Usted dice que Chile fue determinante en su formación como sacerdote comprometido con los pobres y la causa popular. ¿Cómo llegó a Chile?

“Llegué el 26 de enero de 1960. ¿Por qué vine? No lo sé exactamente. Nuestra congregación mandaba gente a Indonesia y a América Latina. Quizás me gustó lo que los sacerdotes contaban de América Latina, quizás lo preferí por el idioma: el español es más cercano al holandés que el malayo o el javanés. A comienzos de los 60 se producía un despertar social en el mundo, que más tarde también se expresaría en el Concilio Vaticano II y en la obra de Juan XXIII”.

¿Tenía alguna orientación especial hacia el trabajo con los pobres?

“Tenía un cariño romántico por los pobres, tal vez porque mi padre trabajó en una fábrica. Pero también tenía la marca de la burguesía europea. Para ella los pobres no saben nada, son ignorantes. Son pobres porque son flojos. No debes acercarte demasiado a ellos porque te pueden robar. Y por último, ni pienses en hacerte amigo de ellos. Así llegué a Chile, no sabía ni una palabra de castellano y casi nada de América Latina. El primer año estuve en una parroquia de Coquimbo donde era la quinta rueda del equipo. Luego viajé a Talca, donde el obispo era monseñor Manuel Larraín, gran pastor. Trabajé en el hospital regional y más tarde con los movimientos de estudiantes y trabajadores, la JEC y la JOC. Al tercer año, me dediqué de lleno a los movimientos sociales y el obispo me integró a la formación personal de las catequistas en toda la diócesis. Me fui involucrando en el trabajo social. Más tarde vino la actuación junto a los campesinos, los comienzos de la reforma agraria, el triunfo de Salvador Allende que abrió un período lleno de esperanzas y realizaciones, un amanecer. Comenzó también la experiencia de los Cristianos por el Socialismo, que no era solamente de sacerdotes que estábamos en el Movimiento de los Ochenta, por el número de curas comprometidos. El obispo, desde la muerte de don Manuel Larraín, era don Carlos González.

Por eso digo que en Chile nací de nuevo. Nací y crecí. Se me fueron aclarando las cosas sociales y políticas. Después del golpe tuve que definirme y decidí quedarme en Chile. Cuando me lo preguntan, digo que el pueblo crucificado me indujo a quedarme en Chile. Participé en actividades de organización y resistencia hasta 1980, cuando la represión nos alcanzó y tuve que salir del país. En los meses siguientes estuve en Ecuador y Brasil, haciendo una evaluación de mi vida, finalmente decidí vivir en Nicaragua”.

Teología de la liberación

¿Qué ha pasado con la Teología de la Liberación?

“Continúa pero con dificultades. Este 24 de marzo, cuando se cumplen veinte años del asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero, habrá una Jornada en San Salvador, a la que concurrirán teólogos como Gustavo Gutiérrez, José Comblin, al que conocí cuando trabajábamos en Talca, posiblemente Jon Sobrino y otros representantes de esa teología. Pero yo pienso que mientras existan las comunidades cristianas, mientras haya personas pobres, personas sencillas -como muchas que he conocido- que viven efectivamente el mensaje de Cristo, seguirá existiendo la Teología de la Liberación. Es el pueblo pobre el que siente la presencia de Dios Liberador en su vida. Por ejemplo, en Nicaragua hubo una conciencia nueva en los años de la revolución; como también creo que la hubo en Chile en tiempos de Allende y después en la lucha contra la dictadura.

Estoy convencido que la fuerza más grande de amor y liberación está en la gente humilde. Por ahí viene la cosa: otro mundo es posible desde abajo. Y eso vale para la Iglesia, para los gobiernos, los partidos políticos, los sindicatos, para todo. Lo aprendí en Chile y lo he confirmado en Nicaragua”.

Para algunos, América Latina es la gran reserva del cristianismo y el catolicismo en el mundo...

“Depende de lo que uno entienda por cristianismo, pero eso no es lo principal a mi juicio. Vivimos en un solo mundo, nunca antes había sido así. Y en todas partes conviven diversas culturas. En Holanda, por ejemplo, hay islamistas, budistas, ortodoxos, además de los tradicionales protestantes y católicos. Son signos del tiempo y debemos aprender a convivir con personas de todas las creencias y también con no creyentes. Debemos apreciar las ventajas y riquezas que derivan de esa multiplicidad. En Holanda se dice que cada vez hay menos holandeses, pero eso en sí mismo no es malo. Ahora está claro que a todos nos afecta lo que ocurre en cualquier otra parte, como la guerra en Iraq o el triunfo de Chávez, lo que pasa en el Asia o en Estados Unidos. El año pasado en Nicaragua hicimos un via crucis que comenzó frente a la embajada norteamericana. En misión profética se acusaba a Estados Unidos por su responsabilidad en las actuales guerras. En la caminata vi a una mujer que en la espalda de su camiseta llevaba impresa la fotografía de una mujer iraquí con las palabras: ‘soy tu hermana’. Es una verdad”.

Jugarse por los pobres

¿No cree que hay cierta falta de realismo en sus opiniones?

“Reconozco cierta tendencia a la ingenuidad, aunque al mismo tiempo soy realista. Con la gente de Chile y Nicaragua he aprendido mucho y a partir de esa gente humilde creo que es posible otro mundo mejor. Los pobres tienen también cierta ingenuidad, pero eso no los debilita. Con todo el aplastamiento que sufren tienen sueños y también fuerza para luchar”.

¿Cómo podría sintetizar su pensamiento?

“El capitalismo impone un modo de vivir a través de una ideología que ahora es el neoliberalismo. ¿En qué consiste? En individualismo, consumismo, búsqueda permanente de diversión y placer, superficialidad. De acuerdo a esa ideología cada hombre debe ver en el otro un competidor; así se separan y es más fácil dominarlos. El objetivo nuestro es el sueño del ser humano, la realización de sus valores más profundos, la alegría plena. Para ello es necesario que la humanidad entienda lo que le están quitando, cómo nos imponen una sola cultura, cómo nos explotan. Hay que cambiar eso. Compartir lo propio con los demás. El hombre debe desarrollarse en plenitud porque Dios quiere que vivamos a imagen y semejanza de él, como humanos”

Nicaragua, dulce y valiente

El libro ’Algo más que un beso’ (Imprimantur Artes Gráficas, Managua, 2004) del sacerdote Theo Klomberg es un extenso testimonio del autor -y a través de él de muchas personas “sencillas y comunes”- de la vida en Nicaragua durante los últimos veinte años. La obra debe llegar a Chile en los próximos meses. Se prepara una edición en España y traducciones al francés, holandés e italiano. El subtítulo: En camino con el pueblo de Sandino define contenido y orientación, como panorámica de la heroica lucha del pueblo nicaragüense.

Theo vivió de cerca la guerra de los “contras”, manejada por Estados Unidos para ahogar en sangre la revolución sandinista. La derrota electoral de 1990 marcó profundamente al pueblo, que no olvida, sin embargo, lo que significó la revolución en materia de libertades, alfabetización, salud, tierra para los campesinos, dignidad y nuevos horizontes para los jóvenes, trabajadores y mujeres.

El libro está escrito con emoción y autenticidad. En sus páginas está la vida cotidiana de los pobres, que es la misma de Theo Klomberg que se gana el sustento con la venta diaria de Barricada, el diario sandinista, en interminables caminatas que le dan oportunidad de conversar con vecinos y amigos y sentir así el pulso de los días. Es un relato de fe y compromiso, como lo explica el autor: “Escribo de los que son olvidados nuevamente. Me siento llamado por ellos. En Nicaragua, al igual que en Chile, es la gente sencilla y humilde la que me acoge, los que desde 1990 ya no cuentan. Aunque son precisamente los pobres, a través de la historia, los portadores de la justicia y la paz para todos. Ellos son los que se nos adelantan para superar la crisis actual de nosotros, seres humanos”.

Algo más que un beso es un libro que conmueve