Iraq. Tanques, barricadas de concreto y las paredes de los baños sirven de bastidor para su arte gangsteril hecho con spray» (Chicago Sun—Times, 1-5-06). El investigador del Pentágono Scott Barfield ha identificado a 320 miembros de esas gangs que han servido en Iraq desde abril de 2002 y confiesa: «Es solo la punta del iceberg».

En el 2004 existían en Estados Unidos 24 000 bandas juveniles con 760 000 miembros, según un estudio del National Youth Gang Center publicado por el Departamento de Justicia estadounidense. Perpetran la mayoría de los crímenes que alimentan la crónica roja y sus desmanes denunciados ese año tuvieron lugar en el 29 por ciento de las jurisdicciones urbanas y rurales de más de 2 500 habitantes, casi un tercio habitado del país. En 1970 eran apenas 270 gangs, alrededor del uno por ciento de las que hoy asaltan, roban, violan, matan y trafican droga en las calles de la llamada superpotencia del Norte. Algo grave ocurre allí: Lincoln —por ejemplo— nunca hubiera imaginado que los pandilleros juveniles son material que las fuerzas armadas de EE.UU. demandan con preferencia para desplegar su brutalidad en Iraq. Díganlo, si no, los marines que el 19 de noviembre de 2005 acribillaron en Haditha, localidad ubicada a 225 km al noroeste de Bagdad, a 24 civiles iraquíes inermes, incluidos un anciano sin piernas y una niña de 3 años. O los que la semana pasada mataron a balazos a dos mujeres, una embarazada, que supuestamente no detuvieron su coche en un puesto de control.

«Estamos bajando el nivel —relató Barfield al diario chicaguense—. Un amigo mío es reclutador. Le han dicho que si el candidato tiene menos de cinco tatuajes, no vale la pena. Si tiene más, extiende un papel que certifica que el reclutado no tiene relación con las bandas. Se pueden ver soldados (yanquis en Iraq) con la estrella de seis puntas y una GD (Gangster Disciples) tatuada en el brazo derecho». Se dedican al tráfico de drogas y otras actividades non sanctas cuando salen del cuartel. Las pandillas alientan a sus miembros a engrosar las filas del ejército para aprender el manejo de nuevas armas y tácticas de combate, que sin duda aplicarán en sus vecindarios cuando regresen, reintroduciendo más violencia en EE.UU. No importa: «Hacen un buen trabajo» y algunos hasta son condecorados.

Sucede que el despliegue de los efectivos norteamericanos en Iraq y Afganistán se ha extendido hasta la fatiga: la guerra dura más de lo previsto y la frecuente rotación de tropas en los dos países invadidos no basta para terminar con la resistencia a la ocupación. Por primera vez desde 1999, el ejército no cumplió su meta de reclutamiento en el 2005, está «en una carrera contra el tiempo» y lo amenaza «el riesgo de “quebrarse” por una declinación catastrófica del reclutamiento y del realistamiento», según el militar retirado Andrew Krepinevich asentó en un informe que le solicitó el Pentágono. El documento levantó polvareda en el debate sobre la retirada parcial —o no— de algunas fuerzas ocupantes de Iraq y Afganistán, su punto de desgaste y la posibilidad de que esa carga impida a la Casa Blanca nuevas aventuras «preventivas».

La penuria de personal y sus penurias son evidentes: The Hartford Courant informó que «efectivos norteamericanos con graves problemas psicológicos han sido enviados a Iraq o siguen en combate». El Congreso aprobó en 1997 una reglamentación que obliga a las fuerzas armadas a evaluar la salud mental de todas las tropas desplegadas pero, según el diario de Connecticut, solo uno de cada 300 militares fue examinado por especialistas antes de ser devueltos a su casa. El año pasado 22 efectivos estadounidenses de servicio en Iraq se quitaron la vida, la tasa de suicidios más alta desde que empezó la invasión. Los médicos del ejército tratan los desórdenes mentales con pastillitas antidepresivas y rara vez controlan la evolución de los casos. La carne de cañón es desechable. Y aún más los civiles iraquíes como Zaidun Hassun, 19 años, obligado a punta de pistola a tirarse al Tigris con su primo Marwan. El teniente primero Jack Saville y el sargento primero Tracy Perkins se reían mientras Zaidun luchaba contra la corriente y finalmente se ahogó.