienzo procedente de la antigua capital iraní Susa fue presentado en la puerta oriental del templo judío en Jerusalén. La Mishna (Berakoth 9) recomendó que se tuviera mucho cuidado con esto: «¡no demostréis jamás falta de respeto a la puerta oriental!» Según Rambam, esto se hizo para que guardasen temor al rey de Persia.

Vale la pena recordar esta tradición, y preservarla.

¿Quién es Israel Shamir?

Este artículo fue publicado originalmente el 30 de abril de 2006 con el título «Langosta iraní».