Como la economía mundial tenderá a enfriarse debido al alza norteamericana de las tasas de interés -con efecto desfavorable para el sector exportador chileno-, la marcha de la economía nacional estará liderada por la actividad interna, básicamente el consumo. Se trata de un proceso cíclico, que desde la profundidad del valle de la crisis asiática de finales de los noventa, ha remontado hasta alcanzar, en estos meses, sus más altas cimas. Una altitud desde la cual, más temprano que tarde, se tenderá, otra vez, a bajar. ¿Cómo será este descenso? Lo deseable es un aterrizaje suave, como lo denominan los economistas. Pero tampoco puede desestimarse una caída brusca. En un mundo globalizado, en esta imbricada red de relaciones financieras, se comparten los beneficios, pero también los riesgos.

Este complejo e inestable proceso, que hoy es parte estructural del devenir económico, no es inocuo. Cada crisis deja víctimas a su paso, que no logran recuperar lo perdido durante las épocas de auge. El paso de la reciente crisis, que marcó el cierre del siglo XX y el comienzo del presente, sacó del mercado a millares de pequeñas y medianas empresas y elevó de manera constante la tasa de desempleo hacia los dos dígitos. Sean éstos reales o virtuales, lo concreto es que la economía chilena funciona con una masa de desocupados que supera con creces el medio millón de personas.

El caso de la última crisis no sólo llevó a la quiebra o a la parálisis a miles de pymes y al desempleo a decenas de miles de trabajadores, sino que alteró las relaciones de mercado en numerosos sectores y le otorgó un poder ubicuo a la banca, el que hoy queda expresado con el banquero Hernán Sommerville en la presidencia de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC). Durante los cinco años de bajo crecimiento, que fueron de esforzado remonte tras la crisis asiática, el poder económico se distribuyó de acuerdo a lo que es la distribución de los ingresos en Chile. La gran empresa, con su paraguas financiero, logró reducir costos laborales, incorporar alta tecnología y esperar la muerte de los más débiles competidores. En todos los sectores hemos podido observar durante estos años una creciente concentración de mercados, en más de un caso cercano al monopolio. Lo vemos en la banca, con dos instituciones con más del cuarenta por ciento de las colocaciones; lo podemos observar en los medicamentos, las telecomunicaciones, la TV por cable, los supermercados… todas áreas que se han caracterizado por fuertes utilidades y permanente expansión: un crecimiento del negocio durante años, en los cuales el resto de la economía mantuvo el cinturón apretado. ¿Magia? ¿Genialidad en la gestión? O tal vez el efecto de la extrema concentración del mercado.

En este nuevo escenario surge la reactivación económica, que durante 2004 estuvo jalonada por las exportaciones. Pero se trata de una actividad que también mantiene la misma estructura que el resto de la economía. Los que exportan son sólo unas pocas y grandes empresas. El resto, las pymes, prácticamente no están presentes en esta labor. Un estudio de la Cámara de Comercio de Santiago argumenta que el crecimiento exportador es muy desigual, según el tamaño de la empresa. En lo que va del año, las grandes corporaciones exportadoras lograron aumentar sus ventas al exterior en un 45 por ciento promedio, las pymes sólo en un cinco por ciento, en tanto la microempresa, si algo exportó alguna vez, hoy ha perdido mercados.

De las exportaciones al consumo

Si 2004 ha sido el año de las exportaciones como motor económico, 2005 será el del consumo. Pero habría que matizar este fenómeno. El desempleo se ha mantenido durante el año en curso a tasas mayores a las registradas en los años precedentes, en tanto las remuneraciones -según las estadísticas del INE- no sólo no han aumentado durante 2004, sino que tienden a disminuir. A octubre, habían caído un 0,8 por ciento respecto a diciembre de 2004.

¿Cómo se sostiene el consumo si no hay incrementos salariales ni tampoco aumento del empleo? La respuesta, obviamente, está en el crédito y en una nueva espiral de endeudamiento. Los préstamos de consumo crecieron a octubre pasado -en relación con octubre de 2003- en un catorce por ciento, cifra sensiblemente más alta a la tasa de expansión que registraron los otros tipos de créditos.
El fenómeno, sin embargo, expresaría la actividad propia de una economía sana. En teoría, un mayor consumo -aun cuando provenga de endeudamiento- puede generar más ventas, producción y, por extensión, más empleos. Pero ésta es sólo la teoría. La estructura de los mercados, que es altamente concentrada, acota los beneficios sólo en las grandes empresas, que controlan precios, tipo de servicios y las relaciones con sus proveedores -así sucede con las tiendas de departamentos, los supermercados y las cadenas de farmacias- y deja fuera del fenómeno a los más débiles, las pymes, que son las generadoras de puestos de trabajo. Dejando de lado la teoría, lo que ocurre en la práctica es una concentración de las ventas y beneficios en la gran empresa, llámese tienda de departamentos, supermercado, empresa de telecomunicaciones, cadena de farmacias y, por cierto, la banca.

El negocio está en el crédito

El consumo no es hoy sólo la venta de bienes, sino es la de servicios, en especial los financieros. La venta de dinero es el gran negocio en Chile. Sólo basta observar las portentosas promociones de los distintos emisores de tarjetas de créditos, desde las bancarias a las de supermercados, que compiten por captar al consumidor y convertirlo en cliente cautivo y disciplinado de los productos adquiridos en 48 cuotas. Ahí están Jumbo y Líder, y así lo hacen también los bancos. También podemos ver la incursión de las tiendas de departamentos en el área de los bancos, o el caso de Falabella, que de ser una sastrería a principios del siglo XX se convirtió en una de las diez mayores sociedades anónimas chilenas.

El endeudamiento no es un problema per se para la economía. Pero si a este fenómeno le agregamos la inestabilidad económica, la exposición extrema de nuestra economía a los procesos internacionales, lo que tenemos es una actividad de riesgo. Si este riesgo es alto o bajo, no lo sabemos, pero sí podemos intuir, sobre la base de la experiencia reciente, que la economía global se mantiene en un equilibrio precario. Subimos con la ola, pero no sabemos cómo va a reventar. Y si consideramos las tremendas consecuencias de la crisis asiática, que la economía chilena tardó cinco años en superar, los peligros de enfrentar otra crisis altamente endeudados no serían menores.

En este ciclo expansivo no sólo los bancos, las automotoras o las tiendas de departamentos nos incitan a adquirir nuevos créditos. Es, de cierta manera, una política de gobierno, que nos asegura un futuro esplendor sobre la base de cálculos… espurios. Nadie puede saber, ni los mayores gurús de la economía, cómo se escribirá el futuro. Por tanto, subirse a esta ola ascendente, es una opción de alto riesgo.

Falabella nos convida a usar su tarjeta CMR con los ojos cerrados. El gobierno, por su lado, nos dice que la economía crecerá el año próximo en alrededor del cinco por ciento. Pero hay señales que no son del todo auspiciosas. Nos están invitando al consumo justo cuando esta actividad cerró su temporada en los grandes mercados internacionales. Las tasas de interés en Estados Unidos han continuado en ascenso, y probablemente mantendrán esta senda, en tanto el precio del petróleo tampoco tiene grandes pronósticos a la baja. Lo que tenemos en el horizonte es el fin de un período de expansión y el comienzo de una etapa mundial de complicaciones.
Hablamos tanto de globalización, pero estamos actuando como si viviésemos en una isla de fantasía