La humanidad necesita, para vivir, mitos y mentiras, afirma el escritor antioqueño Fernando Vallejo. El mito paisa se recrea, actualiza y acomoda permanentemente. Álvaro Uribe es producto del mito. En el diccionario del diablo, Ambrose Bierce define la mitología como el «conjunto de creencias de los antiguos, concernientes a su origen, historia, héroes, deidades y demás símbolos de identidad. Se opone a los acontecimientos verdaderos que son inventados con posteridad».

El mito paisa

Filósofos y artistas tienen la sensibilidad para representar en profundidad el alma del pueblo. El «Monumento a la Raza» se levanta de manera imponente en La Alpujarra, centro del poder político y administrativo de Antioquia. La obra construida por el maestro Arenas Betancur entre 1979 y 1986, en bronce y concreto, con una altura de 38 metros, es la mejor representación del mito paisa. El concepto de «raza» etnológicamente no tiene fundamento científico, pero es utilizado por ideologías fascistas. El artista aclara que este concepto es un mandato popular antioqueño que se enseña desde la niñez, para distinguirnos. El maestro Rodrigo Arenas Betancur, «es el artista de Antioquia, de una geografía que se ha caracterizado por la motivación personal, el orgullo provincial y la fuerza telúrica»2.

El monumento evoca a un pueblo elegido por el Creador que después de cumplir su ardua misión en la tierra regresa a su regazo. Está organizado de manera integral, relatando la epopeya paisa, raza que en su devenir histórico emerge de la tierra para culminar, en su cúspide, después de un arduo y sinuoso movimiento en espiral, dominando tiempo y espacio, proyectado al infinito, en la búsqueda de la unión divina con Dios.

Están los diferentes recursos involucrados en este largo y penoso peregrinar por senderos trazados por la providencia: el agricultor, el minero, el arriero, el colonizador, el inmigrante, el comerciante, el industrial, el técnico, el intelectual. Se alude al denuedo, a la vocación de lucha y conquista, a toda actividad, al trabajo, como motores de desarrollo y valores del antioqueño. Nada parece estático, ni los hombres ni las mujeres. Todos, de manera orgánica, cumpliendo una función social según el destino jerárquico marcado por pactos sagrados, unidos sin permitir escisión alguna, se confunden en la acción y cada individuo deja la certeza de la conciencia comunitaria y la misión gregaria que cada uno debe cumplir, todo lo cual impulsa sus movimientos y anima su evolución. Es la Antioquia móvil, viva, actuante, colonizadora, avasalladora. En el conjunto de los hechos memorables representados, los caballos tienen su categoría propia en este canto a la raza antioqueña, donde coexisten un ansia desesperada por la conquista y la acumulación de riquezas, con un gran tormento místico, el respeto a la tradición, la salvaguarda de los valores más sagrados y la misión de antioqueñizar el universo3 .

En su libro «Los negroides», el pensador de Envigado, Fernando González, define los orígenes y parentescos de la «raza»: «Colombia tiene variedad de sangres, de riquezas, de problemas e inquietudes; cada departamento es entre nosotros un país; sobre todo, Colombia tiene el Departamento de Antioquia, vasco y judío, pueblo fecundo y trabajador que va unificando poco a poco a la República». Si bien, González afirma que el antioqueño es un grupo racial de características más definidas que las del judío, hasta el punto que ha invadido en cien años a toda Colombia y aún las repúblicas vecinas, define a los habitantes de Medellín como «gente egoísta y áspera más que piedra quebrada; hombres de móviles primitivos, muy fuertes. Humanidad prometedora para el educador, pero desagradable en su estado actual de cultura. Hasta hoy ha vivido el medellinense bajo motivación netamente individualista: conseguir dinero para él; guardarlo para él; todo para él»4 . Tradicionalmente los gobernantes antioqueños pertenecen a familias de abolengo, predestinadas a mandar; al pueblo primitivo le corresponde obedecer.

Función del mito

Ninguna sociedad puede mantener su estabilidad sin un alto grado de identidad entre sus miembros lo que genera una solidaridad que a su vez depende de la vigencia del mito social dominante, acompañado de rituales y ceremonias. Por ello es tan importante para la sociedad antioqueña su mito fundacional o de iniciación.

La mitología tiene como inclinación natural convertirse en narcótico. El mito sitúa los hechos empíricos en un orden incondicionado, contiene en sí el cuestionamiento del mundo perceptible, que aparece como dependiente y falto de valor propio: solo puede alcanzar los valores ligándose con aquellas realidades atemporales fundadas por el mito.

Según el pensador italiano Antonio Labriola, el estado primitivo de la consciencia humana, aunque corresponde a la época de la primera formación de la sociedad, se continúa y perpetúa también en los períodos posteriores de la historia, porque adquiere cierto carácter sustancial en las costumbres y fija su expresión en los mitos. El sucesivo nacer y el lento desarrollo de la reflexión no llegan a excluir de repente las diversas manifestaciones de la consciencia primitiva e irrefleja, y la transformación de los antiguos elementos en conceptos conscientemente aprendidos, críticos y pensados no se produce sino por un largo proceso y una lucha asidua, incesante y secular5 .

El mito se reproduce y recrea por la represión que ejerce el grupo hegemónico sobre cualquier amenaza al orden tradicional, pero también manteniendo al pueblo sometido al mísero sustento, a una vida marcada por un gran esfuerzo y por una indecible monotonía de horizontes. Excluidos de la educación y el despertar de la consciencia, este pueblo mítico padece un embrutecimiento sin esperanza. En Antioquia los niveles de pobreza afectan a 54,4% de la población y 19,6% vive en la miseria.

Del mito al fascismo dependiente

La cultura antioqueña es pragmática y funcionalista. El mandato paisa: «consigue plata, mijo, de manera honesta y digna… si no puedes, de todas maneras consíguela». Los fines justifican los medios, pero como lo advirtió de manera inteligente el escritor R. H. Moreno Durán, este enunciado no tiene principios. A cambio de principios opera el mito.

Frente a la crisis social, política y económica de inicios de la década de 1990, gestada a lo largo de los años ochenta, la oligarquía antioqueña se sintió llamada a salvar el orden colombiano, amenazado en sus cimientos. El país pasaba por el túnel negro de la desesperanza. En el mundo, el sistema capitalista venía reordenando las estructuras económicas, gestaba una nueva división internacional del trabajo y consolidaba la globalización liderada por el capital financiero y la barbarie gringa.

Durante 1996-1998, el grupo «Destino Colombia» realizó un trabajo prospectivo de futuros posibles al año 2014. Bajo el supuesto de que los diálogos con la insurgencia siempre fracasan y que el país se hunde en el caos económico, político y social, la oligarquía consideró que un gobierno de mano dura, esto es, autoritario y represivo, arrojaría los mejores resultados para ordenar la sociedad colombiana y articularla a las nuevas exigencias del sistema mundo capitalista.

En el escenario “todos a marchar”, la guerra y el gasto militar tienen la prioridad del gobierno. El capital se privilegia con menores impuestos, privatizaciones, flexibilización de la fuerza labora y políticas orientadas a la liberalización de los mercados. La inversión extranjera se promueve mediante la entrega de los recursos naturales, la biodiversidad y, en general, todas las actividades bajo control del Estado a las transnacionales. Se espera una recuperación de las finanzas públicas, producto de las privatizaciones y una mejora en los ingresos tributarios efecto del crecimiento de la economía jalonado por una mayor productividad del capital y la fuerza de trabajo. El costo de la implementación de este modelo, estaba previsto en el escenario prospectivo, es el incremento sustancial en la violación de los derechos humanos; el esta- blecimiento de un estado policial y penal, el aumento del desplazamiento forzado, el desmejoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores.

Para liderar la construcción del escenario «todos a marchar» fue encargado al mandatario antioqueño Álvaro Uribe a partir del año 2002. Las dos estrategias centrales en su gobierno han sido la seguridad para generar confianza en los inversionistas y el apoyo al gran capital. La primera se refiere a la capacidad represiva del Estado y el control del conflicto social y político en su expresión armada, para lo cual se ampliaría la intervención del gobierno estadounidense en la política y el conflicto interno. La segunda, consiste en la profundización del modelo neoliberal, el mejoramiento en la tasa de ganancia del capital y la entrega de la economía nacional a los intereses de transnacionales y capital financiero.

En lo territorial, este escenario contaba con una experiencia piloto, dado que se venía probando de manera exitosa desde la década de 1980 en el Magdalena Medio, en particular en Puerto Berrio, centro de los cuatro municipios antioqueños que hacen parte de esta subregión. Allí se combinó un régimen de terror con una estrategia antiinsurgente mediante la acción coordinada de terrorismo estatal, empoderamiento del paramilitarismo, narcotraficantes y control de los cargos de la administración local y el presupuesto público. Todas las organizaciones sociales y sindicales fueron destruidas y sus dirigentes asesinados, desaparecidos o exilados, igual sucedieron con los grupos políticos de oposición. El desplazamiento forzado fue masivo, seguido por el repoblamiento por personas leales al nuevo régimen. La ley del silencio fue impuesta, bajo el establecimiento de un sistema de inteligencia asfixiante y la articulación de la sociedad civil a redes de vigilancia y delación. El contubernio de los medios masivos de comunicación con la cultura y los valores de este fascismo criollo es desvergonzado. En lo económico el modelo incorporado fue de latifundio ganadero, narcotráfico, agroindustria y servicios de seguridad y hospedaje a los cuerpos directivos de empresas transnacionales que operan desde allí sus negocios en el Magdalena Medio. Ante el éxito comprobado, este modelo de fascismo dependiente y desarrollo forzado fue posteriormente ampliado a todo el territorio antioqueño, cuando Uribe fue Gobernador: 1995-1997, y ahora es hegemónico en todo el país.

El partido del fascismo dependiente llega al poder con el apoyo de las clases medias y populares, amenazadas por el conflicto interno, la pobreza, el deterioro de los valores tradicionales, la inseguridad y la incertidumbre en el futuro. En Colombia, siglos de violencia y de socialización en el autoritarismo y el cristianismo intolerante ha creado una cultura proclive a los gobiernos despóticos. El arte del fascismo estriba en proclamarse a favor de los intereses comunitarios, en la exaltación de los valores nacionales, en el amor a la patria y en su indignación contra la politiquería y la corrupción. No obstante, en verdad, el fascismo dependiente responde a los intereses y mandatos de la dictadura del gran capital nacional e internacional.

Uribe y la prospectiva del fascismo dependiente

Tomando en cuenta el éxito logrado, en la opinión de representantes del gran capital y sectores de extrema derecha, en la implementación del escenario «Todos a marchar», el gobierno de Álvaro Uribe presentó el 7 de agosto de 2005, el documento «Visión Colombia Segundo Centenario: 2019», una mirada de país en el largo plazo, sobre el supuesto de la consolidación del proyecto hegemónico que lidera.

La prospectiva realizada por el gobierno parte de considerar tres condiciones determinantes: 1) Colombia debe estar inserta en un mundo en transformación, con una inminente recomposición económica y política; 2) Colombia debe aprovechar plenamente las condiciones de su territorio y capitalizar sus ventajas en todas las dimensiones; 3) Colombia debe asimilar los cambios demográficos y formular políticas de futuro.

En el plano geopolítico, el documento considera los cambios fundamentales en las relaciones internacionales políticas, económicas y de cooperación; al igual que la creación de bloques en términos económicos y políticos; pero, principalmente, bajo la tutela y control económico y político estadounidense. Por ello, la entrega, bajo relaciones de neocolonialismo de la economía y la política nacional, a los intereses del imperio norteamericano es vital para la oligarquía colombiana, por ello el afán de poner en marcha el Tratado de Libre Comercio y la expansión del poder de la OTAN al territorio Latinoamericano.

En lo territorial se considera la localización estratégica del país que cuenta con 10% de la biodiversidad mundial, 50% cubierto por bosques, con los recursos hídricos más grandes del mundo, una geografía fragmentada, la mitad del territorio despoblado (región oriental, valle del Magdalena y costa Pacífica) y una de las poblaciones más dispersas de América Latina. El propósito es privatizar todos los recursos naturales del país y entregarlos a la explotación de multinacionales, bajo la protección de los paramilitares y sus estrategias de repoblamiento. El reordenamiento territorial se está haciendo alrededor de los macroproyectos de desarrollo forzado y la organización de enclaves paramilitares sobre la base de agroindustria de exportación y el control de las administraciones municipales.

En lo poblacional se parte que de los 42 millones de habitantes actuales se pasará a 55, 9 millones en 2019; la población urbana representará en términos relativos el 77% (hoy 75%), pasando las cinco principales ciudades de 15,2 millones de habitantes a 20 millones; los adultos mayores (más de 65 años) concentrarán el 7,6% de la población (hoy 5%), la población económicamente activa (entre 15 y 64 años) representará el 67% (hoy 64%) y los menores de 15 años perderán participación: 25,6% (hoy 31%). Bajo el enfoque de los jóvenes como actores estratégicos del desarrollo se busca que este «bono demográfico» esté adecuado a las necesidades de explotación por parte del capital transnacional, esto es, educado, flexibilizado, disciplinado y mal pago.

Tras conocer su triunfo en las recientes elecciones, Álvaro Uribe inició su discurso pronunciando las siguientes palabras: “Qué nuestro Señor y María Santísima nos ayuden para que esta decisión democrática sea útil a esta gran patria colombiana”. Una vez más, el mito paisa se ha hecho realidad.

1 Correspondencia Fernando González – Carlos E. Restrepo. Archivo de Carlos E. Restrepo – Universidad de Antioquia- 18 de enero hasta 25 de junio de 1931, p. 138.
2 Gloria Inés Daza, en Arenas Betancur, Un realista más allá del tiempo, Villegas Editores, Colombia, 1986, p. 27.
3 Morales Benítez, Otto, Recuerdos y enseñanzas del maestro Arenas Betancur, en: Arenas Betancur, Un realista más allá del tiempo, Villegas Editores, Colombia, 1986 pp. 13-41.
4 González, Fernando, Los negroides, Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 1995, p. 27-99.
5 Labriola, Antonio, Socialismo y filosofía, Alianza Editorial, 1969, p. 175.

Presidentes en la historia de Colombia de origen Antioqueño
Presidente Período de gobierno
Liborio Mejía Gutiérrez 1816
Juan de Dios Aranzazu 1841 - 1842
Carlos E. Restrepo 1910 - 1914
Marco Fidel Suárez 1918- 1921
Pedro Nel Ospina
(hijo adoptivo de Antioquia) 1922-1926
Mariano Ospina Pérez 1946- 1950
Contralmirante Rubén Piedrahita
Integrante de la junta militar 1957-1958
Belisario Betancur Cuartas 1982 - 1986
Álvaro Uribe Vélez 2002 -2006
2006 – ?